20.5.14

En "El rey Lear" se manifiesta verbalmente, por primera vez en la historia de la poesía, la angustia de la tercera dimensión.

Marshall McLuhan

Al parecer, no se ha reconocido debidamente a Shakespeare el mérito de haber hecho en El rey Lear la primera alusión verbal, que yo sepa la única en cualquier literatura, a la perspectiva tridimensional. Hasta El Paraíso perdido (II, 11. 1-5), de Milton, no vuelve a darse deliberadamente al lector un punto de vista fijo:
Elevado, en un trono de regia majestad
más brillante que el fasto de la India y Ormuz,
o de donde el Oriente con su más rica mano
sobre sus reyes bárbaros vierte perlas y oro,
hallábase sentado, exaltado, Satán...

La selección arbitraria de una posición estática particular crea un espacio pictórico con un punto de fuga. Este espacio puede ser llenado trozo a trozo, y es completamente distinto del espacio no-pictórico, en el que cada cosa simplemente hace resonar o modula su propio espacio en forma visual bidimensional.
Pues bien, el fragmento sin par de arte verbal tridimensional que aparece en El rey Lear se halla en el acto IV. escena VI. Edgar se ve y se desea para persuadir a Gloucester, a quien han cegado, para que se haga la ilusión de que están al borde de un escarpado precipicio:
EDGAR. ¡Atento! ¿Oís el mar?
GLOUCESTER. No, ciertamente.
EDGAR. Será que la tortura de los ojos
vuestros otros sentidos ha dañado...
.........................................................
Venid aquí, Señor; este es el sitio.
No os mováis. ¡Que pavor y asombro causa
dirigir tan abajo la mirada!

La ilusión de la tercera dimensión se trata ampliamente en la obra de E. H. Gombrich, Arte e ilusión. Lejos de ser un modo normal de visión en el hombre, la perspectiva tridimensional es un modo de ver adquirido convencionalmente, tan adquirido como lo son los medios de reconocer las letras del alfabeto o de seguir una natación cronológica. Shakespeare nos ayuda a ver que se trata de una ilusión con los comentarios que hace sobre los restantes sentidos en relación con la vista. Gloucester está maduro para la ilusión porque ha perdido la visión súbitamente. Su poder de visualización está ahora separado por completo de sus otros sentidos.
Y es el sentido de la vista, en deliberado aislamiento de los otros sentidos, el que confiere al hombre la ilusión de la tercera dimensión, como Shakespeare hace explícito aquí. Hay también la necesidad de fijar la mirada:
Venid aquí, Señor; este es el sitio.
No os mováis. ¡Que pavor y asombro causa
dirigir tan abajo la mirada!

Los cuervos y los grajos que aletean
a media altura, no se ven tan grandes
como un escarabajo. A la mitad
de la quebrada hay alguien suspendido
que siega hinojo: ¡fastidioso oficio!
No parece mayor que su cabeza.
Los pescadores que andan por la playa
asemejan ratones; a lo lejos
anclado se ve un barco, que parece
no mayor que su bote; el bote mismo,
no mayor que una boya, tan pequeño
que puede verse apenas. El murmullo
de las olas que rompen en las rocas
no llega aquí, tan alto. Más no miro,
no vaya a ser que pierda la cabeza,
se me nuble la vista y me despeñe.
Lo que hace aquí Shakespeare es situar cinco planos horizontales de dos dimensiones, uno tras otro. Al darles una torsión diagonal, se suceden uno a otro, como en perspectiva, por así decir, desde un punto fijo. Tiene plena conciencia de que la disposición de esta especie de ilusionismo resulta de la separación de los sentidos. Milton aprendió a producir la misma clase de ilusión visual después de quedar ciego. Y en 1709, en su Nueva teoría de la visión, Berkeley denunció lo absurdo del espacio visual newtoniano como una simple ilusión abstracta, desconectada del sentido del tacto. Posiblemente, uno de los efectos de la tecnología de Gutenberg haya sido la separación de los sentidos y la consiguiente interrupción de su
interacción en sinestesia táctil. Este proceso de separación y reducción de funciones había alcanzado un punto crítico, ciertamente, a principios del siglo XVII, cuando apareció El rey Lear.
Sin embargo, determinar en qué medida pudo estar provocada por la tecnología de Gutenberg tal revolución en la vida de los sentidos humanos, requiere un método distinto al de ir dando ejemplos de la sensibilidad de una gran obra teatral escrita en el período crítico.
El rey Lear es una especie de sermón admonitorio medieval, de razonamiento inductivo, para poner de manifiesto la locura y la miseria de la nueva vida de acción del Renacimiento.
Shakespeare explica minuciosamente que el principio mismo de la acción es la división, en segmentos especializados, de las funciones sociales y de la vida de los sentidos de cada individuo. El resultante frenesí por descubrir una nueva interacción general de fuerzas, asegura una furiosa activación de todos los componentes y personas afectados por la nueva tensión.
Cervantes tuvo una intuición semejante, y su Don Quijote está galvanizado por la nueva forma de los libros, tanto como Maquiavelo quedó hipnotizado por la particular zona de experiencia que había elegido para elevarse a la más alta intensidad del conocimiento. De la matriz del poder social hizo Maquiavelo la abstracción de la entidad del poder personal, de modo comparable al que se había seguido muchísimo antes al hacer, de las formas animales, la abstracción de la rueda. Tal abstracción provoca mucho más movimiento. Pero lo que intuyen Shakespeare y Cervantes es la futilidad de tal movimiento y de la acción deliberadamente encuadrada por una predisposición a lo fragmentado y especializado.
W. B. Yeat escribió un epigrama que expresa en forma críptica los temas de El rey Lear y del Quijote:
A Locke le dio un desmayo. El jardín se marchitó.
Dios ha quitado la rueca
de su lado.

El desmayo de Locke fue el trance hipnótico inducido por la intensificación del componente visual en la experiencia, hasta que llega a ocupar todo el campo de la atención. Los psicólogos definen la hipnosis como el estado en el cual uno solo de los sentidos ocupa el campo de la atención. En tal momento el jardín se marchita. Esto es, el jardín significa la interacción de los sentidos en háptica armonía. Con la preocupación, interiormente' intensificada, por uno solo de los sentidos, el principio mecánico de abstracción y repetición surge en forma explícita.
Tecnología es lo explícito, como dijo Lyman Bryson. Y a lo explícito, a la claro y lúcido, se llega desmenuzando las cosas una a una, los sentidos uno a uno, las operaciones mentales o físicas una a una. Puesto que el objeto del presente libro es discernir los orígenes y modos de configuración de los acontecimientos de la época de Gutenberg, bueno será considerar los efectos del alfabeto en los pueblos aborígenes de hoy, ya que están en la misma relación con el alfabeto fonético que estuvimos nosotros antes.

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