23.12.13

Los extraños mundos de los cuantos


Paul Davies

Debemos, pues, reconocer que el microcosmos no está regido por leyes deterministas que regulen con exactitud el comportamiento de los átomos y de sus componentes, sino por el azar y la indeterminación.
Así, una partícula como el electrón tiene un comportamiento ondulatorio, a la vez que las ondas electromagnéticas también presentan características corpusculares. No existe contrapartida cotidiana a la dualidad «onda–partícula», de manera que el microcosmos no es una mera versión liliputiense del macrocosmos, sino algo cualitativamente distinto, casi paradójicamente distinto. En este extraño mundo de los cuantos, la intuición nos abandona y pueden ocurrir cosas aparentemente absurdas o milagrosas. En este capítulo examinaremos algunas de las consecuencias de la teoría cuántica y describiremos la naturaleza verdaderamente insustancial del, en apariencia, concreto mundo de la materia.
El principio de incertidumbre de Heisenberg pone restricciones a la exactitud con que se puede determinar la localización y el movimiento de las partículas, pero estas dos magnitudes no son las únicas que pueden medirse. Por ejemplo, podríamos estar más interesados por la velocidad del «spin» de un átomo o por su orientación.
O bien, podríamos necesitar medir su energía o el tiempo que tarda en pasar a un nuevo estado energético.
Es posible analizar las observaciones de estas magnitudes de la misma manera que se utilizó el microscopio de rayos gamma, descrito en el capítulo anterior, para estimar la incertidumbre de la posición y del impulso.
Para ilustrar estas nuevas posibilidades, supongamos que queremos determinar la energía de un fotón de luz. De acuerdo con la hipótesis cuántica original de Planck, la energía de un fotón es directamente proporcional a la frecuencia de la luz: al doble de frecuencia corresponde el doble de energía. Un procedimiento práctico de medirla consiste, pues, en medir la frecuencia de la onda luminosa, lo que puede hacerse contando el número de oscilaciones (es decir, de crestas y vientres de la onda) que pasan en un determinado intervalo de tiempo. Para la luz visible es grandísimo: alrededor de mil billones por segundo. Para que la operación tenga éxito es menester evidentemente que al menos se produzca una oscilación de la onda, y a ser posible varias, pero cada oscilación requiere un intervalo de tiempo determinado. La onda debe pasar desde la cresta al vientre y de nuevo a la cresta. Medir la frecuencia de la luz en una fracción de tiempo inferior a ésta es a todas luces imposible, incluso en teoría. En el caso de la luz visible, la duración necesaria es muy breve (una milbillonésima de segundo). Las ondas electromagnéticas con longitudes de onda mayores y menor frecuencia, tales como las ondas radiofónicas, pueden precisar algunas milésimas de segundo para cada oscilación. Consiguientemente los fotones de las ondas de radio tienen muy poca energía. Por el contrario, los rayos gamma oscilan centenares de veces más de prisa que la luz y la energía de sus fotones es cientos de veces mayor.

11.12.13

PROLOGO de LA GALAXIA GUTENBERG - GÉNESIS DEL "HOMO TYPOGRAPHICUS"

MARSHALL McLUHAN

EN muchos aspectos, este libro es un complemento del titulado The Singer of Tales, de Albert B. Lord. El profesor Lord ha continuado la obra de Milman Parry, cuyos estudios sobre Homero lo llevaron a considerar cómo la poesía oral y la escrita han seguido, naturalmente, modelos y funciones diferentes. Convencido de que los poemas de Homero fueron composiciones orales, Parry ‘se impuso la tarea de probar incontrovertiblemente, si fuese posible, el carácter oral de los poemas, y a tal fin pasó a estudiar la épica yugoslava’. El estudio de esta épica moderna lo hizo, explica, ‘para fijar con exactitud la forma de la poesía narrativa oral... El método fue observar a los recitadores de una medrada tradición de cantos no escritos, y ver cómo la forma de estos depende del hecho de que han de aprenderlos y practicar su arte sin leer ni escribir.[1]
Como los estudios de Milman Parry, el libro del profesor Lord es completamente ínsito y adecuado a nuestra era eléctrica. La galaxia Gutenberg tal vez podrá ayudar a explicarlo. Estamos hoy tan adentrados en la era eléctrica como los isabelinos ingleses lo estaban en la era tipográfica y mecánica. Y estamos experimentando las mismas confusiones e indecisiones que ellos padecieron al vivir simultáneamente en dos formas contrapuestas de sociedad y experiencia. Y si los isabelinos se hallaban irresolutos entre la experiencia de las corporaciones medievales y el individualismo moderno, es el nuestro el inverso problema de vemos confrontados por una tecnología eléctrica que parece dejar anticuado al individualismo y hacer obligada la interdependencia corporativa.
Patrick Cruttwell ha dedicado un completo estudio (The Shakespearean Motnent} a las estrategias artísticas nacidas de la experiencia isabelina de vivir en un mundo dividido, en disolución y resolución al mismo tiempo. También nosotros vivimos en un momento tal, de interacción de culturas en conflicto, y La galaxia Gutenberg trata de señalar el modo en que las formas de experiencia, de perspectiva mental y de expresión, han sido alteradas primero por el alfabeto fonético, y por la imprenta después. La tarea que Milman Parry se impuso con respecto a las formas, en contraste, de la poesía oral y de la escrita, se extiende aquí a las formas de pensamiento y de organización en la experiencia social y política. Resulta difícil explicar por qué hace tiempo ya que los historiadores no han llevado a cabo tal estudio de la divergente naturaleza de las organizaciones sociales ‘oral’ y ‘escrita’. Quizá se deba esta omisión, simplemente, a que el trabajo no pudiera hacerse hasta que dos formas de experiencia oral y escrita, en conflicto, volvieran a coexistir, como ahora ocurre. Tanto viene a decir el profesor Harry Levin en su prefacio a The Singer of Tales, del profesor Lord (pág. XIII):
El término “literatura”, al presuponer el empleo de la letra, da por entendido que las obras verbales de imaginación se transmiten por medio de la escritura y la lectura. La expresión “literatura oral” es evidentemente contradictoria. Sin embargo, vivimos en unos tiempos en que la capacidad de leer se ha hecho tan general que difícilmente puede invocarse como criterio estético. La PALABRA, hablada o cantada, junto a la imagen visual del locutor o cantor, ha venido recuperando su dominio gracias a la ingeniería eléctrica. Una cultura basada en el libro impreso, que ha prevalecido desde el Renacimiento hasta hace poco, nos ha legado a más de inconmensurables riquezas esnobismos que deberíamos dar de lado. Debemos dirigir una nueva mirada a la tradición, y considerarla, no como la inerte aceptación de un cuerpo fosilizado de temas y convenciones, sino como el hábito orgánico de recrear lo que nos fue legado y hemos de legar a otros.
La omisión de los historiadores, al no estudiar la revolución provocada por el alfabeto fonético en las formas de pensamiento y de organización social, tiene su paralelo en la historia socio-económica. Ya en 1864-1967, Karl Rodbertus elaboró su teoría de la ‘vida económica en la antigüedad clásica’. En Trade and Market in the Early Etnpires (pág. 5), Harry Pearson describe así su innovación:
No se ha apreciado bastante esta modernísima interpretación de la función social del dinero. Rodbertus se dio cuenta de que la transición desde una “economía natural” a una “economía del dinero” no fue una simple cuestión técnica, resultante de que el intercambio fuese sustituido por la compra con moneda. Insistió, por el contrario, en que una economía monetaria implicaba una estructura social distinta por completo a la que había prevalecido durante la vigencia de una economía en especie. Pensó que lo importante fue este cambio en la estructura social, secuela del empleo del dinero, no el hecho técnico de su uso. Esta controversia habría podido quedar resuelta antes de ser planteada si esta tesis se hubiese hecho extensiva a las cambiantes estructuras sociales, concomitantes de la actividad comercial del mundo antiguo.
En otras palabras, si Rodbertus hubiese explicado, además, que las distintas formas de dinero y cambio estructuraron las sociedades de forma diferente, podrían haberse evitado las confusas controversias de varias generaciones. La cuestión quedó aclarada cuando, finalmente, Karl Bucher abordó el estudio del mundo clásico no a nuestro modo convencional de retrospección histórica, sino partiendo de las épocas primitivas. Al comenzar con las sociedades iletradas y avanzando hacia el mundo clásico, ‘sugirió que la vida económica de la antigüedad podría ser mejor comprendida si se examinara desde un punto de vista primitivo, en lugar de hacerlo desde nuestra sociedad moderna’. [2]
Tal perspectiva invertida del alfabetizado mundo occidental es la que ofrece al lector Albert Lord en su Singer of Tales. Pero nosotros vivimos también en una época de electricidad o post- alfabetizada, en la que el músico de jazz utiliza todas las técnicas de la poesía oral. No es difícil en nuestro siglo una plena identificación con todos los modos orales.
En la era electrónica que sucede a la era tipográfica o mecánica de los últimos cinco siglos, hallamos nuevas formas y estructuras de interdependencia humana y de expresión que son ‘orales’, aun cuando los componentes de la situación puedan ser no verbales. Esta cuestión se trata más ampliamente en la sección final de La galaxia Gutenberg. El problema en sí no es difícil, pero requiere cierta reorganización de la vida imaginativa. Tal cambio en los modos de conocimiento siempre se ve retardado por la persistencia de los antiguos modelos de percepción. A nuestros ojos, los isabelinos aparecen como muy medievales. El hombre medieval se creía un clásico, del mismo modo que nosotros nos tenemos por hombres modernos. Para nuestros sucesores, sin embargo, aparecemos como hombres de carácter completamente renacentista y por completo inconscientes de los importantes factores nuevos que hemos puesto en movimiento durante los últimos ciento cincuenta años.
Sin embargo, este estudio, lejos de ser determinista, elucidará, o así lo espero, un factor principal del cambio social que puede conducir a un aumento real de la autonomía del hombre. En Technology ana’ Culture (volumen u, núm. 4, 1961, pág. 348) al escribir sobre “la revolución tecnológica” de nuestro tiempo, afirma Peter Drucker: “Solo hay una cosa que no sabemos acerca de la ‘Revolución Tecnológica’, pero es esencial: ¿Qué es lo que causó el cambio básico de actitudes, creencias y valores que la provocaron? He tratado de demostrar que el progreso científico tuvo poco que ver en ello. Pero, ¿qué responsabilidad no tuvo el gran cambio en la concepción del mundo que la ‘Revolución Científica’ determinó un siglo antes?” La galaxia Gutenberg intenta al menos, señalar esa “cosa que no sabemos”. Pero, aun así, ¡tal vez resulten ser algunas otras cosas!
El método empleado a lo largo de este estudio está directamente relacionado con lo que Claude Bernard definió en su clásica introducción al estudio de la medicina experimental. Explica Bernard (págs. 8-9) que “la observación consiste en percibir los fenómenos sin perturbarlos, pero la experimentación, de acuerdo con los mismos fisiólogos, implica, por el contrario, la idea de que el experimentador introduce una variación o perturbación en las condiciones del fenómeno natural... Para hacerlo, suprimimos un órgano del ser vivo por amputación o ablación; y del trastorno producido en el organismo total o en una función especial, deducimos la función del órgano suprimido”.
El propósito de la obra de Milman Parry y del profesor Lord fue observar la totalidad del proceso poético en condiciones orales, y contrastar el resultado con el proceso poético en condiciones escritas, supuestas como “normales”. Es decir, que Parry y Lord estudiaron el organismo poético cuando la función auditiva quedaba suprimida por el alfabetismo. Hubieran podido considerar también el efecto en el organismo cuando la función visual del lenguaje adquiría, con la palabra escrita, extensión y poder extraordinarios. Es este un factor en el método experimental que tal vez haya sido descuidado precisamente porque es de incómodo manejo. Pero dada una intensa y exagerada acción, “el trastorno producido en el organismo total o en una especial función” resulta igualmente observable.
El hombre, ese animal que construye instrumentos, sea el lenguaje, la escritura o la radio, se ha dedicado desde hace mucho tiempo a ampliar uno u otro de sus órganos sensoriales, pero lo ha hecho de tal modo que todos los restantes sentidos o facultades han sufrido extorsión. Si bien han pasado por tal experiencia, los hombres han omitido constantemente, sin embargo, hacerla seguir de observaciones.
En su trabajo Douht andCertainity in Science, dice J. Z. Young (págs. 67-68):
El efecto de los estímulos, externos o internos, es perturbar la acción unísona del cerebro o de alguna de sus partes. Se ha hecho la sugerencia especulativa de que la perturbación rompe en cierto modo la unidad de la estructura previamente constituida en el cerebro. Este selecciona entonces aquellos elementos del estímulo que tienden a reparar el modelo y devolver a las células su ritmo regular y sincrónico. No pretendo ser capaz de desarrollar en detalle esta idea de los modelos en nuestro cerebro, pero tiene grandes posibilidades de mostrar cómo tendemos a ajustamos al mundo y el mundo a nosotros. De algún modo, el cerebro inicia secuencias de actos que tienden a traerlo de nuevo a su esquema rítmico, y este retorno constituye un acto de consumación o cumplimiento. Si la primera acción que realiza resulta fallida, es decir, si no consigue detener la perturbación de origen, ensaya otras secuencias. El cerebro sigue sus normas, una tras otra, oponiendo a la perturbación las fuerzas de sus distintos esquemas, hasta que de algún modo recupera de nuevo su ritmo. Esto ocurre quizá solamente después de una ardua, variada y prolongada búsqueda. Durante esta actividad fortuita, van formándose nuevas conexiones y esquemas de actuación que, a su vez, determinarán futuras secuencias.
Este inevitable impulso hacia el ‘fin’, ‘cumplimiento’ o equilibrio se produce tanto en la supresión como en la extensión de los sentidos humanos o funciones. Puesto que La galaxia Gutenberg constituye una serie de observaciones históricas de los nuevos logros culturales resultantes de las ‘perturbaciones’ que fueron, primero, el alfabeto, y luego la imprenta, quizá ayuden en este punto al lector las afirmaciones de un antropólogo:
En nuestros días, el hombre ha desarrollado extensiones o prolongaciones para realizar casi todos los actos que antes llevaba a cabo sólo con su cuerpo. La evolución de las armas comienza en los dientes y el puño y termina en la bomba atómica. El vestido y la casa son extensiones del mecanismo biológico para la regulación de la temperatura. Los muebles han sustituido a los talones o al suelo, cuando ha de sentarse. Las máquinas-herramienta, las lentes, la televisión, los teléfonos y los libros, que transmiten la voz al través del tiempo y del espacio, son ejemplo de extensiones materiales. El dinero es un medio para extender y almacenar el trabajo. Nuestras redes de transporte hacen ahora lo que antes hacían nuestros pies y nuestras espaldas. De hecho, todas las cosas materiales realizadas por el hombre pueden considerarse como extensiones de lo que el hombre hizo antes con su cuerpo o con alguna parte especial de él. [3]
Esa exteriorización o expresión de ideas y sentimientos que es el lenguaje y el hablar, es un instrumento que ‘hizo posible al hombre la acumulación de experiencia y conocimientos, y facilitó su transmisión y máximo empleo posible’. [4]
El lenguaje es metáfora en el sentido de que no solo acumula, sino que también transmite experiencia de una forma a otra. El dinero es metáfora en cuanto sirve para almacenar especialización y trabajo, y transforma una habilidad en otra. Pero el principio de cambio y transformación, o metáfora, está en nuestra facultad racional de transferir todos nuestros sentidos en cualquiera de ellos. Esto es lo que hacemos en cada instante de nuestra vida. Pero el precio que pagamos por las especiales herramientas tecnológicas, sean la rueda o el alfabeto o la radio, es que tales extensiones masivas de nuestros sentidos constituyen sistemas cerrados. Nuestros sentidos corporales no son sistemas cerrados, sino que constantemente se traducen unos en otros en esa experiencia que llamamos consciencia. Las prolongaciones de nuestros sentidos, herramientas, tecnologías, han sido, en el transcurso del tiempo, sistemas cerrados, incapaces de interacción o conciencia colectiva. Hoy, en la era eléctrica, el propio carácter instantáneo de la coexistencia entre nuestros instrumentos tecnológicos ha originado una crisis sin precedentes en la historia de la humanidad. Esas extensiones de nuestras facultades y sentidos constituyen ahora un particular campo de experiencia que reclama que aquellos se hagan patentes a una conciencia colectiva. Nuestras tecnologías, como nuestros sentidos corporales, exigen ahora una interacción y razón que haga posible una coexistencia racional. Mientras que nuestras tecnologías fueron tan lentas como la rueda, el alfabeto o el dinero, el hecho de que constituyeran sistemas aislados y cerrados fue social y psíquicamente soportable. Esto ya no es cierto hoy, cuando la visión, el sonido y el movimiento son simultáneos y globales en su extensión.
El equilibrio en la interacción de estas extensiones de nuestras funciones humanas es hoy tan necesario colectivamente como siempre lo fue para nuestra racionalidad privada y personal el equilibrio entre nuestros sentidos corporales.
Hasta ahora, los historiadores de la cultura se han inclinado a aislar los acontecimientos tecnológicos, del mismo modo que la física clásica trataba los fenómenos físicos. Louis de Broglie, en The Revolution in Fhysics, da mucha importancia a esta limitación de los procedimientos cartesianos y newtonianos, tan semejantes a los del historiador que mira desde un ‘punto de vista’ individual (pág. 14).
Fiel al ideal cartesiano, la física clásica nos mostraba el universo como algo análogo a un inmenso mecanismo capaz de ser descrito con toda precisión mediante la localización de sus partes en el espacio y sus cambios en el curso del tiempo... Pero tal concepción se apoyaba en varias hipótesis implícitas que fueron admitidas casi sin darnos cuenta de ellas. Una de tales hipótesis fue la de que el marco del espacio y del tiempo en el que casi instintivamente tratamos de localizar todas nuestras sensaciones, era un marco perfectamente fijo y rígido, en el que cada acontecimiento físico puede, en principio, quedar rigurosamente localizado, independientemente de todos los procesos dinámicos que se produzcan alrededor.
Veremos cómo las percepciones cartesianas y también las euclídeas están constituidas por el alfabeto fonético. La revolución que describe De Broglie es una consecuencia no del alfabeto, sino del telégrafo y la radio. J. Z. Young, un biólogo, apunta al mismo blanco que De Broglie. Después de explicar que la electricidad no es algo que ‘fluye’, sino ‘la condición que observamos cuando se dan ciertas relaciones espaciales entre las cosas’, añade (pág. 111):
Algo similar ha sucedido cuando los físicos han ideado sistemas para medir distancias muy pequeñas. Se ha visto que ya no es posible utilizar el viejo modelo consistente en suponer que se trata de dividir algo llamado materia en una serie de pedazos, cada uno de ellos con sus propiedades definidas llamadas tamaño, peso o posición. Los físicos no dicen ahora que la materia “está hecha” de cuerpos llamados átomos, protones, electrones, etc. Lo que han hecho es abandonar el método materialista de describir sus observaciones en términos de algo hecho como por la mano del hombre, como un pastel. La palabra átomo o electrón no se usa como el nombre de una pieza. Se usa como parte de la descripción de las observaciones de los físicos. No tiene significado sino cuando la emplean gentes que conocen los experimentos en que se revela.
Y añade: ‘Es muy importante que nos demos cuenta de que la adopción de nuevos instrumentos lleva aparejados grandes cambios en la forma ordinaria de hablar y actuar.’
Si hubiésemos meditado hace tiempo sobre un hecho tan fundamental, fácilmente habríamos podido dominar la naturaleza y los efectos de todas nuestras tecnologías, en lugar de vemos arrollados por ellas. En todo caso, lo que se hace en La galaxia Gutenberg es proseguir las meditaciones de J. Z. Young sobre este tema.
Nadie ha tenido mayor conciencia de la futilidad de nuestros sistemas cerrados de historiografía que Abbot Payson Usher. Su obra clásica, A History ofMechanical Inventions, es una explicación de por qué tales sistemas cerrados no pueden establecer contacto con los hechos del acontecer histórico. ‘Las culturas de la antigüedad no se ajustan a los modelos de las secuencias lineales de la evolución social y económica desarrollados por las escuelas históricas alemanas... Si se dan de lado los conceptos lineales de evolución y se considera el desarrollo de la civilización francamente como un proceso multilineal, mucho se habrá avanzado en la comprensión de la historia de la cultura occidental, como integración progresiva de muchos elementos separados’ (págs. 30-1).
Un ‘punto de vista’ histórico es una especie de sistema cerrado, relacionado muy de cerca con la tipografía, y que florece allí donde los efectos inconscientes de la alfabetización se desarrollan sin el contrapeso de otras fuerzas culturales. Alexis de Tocqueville, cuya formación ‘libresca’ estaba muy modificada por su cultura oral, parece haber tenido, a nuestro juicio, cierta clarividencia en cuanto se refiere a las formas de evolución de la Francia y la América de su tiempo. No tuvo un punto de vista, una posición fija desde donde llenar de acontecimientos una perspectiva visual. Antes bien, trató de hallar en sus datos la dinámica operativa:
Pero si voy más allá y busco entre estas características la principal, que incluye casi todo el resto, descubro que, en casi todas las operaciones mentales, cada americano recurre solamente al esfuerzo individual de su propia comprensión.
América es, por tanto, uno de los países donde los preceptos de Descartes son menos estudiados y mejor aplicados... Todos se encierran en sí mismo y persisten en juzgar el mundo desde allí. [5]
Su habilidad para establecer la interacción entre los modos, orales y escritos, de estructura perceptiva, capacitó a De Tocqueville para lograr atisbos ‘científicos’ en psicología y política. Con esta interacción de los dos modos de percepción alcanzó una comprensión profética, en tanto que otros observadores no hicieron sino expresar sus particulares puntos de vista. De Tocqueville sabía bien que la formación ‘tipográfica’ no solo había originado el concepto cartesiano, sino también las especiales características de la psicología y de la política americanas. Con su método de interacción entre modos perceptivos divergentes, De Tocqueville fue capaz de reaccionar ante su mundo, no en sectores, sino en su conjunto como campo abierto. Y tal es el método que A. P. Usher señala como ausente en el estudio de los movimientos culturales y su historia. De Tocqueville empleó un procedimiento similar al que describe J. Z. Young (página 77): ‘Es muy probable que gran parte del secreto de las facultades del cerebro esté en la enorme oportunidad que depara a la interacción entre los efectos del estímulo de cada una de las partes de los campos receptivos. Es esta provisión de centros de interacción, o lugares de mezcla, lo que nos permite reaccionar ante el mundo en su conjunto hasta un grado mucho mayor que el alcanzado por los otros animales.’ Nuestras tecnologías, sin embargo, de ningún modo son uniformemente favorables a esta función orgánica de interacción o interdependencia. El presente libro se propone estudiar esta cuestión con respecto a la cultura del alfabeto y la tipografía. Y ésta es hoy una indagación que no puede intentarse sino a la luz de las nuevas tecnologías, que tan profundamente conmueven aquella operación tradicional y los valores alcanzados por la civilización de la tipografía y el alfabeto.
Hay una obra reciente que estimo me libera del cargo que pudiera hacerse al presente estudio, como meramente excéntrico e innovador. Me refiero a The Open Society andlts Enemies, de Karl R. Popper; obra dedicada al estudio de diversos aspectos de la destribalización del mundo antiguo y de la re-tribalización del mundo moderno. Y es que la ‘sociedad abierta’ fue consecuencia del alfabeto fonético, como pronto veremos, y hoy está amenazada de erradicación a manos de la tecnología eléctrica, como discutiremos al final de este estudio. Creo innecesario decir que, con respecto a esta evolución solamente se está señalando lo que ‘es’, no discutiendo lo que ‘debiera ser’. La diagnosis y la descripción deben preceder a la valoración y la terapia. Es procedimiento bastante natural y corriente sustituir la diagnosis por la valoración moral, pero no el más fructífero.
Karl Popper dedica la primera parte de su extenso estudio a la des-tribalización de la antigua Grecia y a la reacción que produjo. Pero ni en relación con Grecia ni con el mundo moderno considera la dinámica de nuestros sentidos, tecnológicamente prolongados, como factores tanto de la apertura como del cierre de las sociedades. Sus descripciones y análisis están hechos desde un punto de vista económico y político. El pasaje que se cita más adelante tiene especial relación con La galaxia Gutenberg, porque comienza con la interacción de las civilizaciones causada por el comercio, y termina con la disolución del estado tribal, del mismo modo que Shakespeare lo dramatiza en El rey Lear
Opina Popper que las sociedades tribales o cerradas tienen una unidad biológica, y que ‘nuestras sociedades modernas funcionan en gran parte por medio de relaciones abstractas, tales como el intercambio y la cooperación’. Uno de los temas de La galaxia Gutenberg es que la abstracción o apertura de las sociedades es obra del alfabeto fonético y no de cualquier otra forma de escritura o tecnología. Por otra parte, el hecho de que las sociedades cerradas son el resultado de las tecnologías basadas en el lenguaje hablado, el tambor y el oído, nos trae, en los comienzos de la era electrónica, a la integración de toda la familia humana en una sola tribu global. Solamente que para los hombres de las sociedades abiertas esta revolución electrónica es menos confusa que lo fuera aquella revolución del alfabeto fonético, que quitó barreras y dio formas más ágiles a las antiguas sociedades tribales o cerradas. Popper no hace análisis de las causas de tal cambio, pero describe (pág. 172) la situación de modo muy pertinente a La galaxia Gutenberg.
Hacia el siglo VI anterior a la era cristiana, esta evolución había conducido a la disolución parcial de los viejos modos de vida, e incluso a una serie de revoluciones y reacciones políticas. Y no solo se produjeron tentativas de mantener o retener el tribalismo por la fuerza, como en Esparta, sino también esa gran revolución espiritual, la invención de la discusión crítica; en consecuencia, el pensamiento libre de obsesiones mágicas. Al mismo tiempo observamos los primeros síntomas de una nueva inquietud. Comenzó a sentirse la tensión de la civilización.
Esta tensión, esti inquietud, es la consecuencia del colapso de la sociedad cerrada. Aún en nuestros días se deja sentir, especialmente en los momentos en que se producen cambios sociales. Es la tensión producida por el esfuerzo que exige de nosotros el vivir en una sociedad abierta y parcialmente abstracta: el empeño en ser racionales, el tener que renunciar a algunas, al menos, de nuestras necesidades sociales emocionales, el cuidarnos de nosotros mismos, aceptar responsabilidades. A mi juicio, hemos de soportar esta tensión como precio que pagamos por todo aumento de conocimientos, de racionalidad, de cooperación y ayuda mutua y, en consecuencia, de nuestras probabilidades de supervivencia y de crecimiento de la población. Es el precio que hemos de pagar por ser hombres. Esta tensión está muy íntimamente relacionada con el problema del conflicto entre las clases, que surgió por primera vez al descomponerse la sociedad cerrada. La sociedad cerrada no conoció este problema. Al menos para los dirigentes, la esclavitud, la casta, el dominio clasista eran naturales, en el sentido de que no eran impugnables. Pero con el colapso de la sociedad cerrada, esta certeza desaparece, y con ella todo sentimiento de seguridad. La comunidad tribal (y la “ciudad” más tarde) es el lugar seguro para el miembro de la tribu. Rodeado de enemigos y de fuerzas mágicas peligrosas e incluso hostiles, siente a la comunidad tribal como un niño siente a su familia y casa, en las que representa un papel definido: un papel que conoce bien y desempeña bien. El colapso de la sociedad cerrada, que originó el conflicto entre las clases y otros problemas de posición social, debió de producir sobre los ciudadanos el mismo efecto que puede producir en el niño un serio disgusto familiar y la desmembración del hogar. Por supuesto, las clases privilegiadas, ahora amenazadas, sintieron esta clase de tensión más intensamente que aquellas clases ya reprimidas con anterioridad:  pero incluso estas se sintieron desazonadas. También se asustaron ante la descomposición de su mundo “natural”. Y si bien continuaran su lucha, muchas veces se mostaron reacias a explotar sus victorias sobre las clases enemigas, apoyadas en la tradición, el status quo, un más elevado nivel de educación y el sentimiento de la autoridad natural.
Estas observaciones nos llevan directamente a la consideración de El rey Lear y la grave disensión familiar en que se vio envuelto el siglo XVI, a comienzos de la era de Gutenberg.


NOTAS

1. Citado en The Singer of Tales, pág 3
2 Trade aud Market tu the Early Empi res, pág.S.
3. Edward T Hall: The Sileur Language, pág 79.
4
Les/teA. Whtte: TheSctence of Culture, pág. 240.
5. Democraçy tu America,, libro cap. i. 20

5.12.13

La Logia B'Naï B'Rith y El Sistema Financiero Mundial y Sus Núcleos De Poder


por Martín Lozano

Como ya se apuntara al comienzo de este capítulo, la logia B'naï B'rith es una organización paralela a la masonería regular cuya afiliación está exclusivamente reservada a los ciudadanos de origen judío.
Esta entidad, fundada en 1843, tiene su sede central en Washington (1640 Rhode Island Avenue, NW), justo al lado de la Casa Blanca, proximidad que no es solamente física. Actualmente cuenta con algo más de 600.000 afiliados distribuidos por 47 países del globo, y en su cúspide se aglutina lo más selecto de la oligarquía judía mundial.
Al igual que la masonería regular, la B'naï B'rith se presenta como una organización filosófica y filantrópica dedicada a la consecución de los consabidos enunciados humanistas, y también al igual que la primera su labor fundamental se desarrolla en el campo de la influencia política y social. El hecho de que esta logia haya sido desde su creación el más eficiente puntal del movimiento sionista constituye una buena muestra de esa actividad.
 La B'naï B'rith International cuenta con varias sociedades filiales, así como con una pléyade de organizaciones afines que se mueven en su órbita. 
Entre las primeras figuran las sociedades:
  • The Career and Counseling Services
  • The Klutznick Museum, responsable del mantenimiento de los archivos de la logia
  • The Hillels Foundations, dirigida a los medios estudiantiles
  • The B'naï B'rith Youth Organization, enfocada al campo cultural
  • The B'naï B'rith Women, que agrupa a las mujeres afiliadas a la Orden
The Anti-Defamation League Jewish o Liga Antidifamatoria Judía, cuyo cometido oficial es la lucha contra el antisemitismo, aunque el real sea la lucha contra el antisionismo, lo que es algo muy distinto, como no pocos sionistas antisemitas deben saber muy bien
Y esto último no ha sido escrito a la ligera, sino con pleno conocimiento de una realidad sobradamente avalada por los hechos.
Aparte de la marginación social y de la discriminación racial que padecen los judíos sefarditas de Israel, existen multitud de manifestaciones realizadas por diversas figuras de la oligarquía ashkenazi que avalan con creces lo dicho con anterioridad.
Actitudes y posturas especialmente deleznables si se tiene en cuenta que los judíos sefarditas son precisamente los genuinos hebreos semitas, en tanto que los judíos ashkenazim de origen europeo, que constituyen la casta dominante en aquel país, no pertenecen a ese tronco racial.
Por otro lado, han sido precisamente estos últimos los fundadores y principales promotores del sionismo moderno, cuyo carácter ultraracista no puede sorprender viniendo de individuos que aplican a los sefarditas, esto es, a sus propios correligionarios, el calificativo despectivo de "negros". Entre tales manifestaciones, sin duda más elocuentes que cualquier otra explicación, figuran algunas especialmente significativas.
Golda Meir, por ejemplo, no tuvo pudor en afirmar que,
"todo judío leal debe aprender el yiddish (lengua de los ashkenazim europeos), porque sin yiddish no hay judío".
Ben Gurion fue más explícito aún:
"No queremos que los israelíes se levantinicen. Debemos luchar contra el espíritu levantino (esto es, semita) que corrompe a los hombres y a las sociedades"
(Le Monde, 9-3-66; en parecidos términos se manifestó también M.Dayan en Le Monde de 30-4-66).
Otro hebreo ilustre, Haïm Cohen, se refirió a la inspiración racial del Estado judío con estas palabras:
"La amarga ironía de la suerte ha querido que las mismas tesis biológicas y racistas propagadas por los nazis sirvan de base para la definición oficial de la judaicidad en el seno del Estado de Israel".
La pertenencia a la logia B'naï B'rith no excluye el que sus miembros militen simultáneamente en otra logias masónicas, cosa frecuente por lo demás. De hecho, son numerosos los casos de miembros de dicha logia que han ostentado el grado de Gran Maestre en otras logias americanas o europeas adscritas al rito escocés. Sin embargo, la doble militancia en sentido contrario no es posible. Bien puede decirse por tanto que la logia B'naï B'rith constituye una Orden específica dentro de la masonería regular.
Algo parecido podría afirmarse en lo concerniente a los diversos organismos plutocrático-oligárquicos descritos a lo largo de estas páginas, y en el seno de los cuales los jerarcas de la B'naï B'rith forman un grupo particular. De tal modo que la influencia de la oligarquía judía en la vida pública no se articula exclusivamente a través de las estructuras específicas de dicha logia, sino también por medio de otros organismos que, como el CFR, cuentan entre sus filas con numerosos miembros adscritos a la misma.
Son las pequeñas ventajas que proporciona el hecho de estar en varios sitios a la vez.
La logia B'naï B'rith constituye el núcleo central de una vasta red de sociedades afines que se mueven en su órbita y que confluyen en ella. Entre las más relevantes figuran el American Jewish Committee, el American Jewish Congress y la Conference of Presidents of Mayor American Jewish, que agrupa, a su vez, a unas cuarenta asociaciones judío-americanas. Mención aparte merecen el World Jewish Congress y el American Israel Public Affairs Committee, sin duda las más poderosos e influyentes sociedades de toda esa red.
El World Jewish Congress, o Congreso Judío Mundial, tiene su sede central en Nueva York, y cuenta con delegaciones en setenta países del mundo. Solamente en Estados Unidos su red organizativa aglutina a treinta y dos organizaciones anexas y publica siete diarios. Esta poderosa entidad está presidida en el presente por Edgar Bronfman, magnate del sector vitivinícola y de la industria cinematográfica.
El trust Bronfman posee el 15% de la Time Warner y es accionista mayoritario de la MCA-Universal, la más importante productora cinematográfica y televisiva estadounidense del momento. Por otro lado, el consejero especial de Edgar Bronfman en la MCA es Michel Ovitz, miembro también del Congreso Judío Mundial y director de la Creative Artist Agency, primera agencia de contratación artística de Hollywood.
En cuanto al American Israel Public Affairs Committee, se trata de uno de los grupos de presión más poderosos y discretos de los Estados Unidos.
Así lo reflejaba sin ambages en su número 407 (junio 1991) la revista L'Arche, órgano oficial del Frente Nacional Judío Unificado:
"El American Israel Public Affairs Committee es un lobby extraordinariamente potente, literalmente capaz de destruir la carrera pública de cualquier político anti-israelí".
Conviene decir que este tipo de lenguaje directo y explícito sobre el tema tabú que ahora nos ocupa es prácticamente privativo de las publicaciones judías.
Estos son, a grandes rasgos, los más descollantes engranajes de una poderosa maquinaria cuya presencia en las altas esferas políticas estadounidenses veremos a continuación. Y una vez más, ante la imposibilidad material de efectuar un recorrido exhaustivo en el tiempo, lo más apropiado será ceñirse al momento presente.
Centrándonos, pues, en la actual Administración Clinton, he aquí un breve resumen de dicha presencia.
De los doce integrantes del Consejo Nacional de Seguridad, organismo sobre cuya importancia no será preciso extenderse, seis proceden de la oligarquía judía estadounidense:
  • Samuel Berger, vicepresidente del Consejo
  • Martin Indik, responsable del área de Oriente Medio
  • Don Steinberg, director del área africana
  • Richard Feinbert, al frente del departamento de Hispanoamérica
  • Stanley Ross, jefe del departamento de Asia
  • Dan Schifte, director del departamento de Europa Occidental
En los servicios de asistencia y asesoramiento a la Presidencia del gobierno figuran:
  • Abner Mikve, en calidad de Attorney (Fiscal) General
  • Ricky Seidman, como responsable de la agenda presidencial
  • Phil Leida, jefe adjunto del Estado Mayor
  • Robert Rubin, consejero de Economía
  • David Heiser, director del servicio de Prensa
En el Departamento de Estado la lista es numerosísima, pudiendo subrayarse los nombres de:
  • Peter Tarnoff, subsecretario de Estado
  • Lawrence Summers
  • Mans Kurtzer
  • Dennis Ross
  • Jehuda Mirski
  • Tom Miller
Otros altos cargos dignos de mención son:
  • Rehm Emmanuel, consejero personal y eminencia gris de Clinton
  • Miky Kantor, ministro de Comercio
  • Robert Reich, ministro de Trabajo
  • Cotie Stuart Eizenstat, embajador ante la CEE
  • Louis French, director del FBI
  • Madeleine Albright, embajadora en la ONU
  • Laura Tyson, al frente del Consejo Económico
A la vista de esta realidad, y en su calidad de buen conocedor de los entresijos de la política estadounidense, éstos eran los comentarios vertidos sobre el particular por un destacado analista político en cierto medio informativo:
"Hace algunas semanas, el rabino de la sinagoga Adath Yisraël, de Washington, pronunciaba un sermón en el Centro Cultural y Político judío en el curso del cual celebró el hecho de que los judíos norteamericanos tomen parte en las decisiones políticas a todos los niveles de la Administración Clinton, señalando textualmente que los Estados Unidos no son un Gobierno de goyim (no-judíos), sino una Administración donde los judíos participan enteramente en las decisiones políticas a todos los niveles".
Tras pasar revista al panorama político estadounidense y subrayar explícitamente la influencia en el mismo del lobby judío, el citado analista añadía:
"La influencia sionista no sólo se manifiesta en el ámbito político. También es considerable en los medios de comunicación, donde un gran número de responsables de programas televisivos, así como la mayor parte de los redactores jefes, corresponsales y comentaristas son judíos.... La misma preeminencia se encuentra en las instituciones universitarias, en los centros de investigación, en los servicios de seguridad, en la industria cinematográfica y en los medios artísticos y literarios".
Naturalmente, todos estos comentarios no pueden ser más que infundíos malintencionados de algún elemento fascistoide y antijudaico, como diría cualquier "bien-pensante" de pesebre al uso.
En efecto, el autor de los mismos fue el analista hebreo Bar Yosef, colaborador del rotativo israelí Maariv, en cuyo número del 2-9-1994 apareció su artículo.

29.11.13

Una noche de edén


de Horacio Quiroga



No hay persona que escriba para el público que no haya tenido alguna vez una visión maravillosa. Yo he gozado por dos veces de este don. Yo vi una vez un dinosaurio, y recibí otra vez la visita de una mujer de seis mil años. Las palabras que me dirigió, después de pasar una noche entera conmigo, constituyen el tema de esta historia.

Su voz llegóme no sé de dónde, por vía radioestelar, sin duda, pero la percibí por vulgar teléfono, tras insistentes llamadas a altas horas de la noche. He aquí lo que hablamos: -¡Hola! comencé.

-¡Por fin! -respondió una voz ligeramente burlona, y evidentemente de mujer-. Ya era tiempo...

-¿Con quién hablo? -insistí.

-Con una señora. Debía bastarle esto...

-Enterado. ¿Pero qué señora?

-¿Quiere usted saber mi nombre?

-Precisamente.

-Usted no me conoce.

-Estoy seguro.

-Soy Eva.

Por un momento me detuve.

-¡Hola! -repetí.

-¡Sí, señor!

-¿Habla Eva?

-La misma.

--Eva... ¿Nuestra abuela?

-¡Sí, señor, Eva sí!

Entonces me rasqué la cabeza. La voz que me hablaba era la de una persona muy joven, con un timbre dulcísimamente salvaje.

-¡Hola! -repetí por tercera vez.

-¡Sí!

-Y esa voz... fresca... ¿es suya?

-¡Por supuesto!

-¿Y lo demás?

-¿Qué cosa?

- El cuerpo...

-¿Qué tiene el cuerpo?

Bien se comprende mi titubeo; no demuestra sobrado ingenio el recordarle su cuerpo a una dama anterior al diluvio. Sin embargo:

-Su cuerpo... ¿fresco también?

-¡Oh, no! ¿Cómo quiere usted que se parezca al de esas señoritas de ahora que le gustan a usted tanto?

Debo advertir aquí que esa misma noche, en una reunión mundana, yo me había erigido en campeón del sentimiento artístico de la mujer. Con un calor poco habitual en mí, había sostenido que el arte en el hombre, totalmente estacionado después de recorrer cuatro o cinco etapas alternativas e iguales en suma, había proseguido su marcha ascendente de emociones en la mujer. Que en su indumentaria, en sus vestidos, en el corte de sus trajes, en el color de las telas, en la sutilísima riqueza de sus adornos, debía verse, vital y eterno, el sentimiento del arte.

Esto había dicho yo. ¿Pero cómo lo sabía ella?

-Lo sé -me respondió-, porque todos ustedes piensan lo mismo. Igual pensaba Adán.

-Pero creo entender -repuse- que en el paraíso no había más mujer que usted...

-¿Y usted qué sabe?

Cierto; yo nada sabía. Y ella parecía muy segura. Así es que cambié de tono.

-Quisiera verla... -dije.

-¿A quién?

-A usted.

-¿A mí?

-Sí.

-¡Ah!, es usted también curioso... Le voy a causar horror.

-Aunque me lo cause...

-Es que... (Y aquí una larga pausa)... no estoy vestida. ¿Comprende usted? En el fondo del espacio donde me hallo... Y además, soy demasiado vieja para no infundir horror.. aun a usted. Puedo sin embargo vestirme, si usted me proporciona ropas, con una condición...

-¡Todas!

-Oh, muy pocas... Que me lleve con usted a ver señoras bien vestidas... como se visten ahora. ¡Oh, condescienda usted!... Hace miles de años que tengo este deseo, pero nunca como... desde anoche. Antes nos preocupábanos muy poco del vestido... Ahora ha llegado la mujer al límite en el sentimiento del arte.

Mis propias palabras, como se ve.

-Desde ese oscuro fondo del tiempo y del espacio -argüí-, ¿cómo?

-La serpiente de Adán, señor mío...

-¿De Adán? No, señora; suya.

-No, de Adán. De las mujeres son yararás que usted conoce, y una que otra serpiente de cascabel...

-Crotalus terrificus- observé.

-Eso es. Pero no son las víboras, sino el maravilloso vestido de la mujer de ahora lo que deseo ver. No puedo imaginarme qué puede ser ese arte sutil que enloquece a las personas como usted.

Por segunda o tercera vez la ilustre anciana la emprendía conmigo. ¿Qué hacer? Yo podía proporcionar a mi interlocutora las ropas que esperaba de mí, y podía también proseguir la aventura que llegaba hasta mí desde el fondo de la eternidad, a través de un trivial teléfono.

Fue lo que hice. Coloqué a su pedido las ropas tras el biombo de la chimenea, y bruscamente surgió ella ante mí, envuelta hasta los pies en negro manto. Llevaba antifaz con encaje, y en las manos guantes negros. Yo podía haber presentido, de fijar un instante más los ojos en su silueta, lo que había en realidad de esquelético en aquella fosca aparición. No lo hice, y procedí mal.

Sin ver, pues, más que aquella decrépita figura, terriblemente arrepentido de mi condescendencia, salimos del escritorio, y media hora más tarde llegábamos a una casa de mi relación, cuyas tres hermosísimas chicas reunían esa noche a unos cuantos amigos.

Lo que fue toda esa sesión: mi presencia en compañía de una ilustre anciana que por razones de estado deseaba conservar el incógnito; la burlesca estupefacción de las chicas que charlaban sin perder de vista al fenómeno; los esfuerzos míos para alejar de la situación un ridículo inexorable, las sonrisitas cruzadas de las damas ojeándonos sin cesar a la momia y a mí, toda esa interminable noche fue mucho más larga de sufrir que de contar.

Regresamos a casa sin haber cambiado una palabra, ni en el auto ni en los instantes en que dejé el sobretodo sobre una silla, y el sombrero no sé dónde. Pero cuando me hube sentado de costado al fuego, sin mirar otra cosa que el hogar de la chimenea y disgustado hasta el fondo de mi alma, la dama, del pie, tomó entonces la palabra.

-Yo me voy, señor -me dijo- Ni por mi situación ni por mi edad estoy en estado de permanecer más en su compañía, Por grata que me sea, pues no soy desagradecida. He visto lo que deseaba, y me vuelvo. Pero antes de partir deseo que usted oiga algunas palabras.

"Ustedes, los hombres, se han hartado de proclamar que la coquetería es patrimonio de las hijas de Eva, -culpa mía, si usted quiere- y que el mundo marcha mal desde que la primera mujer coqueteó con la serpiente... Yo podría aclarar este concepto, pero no quiero volver sobre una historia demasiado vieja ... aun para mí. Puedo decir, no obstante, que el adorno, la coquetería en la mujer, era una cosa muy sencilla, pues no teníamos para coquetear más que la cabellera. Después hubo otras muchas cosas... Pero a pesar de nuestra orfandad al respecto, algo pude hacer con mis diecisiete años... Usted debe saberlo por la Biblia.

"Pues bien: desde mucho tiempo atrás yo quería reencarnar en la vida contemporánea; mas era indispensable para ello, que viera cómo se visten las mujeres de ahora.

"¿Qué podía hacer yo, con mi pobre coquetería del Paraíso, con mis escasos adornos de muchacha anterior al diluvio? Por esto, y desesperanzada ya de reencarnar por largo tiempo con una nueva vida, he tomado la determinación de hacerlo por unas breves horas, y he elegido las horas pasadas para ponerme en contacto con el escritor que me escucha... y con las señoritas que gustan a ese escritor.

"Por lo poco que he visto, el mundo de ustedes ha progresado inmensamente en seis mil años, y hay ahora cosas admirables. Lo que no hay, óigame usted bien, es progreso en el adorno de la mujer. Ustedes lo creen así, porque dichos adornos cuestan dinero. En mi época, una chica estaba bien vestida cuando, a más de ser bella, llevaba en los cabellos flores o plumas de garza, tapados de pieles sobre los hombros, sartas de perlas en el cuello, y un abanico de grandes plumas en la diestra.

"Hoy, señor enamorado, después de seis mil años de febril progreso, de incalculables esfuerzos de la inteligencia y del arte, de sutiles refinamientos estéticos, hoy las mujeres bien vestidas llevan, exactamente como en las edades salvajes, plumas en la cabeza, pieles en los hombros, piedras en el cuello, flores en la cabeza y grandes plumas en la mano.

"¿Dónde está el progreso, quiere usted decirme? ¿Qué ha inventado de nuevo la mujer actual? ¿En qué revela su decantado refinamiento de arte?

"¡Bah, señor! Ustedes se dejan engañar a sabiendas, con su devoción feminista; pero salvo uno que otro detalle, la dama original y elegante de hoy debe recurrir fatalmente para su adorno a los miserables elementos del oscuro mundo primitivo: las pieles, las plumas, las piedritas que brillan.

"Y no sólo no se ha conquistado nada, sino que se ha rebajado el valor de tales adornos. El valor de una piel sedosa está en la fatiga que ha costado el obtenerla. El amante primitivo que a costa de su sangre conquistó al animal mismo, la piel para adornar con ella a su amada, consagró con ese precio el alto valor del adorno. Es bella la piel en los hombros de una muchacha porque el hombre que la amaba se desangró por conseguírsela. Este es su valor, como el de una obra de arte cualquiera, que para ser tal debe dejar exhausto un corazón.

"Hoy no es la muchacha más amada la que le luce la piel, sino aquella cuyo padre tiene más dinero. Y volveré a la nada en que he dormido seis mil años, sin comprender cómo las amigas de usted, y las otras y todas las mujeres de hoy, sienten tanto orgullo de lucir una piel que no ha conquistado el varón que aman, sino que han debido pagar muy caro al peletero; y sin comprender tampoco como ustedes los hombres no se mueren de vergüenza cuando se sienten orgullosos de ver a sus novias lucir un adorno que ustedes mismos han sido incapaces de obtener, y por el que otro hombre, también joven y buen mozo como ustedes dio todo su valor y su sangre en una cacería salvaje.

"Sólo esto quería decirle. Ahora, señor, me vuelvo. Le he sido a usted demasiado cargosa con mi ancianidad y mis tonterías para que no conserve usted de mí ni el recuerdo..." Permanecí impasible, sin apartar los ojos del fuego.

-¿Quiere usted, sin embargo, guardar un vago recuerdo mío? Lo autorizaría a usted a sacarme una fotografía...

Dijo; y sin hacerme rogar de nuevo, pues deseaba concluir de una vez con aquel atroz absurdo, me levanté, también sin mirar a la dama, volví con la máquina, y a toda prisa apreté el obturador.

¡Por fin! Eché una mirada salvadora al biombo que debía ocultarla de nuevo.

-¡Oh, esta vez no hay necesidad! -murmuró ella-. Con que cierre usted un instante los ojos, basta...

¡Los cerré con rabia, y cuando los abrí no había ya nadie allí!

Aquí concluye la historia. Y lo que sigue no es sino un eterno remordimiento.

Al hallarme solo, me hallé también sin sueño por el resto de la noche.

Y mitad por distracción, mitad por curiosidad fotográfica, revelé la placa.

¡Oh! ¿Qué razón no ha concebido a Eva desnuda como el cielo, virgen y hermosísima en la primera alba del Edén?

No una decrépita momia envuelta en negro: una criatura de diecisiete años, indescriptiblemente pura y curiosa, era lo que revelaba la fotografía. Y yo no había sabido verlo.

Al día siguiente, a las mismas altas horas de la noche, el teléfono sonó.

Era ella.

Cuanto alcanza un hombre a expresar de remordimiento, lo expresé en mi largo discurso.

-¡Vuelva! -supliqué por toda conclusión.

-No puedo -repuso ella. Y más burlonamente aún-: Estoy desnuda...

-Yo cazaré tigres para usted...

-¿Usted, cazar tigres ?... Usted es un cazador de historietas y no siempre verosímiles... Pero le estoy muy agradecida, sin embargo. Y si alguna vez vuelvo...

La voz se cortó. No oí más. Ni al día siguiente, ni después, nunca.

23.11.13

ANTIGUOS GNÓSTICOS DISCÍPULOS DE JESÚS REVELAN LA RAZÓN DE LA NEGACIÓN DE LOS EXTRATERRESTRES EN LA SOCIEDAD OCCIDENTAL

por Pierre Bertrand

•                     ¿Por qué la "corriente principal" de la ciencia sigue negando la existencia histórica y permanente de contacto extraterrestre con seres humanos en la Tierra?
•                     ¿Por qué los programas de ciencia en la televisión y en otros medios de comunicación masiva como revistas, siguen manteniendo la aparente "ficción" que la humanidad todavía está en búsqueda de vida inteligente en el universo más allá de la Tierra?
•                     Con esto en mente, en cuanto a la religión moderna, ¿por qué el cristianismo institucionalizado apoya esta denegación del contacto extraterrestre, como se manifiesta en los "ovnis"?
Los antiguos discípulos gnósticos de Jesús críticamente iluminan esta negación.
Negación extraterrestre dentro de la ciencia occidental y el cristianismo, se manifiesta de una consciencia en la que los seres humanos han sido seducidos a buscar el poder materialista y la opresión contra los otros.
Los Gnósticos sugieren que esta seducción, ha sido amplificada por extraterrestres manipuladores, los gnósticos habían tratado de ayudar y advertir a la humanidad sobre estos seres malignos.

29.10.13

LA EPOPEYA DE LA CREACIÓN

Zecharia Sitchin

En la mayoría de los antiguos sellos cilindricos que se han encontrado, los símbolos de determinados cuerpos celestes, miembros de nuestro sistema solar, aparecen por encima de las figuras de dioses o humanos.
Un sello acadio del tercer milenio a.G, ahora en el Vorderasiatis-che Abteilung del Museo del Estado de Berlín Este (catalogado VA/ 243), se aparta de la forma habitual de representar los cuerpos celestes. No los muestra individualmente, sino como un grupo de once globos que circundan a una estrella grande y con rayos.
Evidentemente, es una representación del sistema solar, tal como lo conocían los súmenos: un sistema consistente en doce cuerpos celestes.
Fig. 99

Normalmente, nosotros representamos el sistema solar de forma esquemática, como una línea de planetas que se aleja del Sol a distancias crecientes. Pero si representáramos los planetas, no en una línea, sino uno después de otro en un círculo (el más cercano, Mercurio, en primer lugar, después Venus, luego la Tierra, etc.), el resultado se parecería al de la (Todos los dibujos son esquemáticos y no a escala; las órbitas planetarias en los dibujos que siguen son circulares en vez de elípticas para facilitar la representación.) Si echamos un segundo vistazo a la ampliación del sistema solar representado en el sello cilindrico VA/243, veremos que los «puntos» que circundan la estrella son, en realidad, globos cuyos tamaños y orden se adecúan al sistema solar representado en la

Fig. 100

El Pequeño Mercurio viene seguido por un Venus más grande. La Tierra, con el mismo tamaño de Venus, está acompañada por la Pequeña Luna. A continuación, en el sentido contrario al de las agujas del reloj, Marte se muestra correctamente, algo más pequeño que la Tierra pero más grande que la Luna o Mercurio.

Fig. 101

La antigua representación nos muestra después un planeta desconocido para nosotros, considerablemente más grande que la Tierra, aunque más pequeño que Júpiter y Saturno, que se ven con toda claridad a continuación. Aún más lejos, otro par se corresponde perfectamente a nuestros Urano y Neptuno. Por último, el pequeño Plutón está también ahí, pero no donde lo situamos nosotros ahora (después de Neptuno), sino entre Saturno y Urano.
Tratando a la Luna como a un cuerpo celeste más, esta representación sumeria da cuenta plena de todos los planetas que conocemos, los sitúa en el orden correcto (con la excepción de Plutón), y los muestra por tamaño.
Sin embargo, esta representación de 4500 años de edad insiste también en que había -o ha habido- otro planeta importante entre Marte y Júpiter. Como mostraremos después, éste es el duodécimo planeta, el planeta de los nefilim.
Si este mapa celeste sumerio se hubiera descubierto y estudiado hace dos siglos, los astrónomos habrían pensado que los sumerios estaban totalmente desinformados, al imaginar, estúpidamente, que había más planetas después de Saturno. Ahora, no obstante, sabemos que Urano, Neptuno y Plutón están realmente ahí.
¿Imaginaron los sumerios las otras discrepancias, o estaban correctamente informados por los nefilim de que la Luna era un miembro del sistema solar por derecho propio, Plutón estaba situado cerca de Saturno y había un Duodécimo Planeta entre Marte y Júpiter?
La teoría largo tiempo sustentada de que la Luna no era más que «una pelota de golf helada» no se descartó hasta después de la conclusión de varias misiones Apolo a la Luna. Hasta aquel momento, las mejores conjeturas consistían en que la Luna era un trozo de materia que se había separado de la Tierra cuando ésta era aún de material fundido y maleable. Si no hubiera sido por el impacto de millones de meteoritos, que dejaron cráteres en la superficie de la Luna, ésta habría sido un trozo de materia sin rostro, sin vida y sin historia que se solidificó y sigue a la Tierra desde siempre.
Sin embargo, las observaciones hechas por satélites no tripulados han comenzado a poner en duda estas creencias tanto tiempo manejadas. Al final, se llegó a la conclusión de que la composición química y mineral de la Luna era suficientemente diferente de la de la Tierra como para poner en duda la teoría de la «separación».
Los experimentos realizados en la Luna por los astronautas norteamericanos, y el estudio y análisis del suelo y de las muestras de rocas que trajeron, han determinado, más allá de toda duda, que la Luna, aunque en la actualidad estéril, fue alguna vez un «planeta vivo». Al igual que la Tierra, tiene diferentes capas, lo que significa que se solidificó desde su propio estadio original de materia fundida. Al igual , que la Tierra, generaba calor, pero mientras que el calor de la Tierra proviene de sus materiales radiactivos, «cocidos» en el interior de la Tierra bajo una tremenda presión, el calor de la Luna proviene, según parece, de capas de materiales radiactivos que se encuentran muy cerca de la superficie. Sin embargo, estos materiales son demasiado pesados para haber ascendido hasta ahí. Entonces, ¿cómo se llegaron a depositar tan cerca de la superficie de la Luna?
El campo gravitatorio lunar parece ser errático, como si inmensos trozos de materias pesadas (como el hierro) no se hubieran hundido de modo uniforme hasta su centro, sino que estuvieran dispersos. Pero, ¿podríamos preguntar a través de qué proceso o fuerza? Existen evidencias que indicarían que las antiguas rocas de la Luna estuvieron magnetizadas. También existen evidencias de que los campos magnéticos se cambiaron o invirtieron. ¿Ocurrió esto a través de algún proceso interno desconocido, o por medio de alguna influencia externa indeterminada?
Los astronautas del Apolo 16 descubrieron que las rocas lunares (llamadas brechas) eran el resultado de la destrucción de la roca sólida y su posterior soldadura gracias a un calor extremo y repentino. ¿Cuándo y cómo se hicieron añicos y se refundieron estas rocas? Otros materiales de la superficie de la Luna son ricos en los poco frecuentes potasio y fósforo radiactivos, materiales que en la Tierra se encuentran a grandes profundidades.
Reuniendo todos estos descubrimientos, los científicos afirman ahora que la Luna y la Tierra, formadas más o menos con los mismos elementos y más o menos por el mismo tiempo, evolucionaron como cuerpos celestes separados. En opinión de los científicos de la Administración Nacional de la Aeronáutica y el Espacio de los Estados Unidos (N.A.S.A.), la Luna evolucionó «normalmente» durante sus primeros 500 millones de años. Luego, dijeron (tal como se informó en The New York Times),
El período más catastrófico llegó hace 4.000 millones de años, cuando cuerpos celestes del tamaño de grandes ciudades y pequeños países se estrellaron en la Luna y formaron sus inmensas cuencas y sus altísimas montañas.
Las ingentes cantidades de materiales radiactivos dejados por las colisiones comenzaron a calentar la roca por debajo de la superficie, fundiendo enormes cantidades de ésta y forzando mares de lava a través de las grietas de la superficie.
El Apolo 15 encontró un deslizamiento de rocas en el cráter Tsio-lovsky seis veces más grande que cualquier deslizamiento de rocas en la Tierra. El Apolo 16 descubrió que la colisión que creó el Mar de Néctar depositó escombros hasta a 1.600 kilómetros de distancia.
El Apolo 17 alunizó cerca de un acantilado ocho veces más alto que cualquiera de la Tierra, lo que significa que se formó por un terremoto ocho veces más violento que cualquier otro terremoto en la historia de la Tierra.
Las convulsiones que siguieron a este suceso cósmico continuaron durante unos 800 millones de años, de modo que la composición y la superficie de la Luna adoptaron por fin su forma helada hace alrededor de 3.200 millones de años.
Así pues, los sumerios tenían razón al representar a la Luna como un cuerpo celeste por derecho propio. Y, como pronto veremos, también nos dejaron un texto que explica y describe la catástrofe cósmica a la que se refieren los expertos de la NASA.
Al planeta Plutón se le ha denominado «el enigma». Mientras que las órbitas de los demás planetas alrededor del Sol se desvían sólo un poco del círculo perfecto, la desviación («excentricidad») de Plutón es tal que tiene la órbita más extensa y elíptica del sistema solar. Mientras que los demás planetas orbitan al Sol más o menos dentro del mismo plano, la órbita de Plutón tiene una inclinación nada menos que de 17 grados.
Debido a estos dos rasgos atípicos de su órbita, Plutón es el único planeta que corta la órbita de otro planeta, Neptuno.
En tamaño, Plutón se encuentra en realidad dentro de la clase «satélite». Su diámetro, 5.800 kilómetros, no es mucho mayor que el de Tritón, un satélite de Neptuno, o Titán, uno de los diez satélites de Saturno. Debido a sus inhabituales características, se ha llegado a sugerir que este «inadaptado» podría haber comenzado su vida celeste como un satélite que, de algún modo, escapó a su dueño y tomó por sí mismo una órbita alrededor del Sol.
Y esto, como vamos a ver, es realmente lo que sucedió, según los textos sumerios.
Y ahora llegamos al climax de nuestra búsqueda de respuestas a antiquísimos sucesos celestes: la existencia del Duodécimo Planeta.
Por asombroso que parezca, nuestros astrónomos han estado buscando evidencias que indiquen que, ciertamente, existió una vez un planeta entre Marte y Júpiter.
A finales del siglo xviii, antes incluso del descubrimiento de Neptuno, varios astrónomos demostraron que «los planetas estaban situados a determinadas distancias del Sol, según una ley definida». Este planteamiento, que llegó a ser conocido como Ley de Bode, convenció a los astrónomos de que debió de haber un planeta dando vueltas en un lugar donde, hasta entonces, no se sabía que hubiera existido un planeta -es decir, entre las órbitas de Marte y Júpiter.
Animados por estos cálculos matemáticos, los astrónomos se pusieron a explorar los cielos en la zona en la que debería de estar «el planeta perdido». En el primer día del siglo xix, el astrónomo italiano Giuseppe Piazzi descubrió, exactamente en la distancia indicada, un planeta muy pequeño (776 kilómetros de un extremo a otro) al que llamó Ceres. Hacia 1804, el número de asteroides («planetas pequeños») encontrados allí ascendía a cuatro; hasta la fecha, se han contado cerca de 3.000 asteroides en órbita alrededor del Sol, en lo que ahora llamamos el cinturón de asteroides. Sin duda, son los restos de un planeta que se hizo añicos. Los astrónomos rusos le han llamado Faetón («cuadriga»).
Aunque los astrónomos están seguros de la existencia de tal planeta, no son capaces de explicar su desaparición. ¿Acaso estalló él solo? Pero, entonces, los pedazos habrían salido despedidos en todas direcciones y no habrían conformado un simple cinturón. Si fue una colisión lo que destruyó al planeta desaparecido, ¿dónde está el cuerpo celeste responsable de tal colisión? ¿Se hizo añicos también? Pero los restos que siguen dando vueltas alrededor del Sol, si se suman, no son suficientes para formar ni siquiera un planeta, y mucho menos dos. Por otra parte, si los asteroides son los restos de dos planetas, deberían de haber conservado la revolución axial de los dos planetas. Pero todos los asteroides tienen la misma rotación axial, con lo que se indica que todos ellos provienen del mismo cuerpo celeste. Así pues, ¿cómo se hizo pedazos el planeta desaparecido, y qué fue lo que lo destruyó?
Las respuestas a estos misterios se nos han transmitido desde la antigüedad.
Hace cosa de un siglo, cuando se descifraron los textos encontrados en Mesopotamia, se tomó conciencia inesperadamente de que allí, en Mesopotamia, había textos que no sólo eran equiparables a algunas secciones de las Sagradas Escrituras, sino que también las precedían. En 1872, con Die Keilschriften und das alte Testament, Eberhard Schráder dio inicio a una avalancha de libros, artículos, conferencias y debates que se prolongaron durante medio siglo. ¿Hubo algún lazo, en alguna época ancestral, entre Babilonia y la Biblia? Los titulares afirmaban provocativamente: BABEL UND BIBEL.
Entre los textos descubiertos por Henry Layard en las ruinas de la biblioteca de Assurbanipal en Nínive, había uno que hacía un rela- to de la Creación no muy diferente del Libro del Génesis. Las tablillas rotas, las primeras que consiguió recomponer y publicar George Smith en 1876 (The Chaldean Génesis), demostraban concluyentcmente que sí que había existido un texto acadio, escrito en el antiguo dialecto babilonio, que relataba cómo cierta deidad había creado el Cielo y la Tierra, y todo sobre la Tierra, incluido el Hombre.
En la actualidad, hay una vasta bibliografía que compara el texto mesopotámico con la narración bíblica. La deidad babilonia hizo su trabajo, si no en seis «días», sí, al menos, en lo que abarcan seis tablillas; y en paralelo al bíblico séptimo día de descanso de Dios, en el que disfrutó de su obra, la epopeya mesopotámica dedica una séptima tablilla a la exaltación de la deidad babilonia y de sus logros. No en vano, L. W. King tituló su autorizada obra sobre el tema The Seven Tablets ofCreation, Las Siete Tablillas de la Creación.
Conocido ahora como «La Epopeya de la Creación», este texto fue conocido en la antigüedad por las palabras con las que comienza, Enuma Elish («Cuando en las alturas»). El relato bíblico de la Creación comienza con la creación del Cielo y la Tierra; el relato mesopotámico es una verdadera cosmogonía, pues trata de los eventos previos y nos lleva hasta el comienzo de los tiempos:
Enuma elish la nabu shamamu
Cuando, en las alturas, el Cielo no había recibido nombre
Shaplitu ammatum shunta la zakrat
Y abajo, el suelo firme [la Tierra] no había sido llamado
Fue entonces, según nos cuenta la epopeya, cuando dos cuerpos celestes primigenios dieron a luz a una serie de «dioses» celestes. A medida que el número de seres celestes aumentaba, hacían más ruido y causaban más conmoción, perturbando al Padre Primigenio. Su fiel mensajero le urgió a que adoptara fuertes medidas disciplinarias con los dioses jóvenes, pero éstos se confabularon contra él y le robaron sus poderes creadores. La Madre Primigenia intentó vengarse. El dios que dirigió la revuelta contra el Padre Primigenio tuvo una nueva idea: invitar a su joven hijo a unirse a la Asamblea de los Dioses y darle la supremacía, para que fuera a combatir así, sin ayuda, al «monstruo» en que se había convertido su madre.
Aceptada la supremacía, el joven dios -Marduk, según la versión babilonia- se enfrentó al monstruo y, tras un feroz combate, la venció y la partió en dos. Con una parte de ella hizo el Cielo, y con la otra la Tierra.
Después, proclamó un orden fijo en los cielos, asignando a cada dios celeste una posición permanente. En la Tierra, creó las montañas, los mares y los ríos, estableció las estaciones y la vegetación, y creó al Hombre.
Babilonia y su altísimo templo se construyeron como un duplicado de la Morada Celeste en la Tierra. A dioses y a mortales se les dieron encargos, mandatos y rituales a seguir. Entonces, los dioses proclamaron a Marduk como la deidad suprema, y le concedieron los «cincuenta nombres» -las prerrogativas y el rango numérico de la Enlildad.
A medida que se iban encontrando y traduciendo más tablillas y fragmentos, se fue haciendo evidente que el texto no era una simple obra literaria, sino el relato épico histórico-religioso más sagrado de Babilonia, que se leía como parte de los rituales del Año Nuevo. La versión babilonia pretendía propagar la supremacía de Marduk al convertirle en el héroe del relato de la Creación. Sin embargo, esto no fue siempre así. Existen bastantes evidencias que indican que la versión babilonia de la epopeya fue una falsificación por motivos político-religiosos de una versión sumeria anterior en la que Anu, Enlil y Ninurta eran los héroes.
Sin embargo, a despecho del nombre de los actores de este drama celeste y divino, el relato es, ciertamente, tan antiguo como la civilización sumeria. La mayoría de los expertos lo ven como una obra filosófica -la versión más antigua de la eterna lucha entre el bien y el mal-, o como un cuento alegórico del invierno y el verano en la naturaleza, del amanecer y el ocaso, de la muerte y la resurrección.
Pero, ¿por qué no tomarse literalmente este relato épico, ni más ni menos que como la declaración de hechos cosmológicos tal como los conocían los sumerios, tal como se los habían transmitido los nefi-lim? Si utilizamos este audaz enfoque, nos encontraremos con que «La Epopeya de la Creación» explica a la perfección los eventos que, probablemente, tuvieron lugar en nuestro sistema solar.
El escenario en el que se despliega el drama celeste de Enuma Elish es el universo primigenio. Los actores celestes son los que crean, así como los que son creados. Primer Acto:
Cuando, en las alturas, el Cielo no había recibido nombre,
y abajo, el suelo firme [la Tierra] no había sido llamado;
nada, salvo el primordial APSU, su Engendrador,
MUMMU y TIAMAT -la que les dio a luz a todos;
sus aguas se entremezclaron.
Ninguna caña se había formado aún, ni tierra pantanosa había aparecido.
Ninguno de los dioses había sido traído al ser aún,
nadie llevaba un nombre, sus destinos eran inciertos;
fue entonces cuando se formaron los dioses en medio de ellos.
Con unos cuantos trazos hechos con el estilo de caña sobre la primera tablilla de arcilla -con nueve cortas líneas-, el antiguo cronista-poeta se las ingenia para sentarnos en el centro de la primera fila, y, de forma audaz y dramática, sube el telón del espectáculo más majestuoso que se haya visto: la Creación de nuestro sistema solar.
En la inmensidad del espacio, los «dioses» -los planetas- estaban aún por aparecer, por ser nombrados, por tener sus «destinos» -sus órbitas- fijados. Sólo existían tres cuerpos: «el primordial AP.SU» («el que existe desde el principio»), MUM.MU («el que nació») y TIAMAT («la doncella de la vida»). Las «aguas» de Apsu y Tiamat se mezclaron, y el texto aclara que no se refiere a las aguas en las que crecen las cañas, sino más bien a las aguas primordiales, los elementos básicos generadores de vida del universo.
Apsu, por tanto, es el Sol, «el que existe desde el principio».
El más cercano a él es Mummu. El relato deja claro más adelante que Mummu era el ayudante de confianza y emisario de Apsu: una buena descripción de Mercurio, el pequeño planeta que gira con rapidez alrededor de su gigante señor. De hecho, ésta era la idea que los antiguos griegos y romanos tenían del dios-planeta Mercurio: el rápido mensajero de los dioses.
Bastante más lejos estaba Tiamat. Ella era el «monstruo» que Marduk despedazaría más tarde, el «planeta desaparecido», Pero en los tiempos primordiales fue la verdadera Virgen Madre de la primera Trinidad Divina.
El espacio entre ella y Apsu no estaba vacío; estaba henchido con los elementos primordiales de Apsu y Tiamat. Estas «aguas» «se entremezclaron», y se formaron dos dioses celestes -planetas- en el espacio entre Apsu y Tiamat.
Sus aguas se entremezclaron...
Los dioses se formaron en medio de ellos:
el dios LAHMU y el dios LAHAMU nacieron;
por su nombre se les llamó.
Etimológicamente, los nombres de estos dos planetas provienen de la raíz LH.M («hacer la guerra»). Los antiguos nos legaron la leyenda de que Marte era el Dios de la Guerra y Venus la Diosa tanto del Amor como de la Guerra. LAHMU y LAHAMU eran, de hecho, nombres masculino y femenino respectivamente, con lo que la identidad de los dos dioses de la epopeya y los planetas Marte y Venus se confirman tanto etimológica como mitológicamente. También se confirma astronómicamente, dado que el «planeta desaparecido» Tiamat estaba situado más allá de Marte. Ciertamente, Marte y Venus están situados en el espacio que hay entre el Sol (Apsu) y «Tiamat». Podemos ilustrar esto siguiendo el mapa celeste sumerio.


Fig. 103

Después, prosiguió el proceso de formación del sistema solar. Lahmu y Lahamu -Marte y Venus- nacieron pero, incluso
Antes de que hubieran crecido en edad
y en estatura hasta el tamaño señalado,
el dios ANSHAR y el dios KISHAR fueron formados,
sobrepasándoles [en tamaño].
Cuando se alargaron los días y se multiplicaron los años,
el dios ANU se convirtió en su hijo -de sus antepasados un rival.
Entonces, el primogénito de Anshar, Anu,
como su igual y a su imagen engendró a NUDIMMUD.
Con una sequedad sólo igualada por la precisión narrativa, el Primer Acto de la epopeya de la Creación ha sido rápidamente representado ante nuestros ojos. Se nos ha informado que Marte y Venus iban a crecer sólo hasta un tamaño limitado; pero, incluso antes de que su formación se completara, otros dos planetas se formaron. Los dos eran planetas majestuosos, como lo evidencian sus nombres -AN.SHAR («príncipe, el primero de los cielos») y KI.SHAR («el primero de las tierras firmes»). Éstos aventajaban en tamaño al primer par, «sobrepasándoles» en estatura. La descripción, los epítetos y la situación de este segundo par los identifica fácilmente como Saturno y Júpiter.

Fig. 104

Después, pasó algún tiempo («se multiplicaron los años»), y nació un tercer par de planetas. Primero llegó ANU, más pequeño que Anshar y Kishar («su hijo»), pero mayor que los primeros planetas («de sus antepasados un rival» en tamaño). Después, Anu engendró, a su vez, a un planeta gemelo, «su igual y a su imagen». La versión babilonia nombra al planeta NUDIMMUD, un epíteto de Ea/Enki. Una vez más, las descripciones de tamaño y situación se adecúan al siguiente par de planetas de nuestro sistema solar, Urano y Neptuno.
Pero aún hubo otro planeta que se sumó a estos planetas exteriores, aquel al que llamamos Plutón. «La Epopeya de la Creación» ya se ha referido a Anu como «primogénito de Anshar», dando a entender que aún había otro dios planetario «nacido» de Anshar/ Saturno.
La epopeya alcanza a esta deidad celeste más adelante, cuando relata cómo Anshar envió a su emisario GAGA en varias misiones a otros planetas. En función y en estatura, Gaga tiene el aspecto del emisario de Apsu, Mummu; esto nos recuerda las muchas similitudes que hay entre Mercurio y Plutón. Gaga, por tanto, era Plutón; pero los sumerios, en su mapa celeste, no situaban a Plutón más allá de Neptuno, sino junto a Saturno, del que era su «emisario» o satélite.

Fig. 105

Cuando el Primer Acto de «La Epopeya de la Creación» tocaba a su fin, había un sistema solar compuesto por el Sol y nueve planetas:
SOL -Apsu, «aquel que existía desde el principio».
MERCURIO -Mummu, consejero y emisario de Apsu.
VENUS -Lahamu, «dama de las batallas».
MARTE - Lahmu, «deidad de la guerra».
¿? -Tiamat, «doncella que dio la vida».
JÚPITER -Kishar, «el primero de las tierras firmes».
SATURNO -Anshar, «el primero de los cielos».
PLUTÓN -Gaga, consejero y emisario de Anshar.
URANO -Anu, «él de los cielos»
NEPTUNO -Nudimmud (Ea), «creador ingenioso».
¿Dónde estaban la Tierra y la Luna? Todavía tenían que crearse, como producto de una futura colisión cósmica.
Con el final del majestuoso drama del nacimiento de los planetas, los autores de la Creación épica suben el telón para el Segundo Acto, en un drama de confusión celeste. La recién creada familia de planetas estaba lejos aún de ser estable. Los planetas gravitaban entre sí; estaban convergiendo sobre Tiamat, alterando y poniendo en peligro los cuerpos primordiales.
Los hermanos divinos se agruparon;
perturbaban a Tiamat con sus avances y retiradas.
Alteraban el «vientre» de Tiamat
con sus cabriolas en las moradas del cielo.
Apsu no podía rebajar el clamor de ellos;
Tiamat había enmudecido con sus maneras.
Sus actos eran detestables...
Molestas eran sus maneras.
Nos encontramos aquí con referencias obvias a órbitas erráticas. Los nuevos planetas «avanzaban y se retiraban»; se acercaban demasiado entre ellos («se agruparon»); interferían con la órbita de Tiamat; se acercaban demasiado a su «vientre»; sus «maneras» eran molestas. Aunque era Tiamat la que estaba en mayor peligro, Apsu también encontró «detestables» las maneras de los planetas, y anunció su intención de «destruir, destrozar sus maneras». Se reunió con Mummu y consultó con él en secreto. Pero los dioses oyeron por casualidad «todo lo que habían tramado entre ellos», y el complot para destruirles les hizo enmudecer. El único que no perdió su ingenio fue Ea. Pensó en una estratagema para «verter el sueño en Apsu». A los otros dioses celestes les gustó el plan, y Ea «dibujo un mapa preciso del universo», lanzando un hechizo divino sobre las aguas primordiales del sistema solar.
¿En qué consistió este «hechizo» o fuerza ejercida por «Ea» (el planeta Neptuno) -entonces, el planeta más externo- mientras orbi-taba al Sol y circundaba a todos los demás planetas? ¿Acaso su propia órbita alrededor del Sol afectó al magnetismo solar y, con ello, sus emisiones radiactivas? ¿O es que el mismo Neptuno emitió, al ser creado, ingentes radiaciones de energía? Fueran cuales fuesen los efectos, en la epopeya se les comparó con algo así como «verter el sueño» -un efecto calmante- en Apsu (el Sol). Incluso, «Mummu, el Consejero, fue incapaz de moverse».
Como en el relato bíblico de Sansón y Dalila, el héroe, vencido por el sueño, se convirtió en presa fácil y le robaron sus poderes. Ea se movió con rapidez para quitarle a Apsu su papel creador. Apagando, según parece, las ingentes emisiones de materia primordial del Sol, Ea/Neptuno «le arrancó la tiara a Apsu y le quitó el manto de su halo». Apsu fue «vencido». Mummu ya no pudo deambular. Fue «atado y abandonado», un planeta sin vida al lado de su señor.
Al privar al Sol de su creatividad -al detener el proceso de emisión de energía y materia para formar más planetas-, los dioses trajeron una paz temporal en el sistema solar. Más tarde, la victoria se simbolizó cambiando el significado y la situación del Apsu. A partir de entonces, este epíteto se le aplicó a la «Morada de Ea». Cualquier planeta adicional podría venir solamente a través del nuevo Apsu -desde «lo Profundo»- desde los lejanos reinos del espacio que vislumbraba el más lejano de los planetas.
¿Cuánto tiempo pasó antes de que la paz celeste se rompiera de nuevo? La epopeya no lo dice, pero prosigue, casi sin pausas, y sube el telón del Tercer Acto:
En la Cámara de los Hados, el lugar de los Destinos,
un dios fue engendrado, el más capaz y sabio de los dioses;
en el corazón de lo Profundo fue MARDUK creado.
Un nuevo «dios» celeste -un nuevo planeta- se une ahora al reparto. Se formó en lo Profundo, lejos, en el espacio, en una zona donde se le había conferido movimiento orbital -un «destino» de planeta. Fue atraído hasta el sistema solar por el planeta más lejano: «El que lo engendró fue Ea» (Neptuno). El nuevo planeta era digno de contemplar:
Su silueta era encantadora, brillante el gesto de sus ojos;
Nobles eran sus andares, dominantes como los de antaño...
Grandemente se le exaltó por encima de los dioses, rebasándolo todo.
Era el más noble de los dioses, el más alto;
sus miembros eran enormes, era excesivamente alto.
Surgiendo desde el espacio exterior, Marduk era aún un planeta recién nacido, que escupía fuego y emitía radiaciones. «Cuando movía los labios, estallaba el fuego».
A medida que Marduk se acercaba a los demás planetas, «éstos lanzaban sobre él sus impresionantes relámpagos», y él brillaba con fuerza, «vestido con el halo de diez dioses». Su aproximación levantó emisiones eléctricas y de otros tipos de entre los otros miembros del sistema solar. Y una sola palabra aquí nos confirma el proceso de descifrado de la epopeya de la Creación: Diez cuerpos celestes le esperaban -el Sol y sólo nueve planetas.
El relato épico nos lleva ahora a lo largo de la veloz carrera de Marduk. En primer lugar, pasa cerca del planeta que le ha «engendrado», que ha tirado de él hacia el sistema solar, el planeta Ea/Nep-tuno. A medida que Marduk se acerca a Neptuno, la atracción gravi-tatoria de éste sobre el recién llegado crece en intensidad.
Neptuno tuerce el sendero de Marduk, «haciéndolo bueno para sus objetivos».
Marduk debía de estar todavía en una fase muy dúctil en aquella época. Cuando pasó junto a Ea/Neptuno, el tirón gravitatorio provocó una protuberancia en el costado de Marduk, como si tuviera «una segunda cabeza».
No obstante, este fragmento de Marduk no se desgajó de la masa principal durante el tránsito; pero, cuando Marduk llegó a las inmediaciones de Anu/Urano, algunos trozos de materia se desprendieron de él, dando como resultado la formación de cuatro satélites de Marduk. «Anu extrajo y dio forma a los cuatro lados, relegando su poder al líder del grupo». Llamados «vientos», los cuatro fueron lanzados en una rápida órbita alrededor de Marduk, «arremolinándose como un torbellino».
El orden del tránsito -primero por Neptuno, después por Urano-indica que Marduk estaba entrando en el sistema solar no en la dirección orbital del sistema (en sentido contrario a las manecillas del reloj), sino en dirección opuesta, en el sentido de las manecillas del reloj. Siguiendo el nuevo sendero, el recién llegado no tardó en verse atrapado por las inmensas fuerzas gravitatorias y magnéticas del gigante Anshar/Saturno y, luego, de Kishar/Júpiter. Su sendero se curvó aún más hacia dentro, hacia el centro del sistema solar, hacia Tiamat.

Fig. 106

La aproximación de Marduk pronto comenzó a alterar a Tiamat y a los planetas interiores (Marte, Venus, Mercurio). «Él produjo corrientes, alteró a Tiamat; los dioses no descansaban, llevados como en una tormenta».
Aunque las líneas de este texto tan antiguo están parcialmente deterioradas en este punto, aún podemos leer que el planeta que se acercaba «diluyó las vitales de aquellos... pellizcó sus ojos». La misma Tiamat «iba de un lado a otro muy turbada» -su órbita, evidentemente, se alteró.
La atracción gravitatoria del gran planeta que se acercaba no tardó en despojar de trozos a Tiamat. De mitad de ella emergieron once «monstruos», un tropel «rugiente y furioso» de satélites que «se separaron» de su cuerpo y «marcharon junto a Tiamat». Preparándose para afrontar el embate de Marduk, Tiamat «los coronó con halos», dándoles el aspecto de «dioses» (planetas).
De especial importancia para la epopeya y la cosmogonía mesopotámica fue el principal satélite de Tiamat, que recibió el nombre de KINGU, «el primogénito entre los dioses que formaron la asamblea de ella».
Ella elevó a Kingu,
en medio de ellos lo hizo grande...
El alto mando en la batalla
confió a su mano.
Sujeto a las conflictivas fuerzas gravitatorias, este gran satélite de Tiamat comenzó a moverse hacia Marduk. El que se le concediera a Kingu una Tablilla de Destinos -un sendero planetario propio- es lo que más disgustó a los planetas exteriores. ¿Quién le había concedido a Tiamat el derecho de dar a luz nuevos planetas?, preguntó Ea. El le llevó el problema a Anshar, el gigante Saturno.
Todo lo que Tiamat había conspirado, a él se lo repitió:
«...ella ha creado una Asamblea y ha montado en cólera...
les ha dado armas incomparables, ha dado a luz monstruos-dioses...
además once de esta clase ha dado a luz;
de entre los dioses que formaban su Asamblea,
ella ha elevado a Kingu, su primogénito, le ha hecho jefe...
le ha dado una tablilla de destinos, se la ha sujetado al pecho».
Volviéndose a Ea, Anshar le preguntó si podría ir a matar a Kingu. La respuesta se ha perdido debido a una rotura en las tablillas; pero parece ser que Ea no satisfizo a Anshar, pues lo siguiente que tenemos del relato nos muestra a Anshar dirigiéndose a Anu (Urano) para averiguar si él aceptaría «ir y enfrentarse a Tiamat». Pero Anu «fue incapaz de enfrentarla y se volvió».
En los agitados cielos, crece la confrontación; un dios después de otro se apartan a un lado. ¿Acaso nadie va a darle batalla a la furiosa Tiamat?
Marduk, después de pasar Neptuno y Urano, se acerca ahora a Anshar (Saturno) y sus amplios anillos. Esto le da a Anshar una idea: «Aquel que es potente será nuestro Vengador; aquel que es agudo en la batalla:
¡Marduk, el héroe!» Al ponerse al alcance de los anillos de Saturno («él besó los labios de Anshar»), Marduk
responde:
«¡Si yo, realmente, como vuestro Vengador
he de vencer a Tiamat, he de salvar vuestras vidas,
convoca una Asamblea para proclamar mi Destino supremo!»
La condición era atrevida pero simple: Marduk y su «destino» -su órbita alrededor del Sol- debían tener la supremacía entre todos los dioses celestes. Fue entonces cuando Gaga, el satélite de Anshar/ Saturno -y futuro Plutón-, se desvió de su curso:
Anshar abrió la boca,
a Gaga, su Consejero, una palabra dirigió...
«Ponte en camino, Gaga,
toma tu puesto ante los dioses,
y lo que yo te cuente
repíteselo a ellos».
Acercándose a los otros dioses/planetas, Gaga les instó a «fijar su veredicto para Marduk». La decisión fue la que se preveía: lo único que ansiaban los dioses era que alguien diera la cara por ellos. «¡Marduk es rey!», gritaban, y le instaron a que no perdiera más tiempo: «¡Ve y acaba con la vida de Tiamat!»
El telón se levanta ahora para el Cuarto Acto, la batalla celeste.
Los dioses habían decretado el «destino» de Marduk; la combinación de fuerzas gravitatorias había determinado que el sendero orbital de Marduk no tuviera más que una salida: hacia la «batalla», una colisión con Tiamat.
Como corresponde a un guerrero, Marduk se preparó con diversas armas. Llenó su cuerpo con una «llama ardiente»; «construyó un arco... al que sujetó una flecha... frente a sí puso al rayo»; y «después hizo una red con la que envolver a Tiamat». Todo esto no eran más que nombres comunes para lo que sólo podían ser fenómenos celestes -las descargas eléctricas que se darían los planetas mientras convergían o el tirón gravitatorio (una «red») de uno sobre otro.
Pero las principales armas de Marduk eran sus satélites, los cuatro «vientos» con los que Urano le proveyó cuando Marduk pasó junto a él: Viento Sur, Viento Norte, Viento Este, Viento Oeste. Al pasar junto a los gigantes, Saturno y Júpiter, y sujeto a sus tremendas fuerzas gravitatorias, Marduk «sacó» tres satélites más -
Viento del Mal, Torbellino y Viento Incomparable.
Utilizando sus satélites como una «cuadriga tormenta», «lanzó los vientos que había hecho nacer, los siete».
Los adversarios estaban dispuestos para la batalla.
El Señor salió, siguió su curso;
Hacia la furiosa Tiamat dirigió su rostro...
El Señor se acercó para explorar el lado interno de Tiamatlos
planes de Kingu, su consorte, apreciar.
Pero a medida que los planetas se iban acercando entre sí, el curso de Marduk se hizo errático:
Mientras observaba, su curso se vio afectado,
su dirección se distrajo, sus actos eran confusos.
Incluso los satélites de Marduk comenzaron a virar fuera de curso:
Cuando los dioses, sus ayudantes,
que marchaban a su lado,
vieron al valiente Kingu, su visión se hizo borrosa.
¿Acaso los combatientes no iban a encontrarse después de todo?
Pero la suerte estaba echada, los cursos llevaban inevitablemente a la colisión. «Tiamat lanzó un rugido»... «el Señor levantó la desbordante tormenta, su poderosa arma». Cuando Marduk estuvo más cerca, la «furia» de Tiamat creció; «las raíces de sus piernas se sacudían adelante y atrás». Ella empezó a lanzar «hechizos» contra Marduk -el mismo tipo de ondas celestes que Ea había usado antes contra Apsu y Mummu. Pero Marduk siguió acercándose.
Tiamat y Marduk, los más sabios de los dioses,
avanzaban uno contra otro;
prosiguieron el singular combate,
se aproximaron para la batalla.
El relato nos lleva ahora a la descripción de la batalla celeste, en los momentos previos a la creación del Cielo y la Tierra.
El Señor extendió su red para atraparla;
el Viento del Mal, el de más atrás, se lo soltó en el rostro.
Cuando ella abrió la boca, Tiamat, para devorarloél
le clavó el Viento del Mal para que no cerrara los labios.
Los feroces Vientos de tormenta cargaron entonces su vientre;
su cuerpo se dilató; la boca se le abrió aún más.
A través de ella le disparó él una flecha, le desgarró el vientre;
le cortó las tripas, le desgarró la matriz.
Teniéndola así sojuzgada, su aliento vital él extinguió.
Aquí, por tanto,

Fig. 107

está la teoría más original para explicar los enigmas celestes con los que aún nos enfrentamos. Un sistema solar inestable, compuesto por el Sol y nueve planetas, fue invadido por un gran planeta del espacio exterior, Ea primer lugar, se encontró con Neptuno; al pasar junto a Urano, el gigante Saturno y Júpiter, su curso se desvió en gran medida en dirección hacia el centro del sistema solar, al tiempo que sacaba siete satélites. Y entró en un curso inalterable de colisión con Tiamat, el siguiente planeta en línea.
Pero los dos planetas no chocaron entre sí, un hecho de cardinal importancia astronómica: fueron los satélites de Marduk los que chocaron con Tiamat, y no el mismo Marduk. Ellos «dilataron» el cuerpo de Tiamat, haciéndole una amplia hendidura. A través de estas fisuras en Tiamat, Marduk disparó una «flecha», un «rayo divino», una inmensa descarga eléctrica que saltó como una chispa desde el energéticamente cargado Marduk, el planeta que estaba «lleno de brillantez». Haciéndose camino hasta las tripas de Tiamat, este rayo «extinguió su aliento vital» -neutralizó las fuerzas y campos eléctricos y magnéticos de Tiamat y los «extinguió».
El primer encuentro entre Marduk y Tiamat dejó a ésta resquebrajada y sin vida; pero su destino final estaba aún por determinar en futuros encuentros entre los dos. Kingu, líder de los satélites de Tiamat, se enfrentaría por separado. Pero el destino de los otros diez satélites más pequeños de Tiamat se determinó en aquel momento.
Después de matar a Tiamat, la líder,
su grupo fue destruido, su hueste hecha pedazos.
Los dioses, los auxiliares que marchaban al lado de ella,
temblando de miedo,
dieron la espalda para salvar y preservar sus vidas.
¿Acaso podemos identificar a esta hueste «destruida... rota» que temblaba y «daba la espalda» -es decir, invertía sus direcciones?
Quizás así podamos ofrecer una explicación a otro misterio más de nuestro sistema solar: el fenómeno de los cometas. Pequeños globos de materia, los cometas vienen a ser los «miembros rebeldes» del sistema solar, pues no parecen obedecer a ninguna de las normas de circulación. Las órbitas de los planetas alrededor del Sol son (con la excepción de Plutón) casi circulares; las órbitas de los cometas están estiradas, y, en la mayoría de los casos, lo están mucho -hasta el punto de que algunos de ellos desaparecen de nuestra vista durante cientos o miles de años. Los planetas (con la excepción de Plutón) orbitan al Sol en el mismo plano general; las órbitas de los cometas se sitúan en muchos planos diferentes. Y lo más significativo es que, mientras que todos los planetas que conocemos circundan al Sol en la misma dirección (contraria a las manecillas del reloj), muchos cometas se mueven en sentido inverso.
Los astrónomos no pueden decirnos cuál fue la fuerza o cuál fue el suceso que creó a los cometas y los arrojó a sus inusuales órbitas.
Nuestra respuesta: Marduk. Barriendo en sentido inverso, en su propio plano orbital, despedazó, destruyó la hueste de Tiamat hasta convertirla en pequeños cometas, afectándoles con su campo gravitatorio, con la llamada red:
Al echarles la red, se encontraron atrapados...
A todo el grupo de demonios que había marchado junto a ella
les puso grilletes, sus manos ató...
Estrechamente rodeados, no podían escapar.
Después de acabar la batalla, Marduk le quitó a Kingu la Tablilla de los Destinos (la órbita independiente de Kingu) y se la puso en su propio pecho: su curso se había desviado hasta convertirse en una órbita solar permanente. De cuando en cuando, Marduk estaba obligado a volver al escenario de la batalla celeste. Después de «vencer» a Tiamat, Marduk navegó por los cielos, en el espacio exterior, alrededor del Sol, para volver a pasar por los planetas exteriores: Ea/Neptuno, «cuyo deseo realizó Marduk», Anshar/Saturno, «cuyo triunfo estableció Marduk». Después, su nuevo sendero orbital devolvió a Marduk al escenario de su triunfo, «para afianzar su presa sobre los dioses vencidos», Tiamat y Kingu.
Cuando el telón está a punto de levantarse para el Quinto Acto es el momento en el cual el relato bíblico del Génesis se une al relato mesopotámico de «La Epopeya de la Creación» -aunque, hasta ahora, no se había tomado conciencia de ello; pues es justo en este punto donde comienza realmente el relato de la Creación de la Tierra y el Cielo.
Al completar su primera órbita alrededor del Sol, Marduk «volvió entonces a Tiamat, a la que había sometido».
El Señor se detuvo a ver su cuerpo sin vida.
Dividir al monstruo él, entonces, ingeniosamente planeó.
Después, como un mejillón, la desgarró en dos partes.
El mismo Marduk golpeó esta vez al derrotado planeta, partiendo en dos a Tiamat, separándole el «cráneo» o parte superior. Después, otro de los satélites de Marduk, el llamado Viento Norte, se estrelló contra la mitad separada. El fuerte golpe se llevó a esta parte destinada a convertirse en la Tierra- hasta una órbita donde ningún planeta había orbitado antes:
El Señor puso su pie sobre la parte posterior de Tiamat;
con su arma le separó el cráneo;
cercenó los canales de su sangre;
e hizo que el Viento Norte lo llevara
a lugares que habían sido desconocidos.
¡La Tierra había sido creada!
La parte inferior tuvo otra suerte: en la segunda órbita, Marduk golpeó convirtiéndola en pedazos

Fig. 108

La [otra] mitad la levantó como pantalla para los cielos:
encerrándolos juntos, como vigías los estacionó...
Dobló la cola de Tiamat para formar la Gran Banda como un brazalete.
Los trozos de esta mitad rota fueron repujados hasta convertirlos en un «brazalete» en los cielos, actuando como una pantalla entre los planetas interiores y los exteriores. Se extendieron en una «gran banda». Se había creado el cinturón de asteroides.
Astrónomos y físicos reconocen la existencia de grandes diferencias entre los planetas interiores o «terrestres» (Mercurio, Venus, la Tierra y su Luna, y Marte) y los planetas exteriores (Júpiter, etc.), dos grupos separados por un cinturón de asteroides. También encontramos en la epopeya sumeria el antiquísimo reconocimiento de estos fenómenos.
Pero, además, se nos ofrece por primera vez una explicación cos-mogónica-científica coherente de los acontecimientos celestes que llevaron a la desaparición del «planeta perdido» y a la resultante creación del cinturón de asteroides (además de los cometas) y de la Tierra. Después de que Marduk partiera a Tiamat en dos con sus satélites y sus descargas eléctricas, otro satélite le empujó la mitad superior a una nueva órbita, dando origen así a la Tierra; después, Marduk, en su segunda órbita, hizo pedazos la parte inferior y la esparció en una gran banda celeste.
Todos los enigmas que se han mencionado tienen respuesta en «La Epopeya de la Creación», descifrada de este modo. Además, también disponemos de respuesta a la pregunta de por qué los continentes de la Tierra se concentran en uno de sus lados mientras, en el lado opuesto, queda una enorme cavidad (el lecho del Océano Pacífico). Las referencias constantes a las «aguas» de Tiamat son también esclarecedoras. A ella se le llamó el Monstruo del Agua, y esto explicaría por qué la Tierra, como parte de Tiamat, fue dotada también con esta agua. De hecho, algunos estudiosos modernos denominan a la Tierra «Planeta Océano», pues es el único de los planetas conocidos del sistema solar que ha sido bendecido con estas aguas dadoras de vida.
Por novedosas que puedan parecer estas teorías cosmológicas, fueron hechos aceptados por los profetas y sabios cuyas palabras pueblan el Antiguo Testamento. El profeta Isaías recordó «los días de antaño» cuando el poder del Señor «partió a la Altiva, hizo dar vueltas al monstruo del agua, secó las agua de Tehom-Raba»-
Llamando al Señor Yahveh «mi rey de antaño», el salmista interpretó en unos cuantos versos la cosmogonía de la epopeya de la Creación. «Por tu poder, las aguas tú dispersaste; al líder de los monstruos del agua quebraste».
Tiamat ha sido desgarrada: su mitad despedazada es el Cielo -el Cinturón de Asteroides; la otra mitad, la Tierra, es empujada a una nueva órbita por el «Viento Norte», uno de los satélites de Marduk. El principal satélite de Tiamat, Kingu, se convierte en la Luna de la Tierra; el resto de satélites componen ahora los cometas.
Y Job rememoraba al Señor celestial cuando hirió a «los esbirros de la Altiva»; y, con una sofisticación agronómica impresionante, ensalzó al Señor, que:
El dosel repujado extendió en el lugar de Tehom,
la Tierra suspendió en el vacío...
Su poder detuvo las aguas,
su energía partió a la Altiva;
su Viento extendió el Brazalete Repujado;
su mano extinguió al sinuoso dragón.
Los expertos bíblicos reconocen ahora que el hebreo Tehom («profundidad del agua») proviene de Tiamat, que Tehom-Raba significa «gran Tiamat», y que la comprensión bíblica de los acontecimientos primitivos se basa en las épicas cosmológicas sumerias. Habría que aclarar también que, por encima de todos estos paralelos, se encuentran los primeros versículos del Libro del Génesis, donde se dice que el Viento del Señor se cernía sobre las aguas de Tehom, y que el relámpago del Señor (Marduk en la versión babilonia) iluminó la oscuridad del espacio al golpear y quebrar a Tiamat, creando a la Tierra y a Rakia (literalmente, «el brazalete repujado»). Esta banda celeste (hasta ahora traducida como «firmamento») recibe el nombre de «el Cielo».
El Libro del Génesis (1:8) afirma explícitamente que es a este «brazalete repujado» a lo que el Señor llamó «cielo» (shamaim). Los textos acadios también denominan a esta zona celeste «el brazalete repujado» (rakkis), y dicen que Marduk extendió la parte inferior de Tiamat hasta que junto los extremos, uniéndolos para formar un gran círculo permanente. Las fuentes sumerias no dejan lugar a dudas cuando hablan del «cielo», en concreto, como algo diferente del concepto general de cielos y espacio. Para ellos, el «cielo» era el cinturó-n de asteroides.
La Tierra y el cinturón de asteroides son «el Cielo y la Tierra» que aparecen tanto en las referencias bíblicas como mesopotámicas, creados cuando Tiamat fue desmembrada por el Señor celeste.
Tras el empujón que le dio a la Tierra el Viento Norte de Marduk para llevarla a su nueva posición celeste, la Tierra obtuvo su propia órbita alrededor del Sol (dando como resultado las estaciones) y recibió su rotación axial (dándonos el día y la noche). Los textos meso-potámicos afirman que una de las tareas de Marduk después de crear la Tierra fue que «asignó [a la Tierra] los días del Sol y estableció los recintos del día y la noche». El concepto bíblico es idéntico:
Y dijo Dios:
«Haya Luces en el Cielo repujado,
para dividir entre el Día y la Noche;
y que sean señales celestes
para las Estaciones, para los Días y para los Años».
En la actualidad, los expertos creen que, tras convertirse en un planeta, la Tierra era una esfera ardiente de volcanes en erupción que llenaban la atmósfera de brumas y nubes. Cuando la temperatura descendió, los vapores se convirtieron en agua, separando la faz de la Tierra en tierra seca y océanos.
La quinta tablilla del Enuma Elish, desgraciadamente mutilada, proporciona exactamente la misma información científica. Al describir los chorros de lava como la «saliva» de Tiamat, la epopeya de la Creación sitúa correctamente este fenómeno antes de la formación de la atmósfera, de los océanos de la Tierra y de los continentes. Después de que «las aguas de las nubes se reunieron», se formaron los océanos, y los «fundamentos» de la Tierra -los continentes- se elevaron.
Cuando tuvo lugar «la realización del frío» -la bajada de temperaturas-, aparecieron la lluvia y la niebla. Mientras tanto, la «saliva» seguía manando, «haciendo capas», conformando la topografía de la Tierra. Una vez más, el paralelismo bíblico es evidente:
Y dijo Dios:
«Que se reúnan las aguas bajo los cielos,
en un lugar, y que aparezca la tierra seca».
Y así fue.
La Tierra, con océanos, continentes y atmósfera, estaba preparada ahora para la formación de montañas, ríos, manantiales y valles. Atribuyendo la totalidad de la Creación al Señor Marduk, el Enuma Elish prosigue la narración:
Poniendo la cabeza de Tiamat [la Tierra] en posición,
él elevó las montañas encima.
Abrió manantiales, y torrentes para sacar el agua.
De los ojos de ella dejó salir el Tigris y el Eufrates.
Con sus ubres formó las altas montañas,
perforó manantiales para pozos, para sacar agua.
En perfecto acuerdo con los descubrimientos actuales, tanto el Libro del Génesis como el Enuma Elish, y otros textos mesopotámi-cos, sitúan el comienzo de la vida en las aguas, seguido por «criaturas vivientes que bullan» y «aves que vuelen».
No antes de esto aparecieron en la Tierra «criaturas vivientes de cada especie: ganado, cosas reptantes y bestias», culminando con la aparición del Hombre, el último acto de la creación.
Como parte del nuevo orden celeste sobre la Tierra, Marduk «hizo aparecer al divino Luna... nombrándolo para señalar la noche y definir los días cada mes».
¿Quién era este dios celeste? El texto le llama SHESH.KI («dios celeste que protege a la Tierra»). En la epopeya, no existe mención previa de un planeta con este nombre; no obstante, éste dios está «dentro de su (de ella) presión celeste [campo gravitatorio]». ¿Y a quién se refiere ese «su»: a Tiamat o Tierra?
Los papeles de, y las referencias a, Tiamat y la Tierra parecen ser intercambiables. La Tierra es Tiamat reencarnada. De la Luna se dice que es el «protector» de la Tierra; que es exactamente el papel que le asignó Tiamat a Kingu, su satélite jefe. La epopeya de la Creación excluye concretamente a Kingu de la «hueste» de Tiamat que fue destruida y diseminada, poniéndolos en movimiento inverso alrededor del Sol como cometas.
Tras completar su primera órbita y volver al escenario de la batalla, Marduk decretó la suerte de Kingu:
Y a Kingu, que había sido el principal entre ellos, lo hizo encoger;
como al dios DUG.GA.E lo consideró.
Le quitó la Tablilla de los Destinos,
que no era legítimamente suya.
Marduk, por tanto, no destruyó a Kingu. Lo castigó quitándole su órbita independiente, órbita que Tiamat le había concedido cuando creció en tamaño. A pesar de ser encogido, empequeñecido, Kingu siguió siendo un «dios» -un miembro planetario del sistema solar. Sin una órbita, no podía hacer otra cosa que volver a ser satélite. Y nos atrevemos a sugerir que Kingu se fue en compañía de la parte superior de Tiamat cuando éste fue arrojada a su nueva órbita (como el nuevo planeta Tierra). Así pues, creemos que la Luna es Kingu, el antiguo satélite de Tiamat.
Convertido en un duggae celeste, Kingu fue despojado de sus elementos «vitales» -atmósfera, aguas, materiales radiactivos; encogió en tamaño y se convirtió en «una masa de arcilla sin vida». Estos términos sumerios describen a la perfección a la Luna, a su historia, recientemente descubierta, y a la suerte que recayó sobre este satélite que comenzó siendo KIN.GU («gran emisario») y terminó siendo DUG.GA.E («olla de plomo»).
L. W. King {The Seven Tablets of Creation) informó de la existencia de tres fragmentos de una tablilla astronómica-mitológica que ofrecían otra versión de la batalla de Marduk con Tiamat, y en los que había algunos versos que trataban del modo en que Marduk despachó a Kingu. «Kingu, su esposo, con un arma no de guerra cortólas Tablillas del Destino del Kingu cogió en sus manos». En una revisión y traducción posterior del texto, hecha por B. Landesberger (en 1923, en el Archiv für Keilschriftforschung), se demostró que los nombres Kingu/Ensu/Luna eran intercambiables.
Estos textos no sólo confirman nuestra conclusión de que el principal satélite de Tiamat se convirtió en la Luna; también explican los descubrimientos de la NASA referentes a una inmensa colisión en la que «cuerpos celestes del tamaño de grandes ciudades se estrellaron en la Luna». Tanto los descubrimientos de la NASA como el texto descubierto por L. W. King describen a la Luna como «el planeta que quedó desolado».
Se han encontrado también sellos cilindricos que representan la batalla celeste, que muestran a Marduk luchando con una feroz deida-d femenina. En una de tales representaciones se ve a Marduk disparando su relámpago a Tiamat, con Kingu, claramente identificado como la Luna, intentando proteger a Tiamat, su creadora.

Fig. 109

Esta evidencia gráfica de que la Luna y Kingu eran el mismo satélite se reforzó más tarde con el hecho etimológico de que el nombre del dios SIN, asociado en épocas tardías con la Luna, provenía de SU.EN
(«señor de la tierra desolada»).
Habiendo dispuesto de Tiamat y de Kingu, Marduk, una vez más, «cruzó los cielos e inspeccionó las regiones». Esta vez, su atención se centró en «la morada de Nudimmud» (Neptuno), para determinar un «destino» final a Gaga, el antiguo satélite de Anshar/Saturno que fue convertido en «emisario» para los demás planetas.
La epopeya nos informa que, como uno de sus últimos actos en los cielos, Marduk asignó a este dios celeste «a un lugar oculto», a una órbita desconocida hasta entonces que daba a «lo profundo» (el espacio exterior), y le confió «la consejería de la Profundidad de las Aguas». En la línea de su nueva posición, el planeta se renombró como US.MI («aquel que muestra el camino»), el planeta más exterior, nuestro Plutón.
Según la epopeya de la Creación, Marduk alardeó en cierto instante diciendo: «Los caminos de los dioses celestes voy a alterar ingeniosamente... en dos grupos se dividirán».
Y, ciertamente, lo hizo. Eliminó de los cielos a la primera pareja-en-la-Creación del Sol, Tiamat. Trajo a la existencia a la Tierra, llevándola a una nueva órbita, más cercana al Sol. Repujó un «brazalete» en los cielos - el cinturón de asteroides que separa al grupo de los planetas interiores del grupo de los planetas exteriores.
Convirtió a la mayoría de los satélites de Tiamat en cometas, y a su satélite principal, Kingu, lo puso en órbita alrededor de la Tierra para convertirse en la Luna. Y cambió de lugar un satélite de Saturno, Gaga, para convertirlo en el planeta Plutón, confiriéndole algo de sus propias características orbitales (como la de su plano orbital diferente).
Los enigmas de nuestro sistema solar -las cavidades oceánicas de la Tierra, la devastación de la Luna, las órbitas inversas de los cometas, los misteriosos fenómenos de Plutón- son perfectamente explicables a través de la epopeya de la Creación mesopotámica, si la desciframos del modo en que lo hemos hecho aquí.
Así pues, habiendo «elaborado las posiciones» de los planetas, Marduk tomó para sí la «Posición Nibiru», y «cruzó los cielos e inspeccionó» el nuevo sistema solar. Ahora se componía de doce cuerpos celestes, con doce Grandes Dioses como homólogos.

Fig. 110



capitulo VII del 12 Planeta