27.11.10

El chico artificial cap.2

Capitulo I

de Bruce Sterling

II

HACIA la tercera hora antes del amanecer me hallaba en la zona más norteña de la isla, en Muchas Mansiones, el desgarbado habitáculo de piedra de mi amigo y patrón, Mr. Manies. Me fascinaba el vigor de mi amigo, su gusto por la vida en esos parajes agrestes. Como siempre, su preciosa casita a la orilla del mar estaba frecuentada por toda clase de sirvientes, huéspedes, clientes, aduladores y sicofantes, pornoestrellas en alza y ambiciosos productores de vídeo; por no mencionar esas rarezas incalificables: animales domésticos alterados, los productos híbridos y mutantes de Manies, una variopinta muestra de terrarios y acuarios, grotescos hologramas vagabundos y un huésped, al menos, alienígena. A pesar de todo, sus famosísimos desayunos eran un relajo para él. Se le veía tranquilo y a gusto mientras cumplía sus obligaciones de anfitrión.
En total éramos cinco, lo habitual. Un grupo heterogéneo. Alruddin Spinney, el poeta, y Rufián Jack, el explorador, eran bastante conocidos y dos de los mejores amigos de Manies. Sin embargo, jamás había visto al Profesor Angélico de la Academia ni a Santa Ana Dos Veces Nacida, una refugiada política de Niwlind. Ambos habían bajado poco antes al planeta después de un largo y tedioso proceso de descontaminación en uno de los anillos orbitales.
Spinney era grande, corpulento, con una nuez de adán prominente y un pelo rojo y ensortijado. Tenía un aire de pacífica melancolía y sacaba frecuentemente de su bolsillo un trozo de carne roja que ofrecía a su mascota, una mantis verdosa de grandes patas, un pequeño monstruo que le seguía a todas partes. La mantis aceptaba el presente con la misma displicencia que su dueño, después comenzaba a mordisquear, respirando audiblemente por unos espiráculos tan grandes como mis dedos.
«La estrella de la mañana está preciosa esta noche ¿verdad?», dijo Rufián Jack mientras miraba desde la terraza la suave superficie coralina del mar. «¿Os he hablado alguna vez de cuando estuve allí?»
«Anda, ven». Money Manies reía. La conversación era su elemento. «Minamos esa estrella hace cuatrocientos años. No somos tontos. Quieres mofarte de nosotros con esas tonterías tuyas acerca de tu gran longevidad.»
«¿Quién ha dicho cuatrocientos años?», saltó Jack. «Estuve allí hace cincuenta. En mis años de flotante, ya sabes. Las últimas detonaciones fundieron su corteza, de ahí su alto albedo.» Rufián Jack me caía bien; podía haber sido un buen luchador. Se le podía perdonar su constante manía de mentir.
«Mr. Spinney», dijo el Profesor Angélico con su voz pedante y profunda, «¿está seguro que ese artrópodo ha sido también convenientemente descontaminizado? ¿Puedo preguntarle su área de origen? ¿Es acaso esa zona continental que nosotros llamamos familiarmente la Masa?»
«No sé, señor», dijo Spinney diplomático, dando palmadas a su animalito en el sólido caparazón transparente que cubría su enorme ojo compuesto. «El mar le había arrojado a los corales y se hallaba medio ahogado. De cualquier modo, le puedo asegurar que jamás he tenido curiosidad por sus gustos de la fauna bacteriana, si es a eso a lo que se refiere.»
«¿Cuál es su relación con la Masa?», preguntó Manies interesado.
«¿Mi relación? ¿Mi relación?», cortó Angélico. Parecía irritado; una de sus tres cámaras se aproximó, tomando un primer plano de rostro picado y sin color. «Soy un estudioso, señor. Me he doctorado en microbiología y sé algo de la epidemiología bacteriana. La Masa es la zona con el mayor grado de microorganismos del mundo, casi todos potencialmente hostiles al hombre. Y los insectos son los transmisores habituales de esas formas de vida.»
Spinney, sorprendido y envarado, puso un brazo protector sobre las verdosas articulaciones de su mascota. La mantis, cuyas mandíbulas trabajaban incansables, torció su delgado cuello para enfocar con uno de sus ojos compuestos al Profesor. Manies y Rufián Jack prorrumpieron en risas; incluso Santa Ana Dos Veces Nacida se permitió una breve sonrisa. «No causará problemas, Profesor», dijo Rufián Jack. «Mis investigaciones particulares me han demostrado que ésta especie de mantis es oriunda del extremo más oriental de Aeo. Fíjate en el moteado de sus articulaciones. Estamos completamente a salvo.»
«Es cierto, señor», dijo Angélico, visiblemente sorprendido por sus risas. «¿Acaso posee algún título académico?»
Rufián Jack frunció el ceño. «Soy un explorador», dijo con brusquedad. «Hasta la Academia necesita quien les informe.»
«Desde luego, Profesor», dijo Manies con voz seria. «Todos los aquí reunidos somos gente instruida y presiento que nos ha subestimado. Mi buen amigo Nimrod ha clasificado muchos especímenes de la fauna reveriana, aun a riesgo de su propia vida.» Las seis cámaras de Manies flotaron alrededor de Rufián Jack, encuadrándole; éste recobró su buen humor inmediatamente. «Mr. Spinney es un notable explorador y un distinguido poeta. Mi joven amigo, el Chico Artificial, ha escrito jugosos artículo sobre las armas de cadenas metálicas en la Revista de Brincología de Reveria y es uno de los mejores programadores de cámaras de nuestro planeta. Sería impertinente por mi parte que contara mis propios méritos, sólo diré que soy el autor del libro Teoría de Análisis Químico de la Clase Política, Santa Dos Veces Nacida es todavía extraña en nuestras costas pero estoy seguro que es tan inteligente como bonita. Y aquí está el desayuno.»
Dejamos el mirador y nos situamos alrededor de una mesa oval de madera. El programador de comida de Manies, Mr. Quizein, atravesó la puerta en su servosilla con los aperitivos. Quizein no podía levantarse de su silla hasta que las piernas no le crecieran de nuevo. Las había perdido recientemente al ser atacado por una raya mientras nadaba en los arrecifes. «Hola Quizein», dije. «No te dejas ver mucho últimamente.»
Quizein me ignoró mientras servía las entradas, almejas del tamaño de dedos con salsa roja. Cogí una con mis palillos. Estaba deliciosa.
Santa Ana no hizo ademán de comer, permanecía frente a mí con una expresión confundida en su ancho, pecoso rostro. Yo tenía una cámara siguiéndola. Money Manies, a cuyos ojos alertas y saltones no se le escapaban nada, dijo: «Mi querida Santa Ana, ¿acaso detecto síntomas de nostalgia en tu preciosa cara? Has pasado dos años en un anillo y todavía recuerdas tu tierra. Dinos qué es lo que te ha traído aquí. ¿Qué fuerza de Niwlind ha provocado tu exilio?»
Santa Ana se irguió con un gesto automático, barriendo los invisibles, oscuros miedos que se agazapaban tras ella. Dijo suavemente: «Sigo la senda de la justicia donde quiera me lleve. Si es a Revería, mejor. En Niwlind me dijeron que Revería es una especie de paraíso, que nadie tiene que trabajar y que el gobierno es una plutocracia invisible. Pero ahora creo que aquí hay mucho que hacer. Es verdad, Mr. Manies, añoro a mis pobres compañeros. Mi gobierno ha completado su policía genocídica y ha exterminado mi rebaño. Me hubiese gustado poder hacer más por ellos. Esa es la causa de mi melancolía.»
Manies dijo: «¿Te consideras entonces como una bienhechora de nuestro universo?» Ella movió la cabeza afirmativamente. Manies siguió: «Siempre he encontrado muy interesantes esa clase de doctrinas. Dinos algo más de tu obra. Está relacionada con especies alienígenas, ¿no es cierto? Esos que se llaman a sí mismos grazna-páramos, unas aves gigantes incapaces de volar ¿verdad? Y tú crees que son inteligentes, estás convencida que tienen un alma intangible, esencia, ánimo ¿No es así?»
Santa Ana tocó de nuevo las plumas de su pelo. «Eso dice mi corazón», dijo. «Y admito libremente que son, sin duda alguna, tan inteligentes como los humanos; pero tienen otro lugar en la esencia del universo. Es por esto por lo que he organizado conferencias para proteger su ecosistema. Nuestro gobierno es insensible y brutal y muchos de mis seguidores se vieron obligados a emplear métodos violentos. Yo fui arrestada y condenada. Se me mandó al exilio, y aquí estoy.»
Manies dijo: «¡Fascinante! Presumo que la mayoría de tus conciudadanos de Niwlind no comulgaban con tus ideas.»
«Cierto», dijo Santa Ana. «Los grazna no tienen lenguaje, o eso dicen. No tienen manos, ni utensilios, ni historia, ni arte. Se comen a los enfermos o mutilados —a menudo se producen estampidas— y atacan por igual a animales domésticos como a presas salvajes. Son irascibles, rugosos, feos. Oh, dicen muchas cosas poco halagüeñas.»
«Todas ciertas, entiendo», dijo Alruddin Spinney, haciendo una pausa para dar a su mantis una almeja.
«Sí», dijo Santa Ana. «Pero nunca han vivido con ellos en los páramos. Nunca les han visto danzar.»
«¿Te importaría decirme porqué esta amistad con los grazna-páramos?», preguntó Manies. «¿El porqué de esta curiosa inclinación?»
«¿Todas las formas de vida son sagradas?», dijo Santa Ana. «Sentí la llamada y la hice caso.»
«¿Cómo te preparaste para esa llamada? ¿Con un largo período de celibato?» Afirmó de nuevo. Los ojos de Manies brillaron. «¿Presumo que posees un aparato reproductor en perfecto estado?» Esta vez el movimiento afirmativo tardó un poco más.
«Suele pasar, y así lo demuestra mi experiencia», dijo Manies con un gesto impreciso. «Sugiero, querida Santa Ana, que tu altruismo y tu falta de sexualidad están íntimamente relacionados. Te felicito por tu hábil manipulación de ti misma.» Se comió otra almeja.
«Eso no es cierto», dijo Santa Ana. «Es verdad que he tratado de purificarme con la abstinencia, pero lo mejor de mí subsiste después de todo.»
«¿Tú crees?», dijo Manies. «Inténtalo. Deja que veamos cuanto de ti es innato y cuanto cultural; cuanto crece en ti sano y vigoroso y cuanto es modelado por los demás como un bonsai. Déjanos borrar todo vestigio de tu antidisciplina sexual. Mis pornoestrellas son seguramente las más hábiles de toda la humanidad. Podemos destruir tus miedos sexuales con drogas, querida Santa Ana; y después podrás volar como una gata salvaje entre sus recovecos. Te puedo asegurar que te va a encantar el cambio. Muchas mujeres son capaces de hacerse esclavas sólo para probarlo, pero yo te lo ofrezco a ti, libremente, con espíritu hedonista. Después podremos averiguar cuantos de tus miedos permanecen y qué queda de tu firmeza. ¿Te atreverías a embarcarte en ese viaje de exploración?»
Santa Ana dudó. Finalmente dijo: «Pienso que no pretende hacerme daño, Mr. Manies; así que controlaré mi enfado y mi repulsa. Espero que no vuelva a hacerme una oferta semejante de nuevo.»
Manies dijo sorprendido: «No he querido ofenderla, mi ofrecimiento era sincero y basado en una curiosidad meramente antropológica. ¿No es así, Jack?»
«Claro, claro», dijo Rufián Jack jugando indolentemente con el borde del mostacho. «Las aptitudes sexuales de Niwlind son fascinantes. Y si no, escuchad la siguiente historia que yo atestiguo personalmente», y empezó a contarnos una larga y bastante poco probable mentira que no acabó hasta que Quizein recogió los platos del aperitivo y nos dejó con unos cuencos de arroz con setas fritos con la sabrosa carne de los cangrejos de arena. Desde lejos nos llegó el brillante destello de la detonación de una isla flotante en algún lugar sobre el continente; escuchamos su profundo estallido.
«Es nuestra respuesta a la decadencia que dio a nuestra iglesia sus poderes morales», dijo Santa Ana. «Siempre he luchado en contra, y creo que éste mundo también necesita una profunda limpieza.»
«Necesitas un sitio donde poder llevar a cabo tu tarea», dijo Manies hospitalariamente. «¿Puedo ofrecerte mi casa? Advertiré a mis numerosos amigos y huéspedes acerca de tus hábitos; estoy seguro que harán un esfuerzo por no ofenderte.»
«No, gracias», dijo la santa. «Quiero ver ese pozo inmundo de depravación: la Zona Descriminalizada. He visto cintas de lo que sucede allí durante mi período de descontaminación. Creo que seré más necesaria allí.»
«¡Estás bromeando!», dije. «Porque tú, pequeña boba, vas a ser golpeada y violada antes de que des veinte pasos. La Zona es la Zona; no es un campo de juego para estúpidos y fanáticos locos.»
«Ahora sé dónde te he visto antes», dijo. «Reconozco tu voz. ¡Tú eres ese pequeño sujeto con la cabeza encrespada que golpeaba a esa mujer enorme y vociferante!»
«¿Has visto mi lucha con Chillona?», dije. «Entonces me has visto ganar. Me fracturó la espinilla, pero tan sólo eso. Ya está casi curada. Mira.» Puse mi pierna encima de la mesa y me quité los vendajes plásticos. No estaba vestido con mis ropas de combate, por lo tanto, había tardado en reconocerme.
«Ese artilugio alrededor de tu cuello», dijo. «Es exactamente igual que el que el Secretario Tanglin solía llevar para ejercitarse. ¡Incluso miras como él!»
Me sorprendí de su referencia a Tanglin. Me puse en guardia, entorné los ojos. «Soy su hijo», dije lentamente, recurriendo a la mentira. «Vino a Reveria hace treinta años.»
«¡Es horrible!», dijo tristemente. ¡Pensar que los huesos y la sangre de Rominuald han sido reducidos a esto! ¡Que lástima que haya muerto y que haya sido incapaz de elevarte, de darte algo de su excelente moral!», sacudió la cabeza. «Me das pena.»
Esto hizo que me enfadara. Un pequeño escalofrío en la parte trasera de mi cuello envió una corriente de electricidad estática a las terminales plastificadas de mi cabello. Esto hizo que se me erizase de inmediato. Manies, Spinney y Rufián Jack echaron para atrás sus sillas y se prepararon para retirarse. Mis cámaras se activaron y comenzaron a flotar en posición de combate sobre mí. «¿Qué sabes de Rominuald Tanglin?», dije.
«¡El Secretario Tanglin era mi ídolo!» dijo. «¡Era un gran líder, un gran hombre! Al menos, así era hasta que su esposa le destruyó deliberadamente y le volvió loco. ¡Hizo más por los grazna-páramos que cualquier otro hombre viviente!»
De repente, el Profesor Angélico, que había estado plácidamente ocupado con el arroz, apareció enfadado. «¿Rominuald Tanglin?», demandó. «¿El Rominuald Tanglin? ¿Tanglin el demagogo, el enemigo de la ciencia? ¿El hombre que condujo a aquel charlatán neutro, Crossbow, a la Disputa Gestalt? ¿Está relacionado de algún modo con Tanglin, joven?»
«Sí», dije. Puse ambas manos en mi nunchako y lo saqué por encima de mi cuello. «¿He oído que le llamabas charlatán neutro al Profesor Crossbow? Seguramente mis oídos me engañan.»
Angélico se enrabietó. «¿Pretendes amenazarme, jovencito?» (Escuché a Jack gruñir: «Oh Dios, lo ha hecho.») «¡Soy un científico, señor! ¡Estoy aquí con el beneplácito de Cabal y te advierto que ellos castigarán severamente cualquier tipo de agresión! ¡Mis cámaras están tomando todos tus movimientos y después enviaré las cintas a la Academia y a tu propio gobierno!»
No dije nada; me levanté y, utilizando mi nunchako, destrocé sus tres cámaras. Lo hice en dos segundos. Angélico estaba perplejo. Puse mi nunchako sobre mi cuello de nuevo y lo dejé colgando. Me senté. Spinney, Rufián Jack y Money Manies, que se habían apartado con celeridad tan pronto como cogí mi arma, volvieron a sus sillas.
«Gracias, Chico», dijo Manies más tranquilo. «Apreciamos tu control. Profesor, modere su retórica sin sentido si no quiere que Chico le aplaste la cabeza. Chico, piensa que es un extraño a las costumbres de Revería. Perdónale en atención mía.»
«De acuerdo, Manies», dije magnánimo. «En atención tuya privaré a mis fans de contemplar cómo golpeo al Profesor Angélico hasta convertirlo en pulpa.» La mención del Profesor Crossbow me había hecho enfadar. Conocía la alianza Crossbow-Tanglin en la Disputa Gestalt ya que Crossbow me había hablado de ella.
En cambio, estaba en mucho mejor disposición con Santa Ana. Ella era una de las docenas, no, millares, de mujeres que habían quedado prendadas del carisma de Tanglin. Incluso me gustaba un poco. Teníamos una común aversión al sexo.
Angélico estaba muy enfadado pero se refrenó como pudo no diciendo nada. Alruddin Spinney decidió de repente que había que hacer algo para romper la tensión. Cogió su mascota, la mantis, y la colocó encima de la mesa, enfrente suya, donde comenzó a mecerse alerta sobre sus finas patas. Spinney se puso un trozo de carne cruda sobre sus labios. «Besa, besa», dijo.
«¡Besa!»
La mantis se balanceó elegantemente y mordió el trozo de carne y también una pizca del labio inferior de Spinney. «¡Ay!», gritó Spinney dolorido. «¡Maldita seas! ¡Siempre lo ha hecho bien cuando practicamos!»
Todos reímos a costa de Spinney. Le di un poco de esmufo para quitar el dolor y parar la hemorragia. Una vez se hubo puesto un pequeño esparadrapo quedó tan bueno como antes. Mientras yo curaba a Spinney, la mantis desplegó sus alas y se posó en mi silla, donde empezó a remover mi plato con una pata, comiéndose los trozos sobrantes de almeja.
Quizein entró con el tercer servicio, una gruesa, cremosa tortilla de huevos de raya con ensalada de quelpo. Sabía tan increíblemente bien que hasta Angélico pareció recobrar su apetito.
«Supongo que te estás preparando para el quinto centenario que se celebra la semana que viene. Manies», dijo Spinney con un leve ceceo. La semana que viene es el quinto centenario de la fundación de la primera colonia en Revería, el Año Corporativo Reveriano 500. Es una celebración muy importante para todos los reverianos que habitan su superficie.
«Efectivamente», dijo Manies. «Estaré muy ocupado: he hecho muchos planes que espero llevar a cabo. Será todo muy vivaz. Parece que la mayoría del pueblo quiere una especie de carnaval.»
Había oído algo acerca del carnaval, rumores, pero ahora que Money Manies, un árbitro social de primer orden, lo confirmaba, los rumores me parecían ciertos. «Carnaval, carnaval», dije irritado. «Estoy harto de esos estúpidos carnavales. ¿Por qué no podemos tener un satiricón o una fiesta de agua? Maldita sea, firmaría por cualquiera.»
«Una fiesta de agua sería insuficiente para tal ocasión», dijo Spinney sonriendo. «Incluso un carnaval sería algo burlesco y extravagante hace quinientos años.»
Rufián Jack bromeó. «Moses Moses se removería inquieto en su tumba, si no estuviera reducida a átomos.»
«Vaya, vaya, ¿acaso mis oídos no han captado una clara burla a la memoria de nuestro Fundador Corporativo?», preguntó Money Manies peyorativo, reprendiendo a Rufián Jack con un gesto de sus regordetes dedos. «Ay, tu patriotismo ha sido manchado. Haces que se sonrojen las mejillas de la modestia reveriana.»
Jack entornó sus ojos, pero por el momento pareció aceptar de buen grado la represalia de Manies.
«Moses Moses no sólo se removería en su tumba», dijo Spinney gravemente. «No es una tumba ordinaria. Moses Moses fue enterrado vivo en un ataúd gritante. Desafortunadamente, fue asesinado tres siglos después por la explosión del Día del Zorro. Su intención real era volver a la vida en el Año Corporativo 500. Políticamente hablando, su vuelta habría sido un total desastre; pero si hablo como historiador, me hubiese encantado tener una ocasión para hablar con él. En cierta manera es un enigma.»
«¿Ya quién le importa?», explotó Jack cruelmente. «El pasado está muerto, Moses está muerto. ¡Murió el Día del Zorro, hace trescientos años!»
Pero yo recuerdo el Día del Zorro», dijo Money Manies con voz remota. «Yo era maravillosamente joven entonces. No más que tú, Chico. No pensaba en la muerte. Fue una conmoción completa. Pensamos que, con toda seguridad, el mundo iba a sufrir un colapso. Entonces, la Cúpula de los Jefes de Revería fue totalmente borrada —el Edificio del Congreso se derrumbó— ¡el ataúd gritante de Moses Moses desapareció! ¡De pronto, no había gobierno! Fue increíble para todos nosotros. Aunque la Cúpula de Directores nunca había sido muy vigorosa desde que Moses Moses mandó que le congelaran, cuando se esfumaron no teníamos a nadie para hacerse cargo. Todos temían el terrorismo, ¡la anarquía! Pero nunca proliferó.
«No lo hizo», dijo Spinney. «He estudiado los vídeos de historia. Esas tres semanas en las que no hubo gobierno fue el período mas asombroso de nuestra historia. Todas nuestras ciudades, incluso los anillos, eran un hervidero de rumores. ¿Por qué se había reunido la Cúpula en secreto después de años de indigencia? ¿Quién fue el responsable de la explosión? Entonces se autoproclamó la Cúpula Trasera, incluso más incapaz y negligente que la primera, y en los labios de todos estaba aquella palabra. Cabal. Cabal. Revería estaba gobernada por un concilio de conspiradores. Hombres y mujeres sin rostros. Todo el mundo decía que eran ricos, inmensamente poderosos; pero nada más.
«Sé que poseían riquezas porque el límite Corporativo en cuanto a la riqueza personal fue el mayor cisma de aquel período, y la única causa para un golpe de estado. La facción progresiva favoreció una relajación de las estructuras; la vieja Cúpula de Directores insistía en la prioridad de las palabras de Moses Moses. Destruir a Moses suponía destruir su lazo con la sociedad reveriana, acabar con la disciplina puritana de los Años Mineros. Ese fue el propósito de Cabal. Asesinaron a la totalidad de la Cúpula de Directores, destruyeron al Fundador de la Corporación Reveriana y tomaron el control. Su inmensa fortuna facilitó la contratación de espías y asesinos. Era imposible resistir. Nadie pudo parar su tremenda eficacia. ¡Nadie sabía los nombres ni las caras del enemigo!»
«Mierda», dijo Rufián Jack. «Se sabe que había trece cabalistas. Siete hombres y seis mujeres. A los hombres se les llamaba Rojo, Naranja, Amarillo, Azul, Verde, Índigo y Violeta. A las mujeres, Norte, Sur, Este, Oeste, Arriba y Abajo. Vivían en sus propios anillos, como cualquier orbitante, y se ponían en contacto con la Cúpula Trasera por medio de sus agentes. Cualquiera con diez años te lo puede decir.»
«Pero que viva en la superficie», dijo Spinney. «La mayoría de los orbitantes piensan justo lo contrario. Están convencidos que Cabal residía en la superficie y no en los anillos.»
«Mr. Spinney tiene razón», dijo de repente el Profesor Angélico. «El agente de Cabal con el que me encontré en la órbita me aseguró que los Cabalista vivían aquí, en Telset, y en Sylvain, Eros y Jucklet, las cuatro ciudades más grandes.» Me estremecí, como siempre, al escuchar el nombre de «Jucklet» ¡Jucklet! ¡Qué oído más fino tenía Moses Moses para los nombres!
«¿Te has encontrado con un agente en activo de Cabal?», dijo Money Manies interesado. «Es un raro privilegio, Profesor.»
«No tan raro», dijo Angélico. «En los anillos, tu propio nombre es mencionado en relación con Cabal; como seguramente bien sabes. Algunos aseguran que Cabal para tus ambiciones políticas. Otros piensan que tú mismo eres un miembro activo.»
«¿Yo, un Cabalista? ¡Algo prohibido!», dijo Manies. «Ya tengo los suficientes problemas manejando mis negocios como para dedicarme a cuestiones planetarias. Y con respecto a mis ambiciones políticas, ¡aborrezco el pensamiento! Yo soy simplemente un artista. Un editor. Anticuario. Un teórico social. Oh, tengo muchos sombreros, pero la sobriedad en el vestir de los políticos nunca me ha llamado la atención, se lo aseguro.»
«Excelente», dijo Angélico. «Podría decir exactamente lo mismo de algunos de mis más duros rivales.»
La hipocresía de esta referencia encubierta al Profesor Crossbow me disgustó. Crossbow había elegido un aliado político, Rominuald Tanglin, para su guerra interestelar de palabras con los miembros más reaccionarios de la Academia. Yo no sabía mucho acerca de todos los condicionantes que habían tenido lugar con la Disputa Gestalt —había ocurrido antes de mi llegada, después de todo—, pero sabía de qué lado estaban mis simpatías.
«¿Y cómo llamaría su alianza particular con Cabal, señor, sino como algo político?», dije. «Con toda seguridad ha demostrado que necesita su sangrienta ayuda para probar sus propios razonamientos seniles.»
«¿Sangrienta, señor?», dijo Angélico envarándose. «Pienso que ese adjetivo se te puede aplicar a ti y a tus amigos más que al gobierno de tu planeta. Y con respecto a mi alianza con Cabal, puedes llamarla como quieras. Me importa tan poco tu lenguaje como a ti la decencia humana.»
Mi pelo se erizó. Manies, Jack y Spinney se zambulleron bajo la mesa. Permanecí rígido. Angélico también. Dije: «Creo que la mejor forma de describir tu alianza con Cabal es que ésta es una sodomización doble de la justicia y la verdad. Tu retórica es tan cretina e hipócrita como estrecha tu mente. ¡Usted, señor, y su estúpida Academia son una inmensa raspa de pescado en la garganta de la inteligencia humana!» Angélico palideció. «¡Hay más información en una sola partícula del DNA de Crossbow que en esa mierda disecada que tienes por cerebro!»
Angélico cruzo sus brazos. «¡Eres libre de desplegar tu usual violencia, señor!» ¡Como puedes ver, estoy desarmado y no puedo hacer nada! ¡No dejes que la presencia de un ser decente te pare!» Señaló a Santa Ana, que inmediatamente se colocó entre nosotros. Mis cámaras lo estaban captando todo y no quería que nada se interpusiese entre nosotros, así que la empujé de tal forma que cayó sobre la mesa.
«Señor», dije. «¡Estoy seguro que eres tan inepto en el combate a cuerpo como en el lingüístico! ¡Si la falta de armamento te intimida, coge el mío con toda libertad!» Le lancé mi nunchako. Lo cogió, lo manoseó y gritó: «¡No voy a ensuciar mis manos con esta basura!» Torpemente, lo lanzó sobre la barandilla hacia el mar.
«¡Patán!», grité. «¡Mi nunchako favorito!» Sin hacer caso de mi pierna herida, me lancé sobre la mesa y le agarré por el pescuezo, arrojándole sobre la barandilla al mar, donde cayó aullando. Dos de mis cámaras siguieron la escena, grabando su desesperado chapoteo hasta que los sirvientes le rescataron. Me limpié las manos y volví a la mesa.
Mi anfitrión y sus dos amigos surgieron de debajo. «Se lo había buscado», dijo Manies. «Cierto», dijo Spinney. Recogió su mantis, que había encontrado un cómodo asiento en el cabello marrón de Santa Ana. Había estado muy interesado con el mechón de plumas que pendía de ellos.
«Una gran actuación, Chico», dijo Rufián Jack. «Realmente ha hecho que me arrepintiera de no haber traído mis propios cámaras.»
«Te enviaré una copia cuando las revele», dije. Abrí mis ropajes y me inyecté dos dosis de tranquilizante en el conducto plástico de mi antebrazo. Pronto me calmó el dolor. Junto con Spinney sentamos a Santa Ana en su silla. Restregué con un poco de esmufo sus labios, investigando el golpe de su cabeza —muy pequeño— y echándole agua en la cara. Enseguida despertó.
«¿Qué ha pasado?», dijo.
«Te has desmayado», le dije. «La excitación.»
Arqueó las cejas, dudando. «Me siento extraña. Como... ida.»
«Ya pasará», dije. «¿Por qué no te relajas y disfrutas?»
«¿Dónde está el Profesor?», dijo confundida.
«Se ha ido de repente», dijo. Manies. Nos dio un espasmo de risa, menos mal que Quizein entró con el cuarto servicio.
Ante la insistencia de Manies, el Doctor Kokokla, su médico personal, examinó a Santa Ana. Este le aseguró que estaba perfectamente y que tan sólo tenía un leve golpe en la cabeza, ofreciéndole un sedante que ella rechazó. Una de las estrellas porno de Manies entró en la terraza con mi nunchako perfectamente seco. Lo tomé y le di las gracias; me sentía a disgusto sin él.
«Nunca me he desmayado antes», dijo Santa Ana. «No entiendo cómo he podido herirme la parte posterior de mi cabeza si he caído de frente. Es posible que me estén engañando, señores. ¡Recuerdo que aquel sujeto me golpeó con su arma!»
«Así es», admitió Manies. «Perdóname, querida Santa Ana. Esta explosión de violencia ha sido culpa mía. Ha sido un fallo de cálculo. Disfruto con las reuniones de gentes de dispares gustos, pero nunca pensé que llegarían tan lejos como para implicarte en un combate físico. ¡Tales gestos de bravuconería entrañan un cierto riesgo!»
«¡Basta ya, Manies!», dije. -«Sí, Ana, te empujé. ¡Te interpusiste! Nuestro anfitrión es muy considerado y político, ¡pero no pienses que-el resto de nosotros va a tratarte igual! Y ahora, por Dios, compórtate como una persona civilizada o te arrojaré por encina del balcón.» Este tratamiento sólo podía enrabietar a la severa Santa Ana, pero el pensamiento de ser despiadadamente arrojada al mar le hizo reconsiderar la situación. Después de mirarnos a todos y cada uno, adoptó sus ademanes sociales y se sentó de nuevo. Al poco comenzó a comer. Se cree que el esmufo estimula el apetito y el gusto. Se sabe que acaba con el dolor, pero también que aturde, desorienta y que daña la coordinación y, a veces, el oído.
«Gracias por ser tan razonable, querida Santa Ana», dijo Manies. «Soy muy cuidadoso eligiendo los invitados a estos desayunos, basándome en mi Teoría Química de la Clase Política; pero a veces me salen combinados demasiado ácidos o demasiado básicos y entonces debo cargar con la consecuente explosión. ¡Es desconcertante pero muy divertido! Hace que me sienta joven. Soy muy viejo, querida Santa; por favor, respeta mis caprichos.»
«Le perdono, Mr. Manies», dijo Santa Ana. «Sé que tiene buen corazón. Cada uno tiene su propia sabiduría aunque sea un tanto impía.»
Manies sonrió como si aquello fuera el piropo más grande que jamás hubiese escuchado. Spinney y Rufián Jack hicieron un gesto ante su ingenuidad. «Sólo tengo cincuenta y dos años», dijo Ana. «Debes haber acumulado gran cantidad de conocimientos en tanto tiempo, aunque nunca te hayas sentido atraído por la teología. ¿Cual es tu Teoría del Análisis Químico?»
Spinney y Jack cerraron los ojos, pero en el fondo no nos importaba porque así podríamos dedicarnos a atacar el cuarto plato: rabo de castor marino a la brasa, que comimos con cuchillo y tenedor.
«La Teoría Química es, de hecho, una analogía», dijo Manies. Tocó un botón en el pesado brazalete que adornaba su muñeca derecha y apareció su secretaria Chalkwhistle, una neutra. Manies cogió un bolígrafo y papel de la neutra y comenzó a dibujar mientras hablaba. «Como sabes, querida Santa Ana, el cuerpo humano es un sistema inmensamente complejo, una especie de ecosistema con su propia flora y fauna. Lo mismo pasa con la Clase Política o nuestra sociedad humana. Sus reacciones, su estructura, es muy similar. La historia del cuerpo humano es la historia de sus macromoléculas orgánicas, sus acoplamientos (perdona la expresión) de átomos separados. De la misma forma, la historia de la Clase Política es la historia de gran cantidad de pequeños grupos, grupos unidos de amigos. No voy tan lejos como para llegar a decir que un simple átomo es una personalidad individual. En la mayoría de los casos, las personas pueden ser consideradas como pequeñas moléculas: ácidos, bases, sales, etcétera. Yo trabajo con sus átomos por pura comodidad.
«El efecto de un simple átomo en el cuerpo humano es imperceptible ¡pero si ese átomo está incluido en la molécula correcta, su influencia puede ser crucial! No importa qué átomo entra en la molécula; lo realmente importante es que ese átomo puede ser, por sus características, el correcto para esa determinada molécula. Es la estructura lo que cuenta, al igual que las relaciones entre distintos grupos de amigos más que entre los propios amigos. De hecho, algunos átomos son realmente raros, al igual que hay tipos de personalidades que son raras, y de esta forman pueden ejercen una influencia desproporcionada; pero es el acoplamiento lo que cuenta.
»Yo soy una encima, llevado constantemente a unir grupos moleculares para producir configuraciones más fuertes.»
«En otros mundos eres lo que sabes, no lo que eres», dijo Spinney. Spinney. Jack y yo estábamos hartos; habíamos escuchado la aburrida teoría de Manies varias veces. Era uno de los signos más patentes de su edad. No era más extraña ni disparatada que otras teorías refritas por gentes de su edad; Rominuald Tanglin, por ejemplo.
«¡Correcto! Tales aseveraciones muestran un entendimiento instintivo de este principio», dijo Manies feliz. «Permite que te sugiera un ejemplo. Quizá reconozcas esta molécula, delta-1, tetrahidrocanabinol.» Levantó su cuadernillo.

«Es una mezcla alucinógena y eufórica», dijo Manies. «Como puedes ver, su estructura es relativamente simple, cincuenta y tres átomos de carbono, hidrógeno y oxígeno, sin nitrógeno ni silíceo como en muchas drogas. He hecho una réplica deliberada de su estructura como una Analogía Química, para determinar sus efectos sobre las acciones de la Clase Política. Recuérdalo, querido Alruddin. Fue hacia la mitad del Año Satiricón, hace cinco años.»
«¡Seguro!», dijo Spinney entusiasmado. «¡Vaya fiesta! ¡Las gentes cantaban, gritaban, reían, chillaban, olvidaban sus prejuicios, jodían por las calles... aullando a la Estrella de la Mañana, se lanzaban al agua desde las Torres de Coral... y al amanecer había un gentío desnudo bañándose en la Bahía de Telset! ¡Fue increíble, impensable!» Se puso serio. «¿No irás a decirme que tú fuiste el responsable de todo, Manies?»
«¿Responsable, mi querido amigo?», dijo Manies con una sonrisa críptica. «Tú eras uno de los oxígenos! Podía haber durado indefinidamente si uno de mis carbonos no se hubiera fugado con un hidrógeno, rompiendo la estructura en un mero cannabinoide... Sin embargo, considero el episodio como un punto a favor de mi teoría. El experimento fue posible gracias a los esfuerzos de cincuenta y tres amigos que se acoplaron. Gracias, Chalkwhistle, es todo por ahora.» Manies borró lo escrito con un toque de su pulgar y se lo devolvió a su secretaria. «¿Alguien quiere un sorbete?»
Todos queríamos. Los sirvientes recogieron la mesa y trajeron sillas más cómodas. Manies repartió algunas drogas para después del desayuno y Spinney nos leyó parte de su nueva entrega para su Ciclo de Telset. El cielo oriental comenzó a arrebolarse con la aurora, y cuando apareció el sol amarillo sobre el horizonte, prorrumpimos en gritos de bienvenida. Las plácidas aguas del Golfo de la Memoria se tiñeron de oro por unos momentos, para pasar después al profundo azul zafiro de la mañana.
El desayuno había terminado; era hora de volver a casa.

10.11.10

Descapotables, tanques, y batmóviles

de Neal Stephenson

- (Introducción)

En la época en que Jobs, Wozniak, Gates, y Allen estaban soñando estos planes inverosímiles, yo era un adolescente que vivía en Ames, Iowa. El padre de uno de mis amigos tenía un viejo descapotable oxidándose en el garaje. A veces de hecho conseguía que arrancara y cuando lo hacía nos llevaba a dar una vuelta por el barrio, con una expresión memorable de salvaje entusiasmo juvenil en la cara; para sus preocupados pasajeros, era un loco, tosiendo y renqueando por Ames, Iowa y tragándose el polvo de oxidados Gremlins y Pintos, pero en su propia imaginación él era Dustin Hoffman cruzando el Puente de la Bahía con el cabello al viento.
Mirando atrás, esto me reveló dos cosas acerca de la relación de las personas con la tecnología. Una fue que el romanticismo y la imagen influyen mucho sobre su opinión. Si lo dudan (y tienen un montón de tiempo libre), pregúntenle a cualquiera que tenga un Macintosh y que por ello imagina ser miembro de una minoría oprimida.
El otro punto, algo más sutil, fue que la interfaz es muy importante. Claro que aquel deportivo era un coche malísimo en casi cualquier aspecto importante: pesado, poco fiable, poco potente. Pero era divertido conducirlo. Respondía. Cada guijarro de la carretera se sentía en los huesos, cada matiz en el asfalto se transmitía instantáneamente a las manos del conductor. Podía escuchar al motor y saber qué fallaba. El volante respondía inmediatamente a las órdenes de las manos. Para nosotros los pasajeros, era un ejercicio fútil de no ir a ningún lado -- más o menos tan interesante como mirar por encima del hombre de alguien que mete números en una hoja de cálculo. Pero para el conductor era una experiencia. Durante un breve tiempo, estaba expandiendo su cuerpo y sus sentidos en un ámbito más amplio, y haciendo cosas que no podía hacer sin ayuda.
La analogía entre coches y sistemas operativos es bastante buena, así que permítanmente seguir con ella durante un rato, como modo de dar un resumen sumario de nuestra situación hoy en día.
Imagínense un cruce de carreteras donde hay cuatro puntos de venta de coches. Uno de ellos (Microsoft) es mucho, mucho mayor que los demás. Comenzó hace años vendiendo bicletas de tres velocidades (MS-DOS); no eran perfectas, pero funcionaban, y cuando se rompían se arreglaban fácilmente.
Enfrente estaba la tienda de bicicletas rival (Apple), que un día empezó a vender vehículos motorizados -- coches caros, pero de estilo atractivo, con los mecanismos herméticamente sellados, de tal modo que su funcionamiento era algo misterioso.
La tienda grande respondió apresurándose a sacar un kit de actualización (el Windows original) al mercado. Éste era un dispositivo que, cuando se atornillaba a una bicicleta de tres velocidades, le permitía seguir, a duras penas, el ritmo de los coches Apple. Los usuarios tenían que usar gafas de protección y siempre estaban sacándose bichos de los dientes mientras los usuarios de Apple corrían en su confort herméticamente sellado, burlándose por las ventanillas. Pero los Micro-motopedales eran baratos, y fáciles de reparar comparados con los coches Apple, y su cuota de mercado creció.
Al final la tienda grande acabó por sacar un coche en toda regla: un monovolumen colosal (Windows 95). Tenía el encanto estético de un bloque soviético de viviendas para obreros, perdía aceite y le estallaban las bujías, y fue un éxito tremendo. Poco tiempo después, sacaron también un enorme vehículo pesado destinado a los usuarios industriales (Windows NT), que no era más bonito que el monovolumen, y sólo algo más fiable.
Desde entonces ha habido un montón de ruido y gritos, pero poco ha cambiado. La tienda pequeña sigue vendiendo elegantes sedanes de estilo europeo y gastándose mucho dinero en campañas publicitarias. Tienen carteles de ¡Liquidación! puestos en el escaparate desde hace tanto tiempo que ya están amarillos dy arrugados. La tienda grande sigue fabricando monovolúmenes y vehículos pesados, cada vez más y más grandes.
Al otro lado de la carretera hay dos competidores que llegaron más recientemente. Uno de ellos, (Be, Inc.) vende Batmóviles plenamente operativos (los BeOS). Son más bonitos y elegantes incluso que los eurosedanes, mejor diseñados, más avanzados tecnológicamente, y al menos tan fiables como cualquier otra cosa en el mercado - y sin embargo son más baratos que los demás.
Con una excepción, claro: Linux, que está enfrente mismo, y que no es un negocio en absoluto. Es un conjunto de tiendas de campaña, yurtas, tipis, y cúpulas geodésicas levantadas en un prado y organizadas por consenso. La gente que vive allí fabrica tanques. No son como los anticuados tanques soviéticos de hierro forjado; son más parecidos a los tanques M1 del ejército americano, hechos de materiales de la era espacial y llenos de sofisticada tecnología de arriba abajo. Pero son mejores que los tanques del ejército. Han sido modificados de tal modo que nunca, nunca se averían, son lo bastante ligeros y maniobrables como para usarlos en la calle, y no consumen más combustible que un coche compacto. Estos tanques se producen ahí mismo a un ritmo aterrador, y hay un número enorme de ellos alineados junto a la carretera con las llaves puestas. Cualquiera que quiera puede simplemente montarase en uno y marcharse con él gratis.
Los clientes llegan a este cruce en multitudes, día y noche. El noventa por ciento se van derechos a la tienda grande y compran monovolúmenes o vehículos pesados. Ni siquiera miran las otras tiendas.
Del diez por ciento restante, la mayoría va y compra un elegante eurosedán, deteniéndose sólo para mirar por encima del hombro a los filisteos que compran monovolúmenes y vehículos para circulación fuera de carretera. Si acaso llegan a fijarse siquiera en la gente al otro lado de la carretera, vendiendo los vehículos más baratos y técnicamente superiores, estos clientes los desprecian, considerándolos lunáticos y descerebrados.
La tienda de Batmóviles vende unos pocos vehículos al maniático de los coches ocasional que quiere un segundo vehículo además de su monovolumen, pero parece aceptar, al menos de momento, que es un jugador marginal.
El grupo que regala los tanques sólo permanece vivo porque lo llevan voluntarios, que se alinean al borde de la calle con megáfonos, tratando de llamar la atención de los clientes sobre esta increíble situación. Una conversación típica es algo así:
Hacker con megáfono: ¡Ahorra dinero! ¡Acepta uno de nuestros tanques gratis! ¡Es invulnerable, y puede atravesar roquedales y ciénagas a noventa millas por hora consumiendo un galón cada cien millas!
Futuro comprador de monovolumen: Ya sé que lo que dices es cierto... pero... eh... ¡yo no sé mantener un tanque!
Megáfono: ¡Tampoco sabes mantener un monovolumen!
Comprador: Pero esta tienda tiene mecánicos contratados. Si le pasa algo a mi monovolumen, puedo tomarme un día libre del trabajo, traerlo aquí, y pagarles para que trabajen en él mientras yo me siento en la sala de espera durante horas, escuchando música de ascensor.
Megáfono: ¡Pero si aceptas uno de nuestros tanques gratuitos te mandaremos voluntarios a tu casa para que lo arreglen gratis mientras duermes!
Comprador: ¡Manténte alejado de mi casa, bicho raro!
Megáfono: Pero...
Comprador: ¿Es que no ves que todo el mundo está comprando monovolúmenes?

fragmento de En El Principio Fue La Línea De Comandos