30.4.11

ALGUNAS PECULIARIDADES DE LOS OJOS

de Philip K. Dick

Descubrí por puro accidente que la Tierra había sido invadida por una forma de vida procedente de otro planeta. Sin embargo, aún no he hecho nada al respecto; no se me ocurre qué. Escribí al gobierno, y en respuesta me enviaron un folleto sobre la reparación y mantenimiento de las casas de madera. En cualquier caso, es de conocimiento general; no soy el primero que lo ha descubierto. Hasta es posible que la situación esté controlada.
Estaba sentado en mi butaca, pasando las páginas de un libro de bolsillo que alguien había olvidado en el autobús, cuando topé con la referencia que me puso en la pista. Por un momento, no reaccioné. Tardé un rato en comprender su importancia. Cuando la asimilé, me pareció extraño que no hubiera reparado en ella de inmediato.
Era una clara referencia a una especie no humana, extraterrestre, de increíbles características. Una especie, me apresuro a señalar, que adopta el aspecto de seres humanos normales. Sin embargo, las siguientes observaciones del autor no tardaron en desenmascarar su auténtica naturaleza. Comprendí en seguida que el autor lo sabía todo. Lo sabía todo, pero se lo tomaba con extraordinaria tranquilidad. La frase (aún tiemblo al recordarla) decía:
...sus ojos pasearon lentamente por la habitación.
Vagos escalofríos me asaltaron. Intenté imaginarme los ojos. ¿Rodaban como monedas? El fragmento indicaba que no; daba la impresión que se movían por el aire, no sobre la superficie. En apariencia, con cierta rapidez. Ningún personaje del relato se mostraba sorprendido. Eso es lo que más me intrigó. Ni la menor señal de estupor ante algo tan atroz. Después, los detalles se ampliaban.
...sus ojos se movieron de una persona a otra.
Lacónico, pero definitivo. Los ojos se habían separado del cuerpo y tenían autonomía propia. Mi corazón latió con violencia y me quedé sin aliento. Había descubierto por casualidad la mención a una raza desconocida. Extraterrestre, desde luego. No obstante, todo resultaba perfectamente natural a los personajes del libro, lo cual sugería que pertenecían a la misma especie.
¿Y el autor? Una sospecha empezó a formarse en mi mente. El autor se lo tomaba con demasiada tranquilidad. Era evidente que lo consideraba de lo más normal. En ningún momento intentaba ocultar lo que sabía. El relato proseguía:
...a continuación, sus ojos acariciaron a Julia.
Julia, por ser una dama, tuvo el mínimo decoro de experimentar indignación. La descripción revelaba que enrojecía y arqueaba las cejas en señal de irritación. Suspiré aliviado. No todos eran extraterrestres. La narración continuaba:
...sus ojos, con toda parsimonia, examinaron cada centímetro de la joven.
¡Santo Dios! En este punto, por suerte, la chica daba media vuelta y se largaba, poniendo fin a la situación. Me recliné en la butaca, horrorizado. Mi esposa y mi familia me miraron, asombrados.
—¿Qué pasa, querido? —preguntó mi mujer.
No podía decírselo. Revelaciones como ésta serían demasiado para una persona corriente. Debía guardar el secreto.
—Nada —respondí, con voz estrangulada.
Me levanté, cerré el libro de golpe y salí de la sala a toda prisa.

Seguí leyendo en el garaje. Había más. Leí el siguiente párrafo, temblando de pies a cabeza:
...su brazo rodeó a Julia. Al instante, ella pidió que se lo quitara, cosa a la que él accedió de inmediato, sonriente.
No consta qué fue del brazo después que el tipo se lo quitara. Quizá se quedó apoyado en la pared, o lo tiró a la basura. Da igual en cualquier caso, el significado era diáfano.
Era una raza de seres capaces de quitarse partes de su anatomía a voluntad. Ojos, brazos..., y tal vez más. Sin pestañear. En este punto, mis conocimientos de biología me resultaron muy útiles. Era obvio que se trataba de seres simples, unicelulares, una especie de seres primitivos compuestos por una sola célula. Seres no más desarrollados que una estrella de mar. Estos animalitos pueden hacer lo mismo.
Seguí con mi lectura. Y entonces topé con esta increíble revelación, expuesta con toda frialdad por el autor, sin que su mano temblara lo más mínimo:
...nos dividimos ante el cine. Una parte entró, y la otra se dirigió al restaurante para cenar.
Fisión binaria, sin duda. Se dividían por la mitad y formaban dos entidades. Existía la posibilidad que las partes inferiores fueran al restaurante, pues estaba más lejos, y las superiores al cine. Continué leyendo, con manos temblorosas. Había descubierto algo importante. Mi mente vaciló cuando leí este párrafo:
...temo que no hay duda. El pobre Bibney ha vuelto a perder la cabeza.
Al cual seguía:
...y Bob dice que no tiene entrañas.
Pero Bibney se las ingeniaba tan bien como el siguiente personaje. Éste, no obstante, era igual de extraño. No tarda en ser descrito como:
...carente por completo de cerebro.

El siguiente párrafo despejaba toda duda. Julia, que hasta el momento me había parecido una persona normal se revela también como una forma de vida extraterrestre, similar al resto:
...con toda deliberación, Julia había entregado su corazón al joven.
No descubrí a qué fin había sido destinado el órgano, pero daba igual. Resultaba evidente que Julia se había decidido a vivir a su manera habitual, como los demás personajes del libro. Sin corazón, brazos, ojos, cerebro, vísceras, dividiéndose en dos cuando la situación lo requería. Sin escrúpulos.
...a continuación le dio la mano.
Me horroricé. El muy canalla no se conformaba con su corazón, también se quedaba con su mano. Me estremezco al pensar en lo que habrá hecho con ambos, a estas alturas.
...tomó su brazo.
Sin reparo ni consideración, había pasado a la acción y procedía a desmembrarla sin más. Rojo como un tomate, cerré el libro y me levanté, pero no a tiempo de soslayar la última referencia a esos fragmentos de anatomía tan despreocupados, cuyos viajes me habían puesto en la pista desde un principio:
...sus ojos le siguieron por la carretera y mientras cruzaba el prado.
Salí como un rayo del garaje y me metí en la bien caldeada casa, como si aquellas detestables cosas me persiguieran. Mi mujer y mis hijos jugaban al monopolio en la cocina. Me uní a la partida y jugué con frenético entusiasmo. Me sentía febril y los dientes me castañeteaban.
Ya había tenido bastante. No quiero saber nada más de eso. Que vengan. Que invadan la Tierra. No quiero mezclarme en ese asunto.
No tengo estómago para esas cosas.

16.4.11

Escolios de Nicolás Gómez Dávila pt.3

• Ni siquiera es su originalidad lo que el artista actual convierte en fórmula, es alguna de sus fortuitas ocurrencias.
• La algarabía de las “explicaciones “calla, cuando una totalidad individual alza la voz.
• Ni petrificarnos en nuestros gustos primiciales, ni oscilar al soplo de gustos ajenos. Los dos mandamientos del gusto.
• Del libro del reaccionario el lector sale menos indignado de lo que entra.
• La poesía no visita sino de paso.
• La aristocracia autentica es un sueño popular traicionado por las aristocracias históricas.
• Los problemas de toda “juventud contemporánea” son aburridísimos.
• La poesía tiene que deslizarse en este fosco atardecer como perdiz entre las hierbas.
• Los "minores" románticos gruñían como si les robaran la presa; los “minores” actuales aúllan como si les pisaran la cola.
• La fecundidad artística depende menos de la generosidad de la naturaleza con el artista que de la condescendencia del artista consigo mismo.
• El universo no es esfera perfecta, sino manzana enjuta, rugosa, agrietada.
• Los argumentos del que intenta justificar sus creencias nos consternan siempre. Sobre todo si comparte las nuestras.
• La inteligencia, en ciertas épocas, tiene que consagrarse meramente a restaurar definiciones.
• La idea que araña y muerde desde que nace se domestica prematuramente.
• Artista clásico es el que prefiere la perfección a la originalidad.
• Asociados a humildad, hasta los defectos resultan virtudes inéditas.
• La libertad teje la estameña del tiempo con hilos de destino. La opción es imprevisible, sus consecuencias indeclinables.
— Las palabras no comunican, recuerdan.

— El hombre se arrastra a través de las desilusiones apoyado en pequeños éxitos triviales.

— Lejos de garantizar a Dios, la ética no tiene suficiente autonomía para garantizarse a sí misma.

— ¿Cómo puede vivir quien no espera milagros?

— Las ambiciones legítimas se avergüenzan y dimiten en medio del tropel de ambiciones fraudulentas.

— El veneno del deseo es el alimento de la pasión.

— Reformar a los demás es ambición de que todos se mofan y que todos abrigan.

— La trivialidad es el precio de la comunicación.

— Antipatía y simpatía son las actitudes primordiales de la inteligencia.

— Todo fenómeno tiene su explicación sociológica, siempre necesaria y siempre insuficiente.

— Los libros no son herramientas de perfección, sino barricadas contra el tedio.

— Pensar que sólo importan las cosas importantes es amago de barbarie.

— Sobre nuestra vida influyen exclusivamente las verdades pequeñas, las iluminaciones minúsculas.

— Porque no entiende la objeción que lo refuta, el tonto se cree corroborado.

— Lo que despierta nuestra antipatía es siempre una carencia.

— Mucho poema moderno no es oscuro como un texto sutil, sino como una carta personal.

— Vivimos porque no nos miramos con los ojos con que los demás nos miran.

— Vivimos mientras creemos cumplir las promesas que incumplimos.

— La palabra no fue dada al hombre para engañar, sino para engañarse.

— Las realidades espirituales conmueven con su presencia, las sensuales con su ausencia.

— No debemos concluir que todo es permitido, si Dios no existe, sino que nada importa.
Los permisos resultan irrisorios cuando los significados se anulan.

— La crítica decrece en interés mientras más rigurosamente le fijen sus funciones. La obligación de ocuparse sólo de literatura, sólo de arte, la esteriliza.
Un gran crítico es un moralista que se pasea entre libros.

— ¿Predican las verdades en que creen, o las verdades en que creen que deben creer?

— La fe que no sepa burlarse de sí misma debe dudar de su autenticidad.
La sonrisa es el disolvente del simulacro.

— ¿Quién no compadece el dolor del que se siente repudiado?,
— ¿pero quién medita sobre la angustia del que se teme elegido?

— Discrepar es riesgo que no debe asumir sino la conciencia madura y precavida.
La sinceridad no protege ni del error, ni de la tontería.

— Nadie es inocente ni de lo que hace, ni de lo que cree.

— Capacidad destructora de la sonrisa del imbécil.

— El pueblo no elige a quien lo cura, sino a quien lo droga.

— La vida compasiva concede, a veces, soluciones que cierto pundonor intelectual obliga a rechazar.

— El individuo se rebela hoy contra la inalterable naturaleza humana para abstenerse de enmendar su corregible naturaleza propia.

— Quien trata de educar y no de explotar, tanto a un pueblo como a un niño, no les habla imitando a media lengua un lenguaje infantil.

— La perfección es el punto donde coinciden lo que podemos hacer y lo que queremos hacer con lo que debemos hacer.

— Entre la anarquía de los instintos y la tiranía de las normas se extiende el fugitivo y puro territorio de la perfección humana.

— Belleza, heroísmo, gloria, se nutren del corazón del hombre como llamas silenciosas.

— La nivelación es el substituto bárbaro del orden.

— Raros son los que perdonan que compliquemos sus claudicaciones.

— La salvación social se aproxima cuando cada cual confiesa que sólo puede salvarse a sí mismo.
La sociedad se salva cuando sus presuntos salvadores desesperan.

— Cuando hoy nos dicen que alguien carece de personalidad, sabemos que se trata de un ser sencillo, probo, recto.

— La personalidad, en nuestro tiempo, es la suma de lo que impresiona al tonto.

— El máximo error moderno no es anunciar que Dios murió, sino creer que el diablo ha muerto.

— El ceremonial es el procedimiento técnico para enseñar verdades indemostrables.
Ritos y pompas vencen la obcecación del hombre ante lo que no es material y tosco.