16.4.11

Escolios de Nicolás Gómez Dávila pt.3

• Ni siquiera es su originalidad lo que el artista actual convierte en fórmula, es alguna de sus fortuitas ocurrencias.
• La algarabía de las “explicaciones “calla, cuando una totalidad individual alza la voz.
• Ni petrificarnos en nuestros gustos primiciales, ni oscilar al soplo de gustos ajenos. Los dos mandamientos del gusto.
• Del libro del reaccionario el lector sale menos indignado de lo que entra.
• La poesía no visita sino de paso.
• La aristocracia autentica es un sueño popular traicionado por las aristocracias históricas.
• Los problemas de toda “juventud contemporánea” son aburridísimos.
• La poesía tiene que deslizarse en este fosco atardecer como perdiz entre las hierbas.
• Los "minores" románticos gruñían como si les robaran la presa; los “minores” actuales aúllan como si les pisaran la cola.
• La fecundidad artística depende menos de la generosidad de la naturaleza con el artista que de la condescendencia del artista consigo mismo.
• El universo no es esfera perfecta, sino manzana enjuta, rugosa, agrietada.
• Los argumentos del que intenta justificar sus creencias nos consternan siempre. Sobre todo si comparte las nuestras.
• La inteligencia, en ciertas épocas, tiene que consagrarse meramente a restaurar definiciones.
• La idea que araña y muerde desde que nace se domestica prematuramente.
• Artista clásico es el que prefiere la perfección a la originalidad.
• Asociados a humildad, hasta los defectos resultan virtudes inéditas.
• La libertad teje la estameña del tiempo con hilos de destino. La opción es imprevisible, sus consecuencias indeclinables.
— Las palabras no comunican, recuerdan.

— El hombre se arrastra a través de las desilusiones apoyado en pequeños éxitos triviales.

— Lejos de garantizar a Dios, la ética no tiene suficiente autonomía para garantizarse a sí misma.

— ¿Cómo puede vivir quien no espera milagros?

— Las ambiciones legítimas se avergüenzan y dimiten en medio del tropel de ambiciones fraudulentas.

— El veneno del deseo es el alimento de la pasión.

— Reformar a los demás es ambición de que todos se mofan y que todos abrigan.

— La trivialidad es el precio de la comunicación.

— Antipatía y simpatía son las actitudes primordiales de la inteligencia.

— Todo fenómeno tiene su explicación sociológica, siempre necesaria y siempre insuficiente.

— Los libros no son herramientas de perfección, sino barricadas contra el tedio.

— Pensar que sólo importan las cosas importantes es amago de barbarie.

— Sobre nuestra vida influyen exclusivamente las verdades pequeñas, las iluminaciones minúsculas.

— Porque no entiende la objeción que lo refuta, el tonto se cree corroborado.

— Lo que despierta nuestra antipatía es siempre una carencia.

— Mucho poema moderno no es oscuro como un texto sutil, sino como una carta personal.

— Vivimos porque no nos miramos con los ojos con que los demás nos miran.

— Vivimos mientras creemos cumplir las promesas que incumplimos.

— La palabra no fue dada al hombre para engañar, sino para engañarse.

— Las realidades espirituales conmueven con su presencia, las sensuales con su ausencia.

— No debemos concluir que todo es permitido, si Dios no existe, sino que nada importa.
Los permisos resultan irrisorios cuando los significados se anulan.

— La crítica decrece en interés mientras más rigurosamente le fijen sus funciones. La obligación de ocuparse sólo de literatura, sólo de arte, la esteriliza.
Un gran crítico es un moralista que se pasea entre libros.

— ¿Predican las verdades en que creen, o las verdades en que creen que deben creer?

— La fe que no sepa burlarse de sí misma debe dudar de su autenticidad.
La sonrisa es el disolvente del simulacro.

— ¿Quién no compadece el dolor del que se siente repudiado?,
— ¿pero quién medita sobre la angustia del que se teme elegido?

— Discrepar es riesgo que no debe asumir sino la conciencia madura y precavida.
La sinceridad no protege ni del error, ni de la tontería.

— Nadie es inocente ni de lo que hace, ni de lo que cree.

— Capacidad destructora de la sonrisa del imbécil.

— El pueblo no elige a quien lo cura, sino a quien lo droga.

— La vida compasiva concede, a veces, soluciones que cierto pundonor intelectual obliga a rechazar.

— El individuo se rebela hoy contra la inalterable naturaleza humana para abstenerse de enmendar su corregible naturaleza propia.

— Quien trata de educar y no de explotar, tanto a un pueblo como a un niño, no les habla imitando a media lengua un lenguaje infantil.

— La perfección es el punto donde coinciden lo que podemos hacer y lo que queremos hacer con lo que debemos hacer.

— Entre la anarquía de los instintos y la tiranía de las normas se extiende el fugitivo y puro territorio de la perfección humana.

— Belleza, heroísmo, gloria, se nutren del corazón del hombre como llamas silenciosas.

— La nivelación es el substituto bárbaro del orden.

— Raros son los que perdonan que compliquemos sus claudicaciones.

— La salvación social se aproxima cuando cada cual confiesa que sólo puede salvarse a sí mismo.
La sociedad se salva cuando sus presuntos salvadores desesperan.

— Cuando hoy nos dicen que alguien carece de personalidad, sabemos que se trata de un ser sencillo, probo, recto.

— La personalidad, en nuestro tiempo, es la suma de lo que impresiona al tonto.

— El máximo error moderno no es anunciar que Dios murió, sino creer que el diablo ha muerto.

— El ceremonial es el procedimiento técnico para enseñar verdades indemostrables.
Ritos y pompas vencen la obcecación del hombre ante lo que no es material y tosco.

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