Segunda Parte / El Oyente:
Desarrollando un diálogo con Uno Mismo
“En el Génesis, la primera instrucción de Yahweh a Adán no es algo práctico tal como hacer un fuego o modelar un arma. Él le enseña al primer hombre a nombrar todas sus criaturas. Mediante este acto, Yahweh enfatiza que el nombrar es el más potente de los poderes que conferirá a los mortales. A través del nombrar, Adán obtiene ‘dominio sobre toda la tierra’. El nombrar confiere sentido y orden. Nombrar es conocer. Conocer es controlar.”
Leonard Schlain, ‘The Alphabet Vs. the Goddess’
Es lógico asumir que, antes de que las palabras
fuesen escritas por primera vez, comenzaron como sonidos.
Mientras que podemos asumir esto sobre las especies, podemos observarlo más
directamente cuando se trata de individuos. Cuando un bebé aprende a hablar no
construye un vocabulario palabra por palabra (un proceso que inicia más tarde),
comienza produciendo sonidos ininteligibles en imitación a aquello que
escucha. Gradualmente, estos sonidos comienzan a asemejar un lenguaje
reconocible y se inicia la comunicación verbal. Poco después de esto el niño
aprende a leer y escribir y el lenguaje se ajusta, no solo como un sonido,
también como una imagen. Se convierte en un script, un código. La escritura
introduce entonces una nueva posibilidad, la de palabras separadas de una
comunicación directa, consiguiendo la correspondiente posibilidad de
comunicar no solo a través del tiempo, sino también del espacio. Como escribe
Leonard Schlain en ‘The Alphabet Vs. the Goddess’, “La palabra escrita
es esencialmente inmortal. Para un primate hiperconsciente que se había
percatado de que la muerte era inevitable, el descubrimiento de este método
para proyectar nuestro propio ser más allá de los límites de una vida parecía
no menos que algo milagroso”.
Existe otra posibilidad que Schlain no discute,
otro propósito para escribir que no tiene nada que ver con la inmortalidad y ni
siquiera con la comunicación en un sentido ordinario. Se trata de la
posibilidad de escribir sin intención alguna de compartirlo jamás con otro ser
humano —tal como, por ejemplo, escribir un diario personal. Miles, quizá
millones de personas lo hacen diariamente (ahora menos por causa de los los
blogs y Facebook, que han abierto la posibilidad de comunicarse con extraños) y
el aprendizaje resultante o supuesto de ello es que el mantener un diario es un
proceso terapéutico. Y si este es verdaderamente el caso, ¿cómo funciona? La
respuesta obvia es que el escribir un diario es una manera de comunicarte
con tu propio ser.
“Para dialogar,
primero pregunta:
y después… escucha.
—Antonio Machado
A diferencia de hablar con uno mismo (lo cual
produce un efecto bastante diferente), la autocomunicación solo es posible a
través de la escritura. Registrar por escrito las actividades o pensamientos
propios crea una distancia entre uno mismo y el material en bruto de nuestra
existencia, así como potencialmente entre nuestro “motor” cotidiano y nuestra conciencia.
Como en una buena terapia, uno le está hablando a una otredad imparcial,
desinteresada, pero completamente atenta, con la diferencia de que en este caso
el “Oyente” eres tú mismo. Este Oyente es algo que podemos desarrollar nosotros
mismos, sin lo cual ninguna comunicación real es posible. Antes de que podamos
comenzar a escuchar a los demás tenemos que aprender a escucharnos a nosotros
mismos. Solo así podemos hallar nuestra voz verdadera, por que el discurso real
solo puede existir como respuesta al escuchar, ya sea interna o
externamente.[1]
Estamos familiarizados con la frase “sacarte algo
del pecho”, que se refiere a que al hecho de soltar algo que nos provoca
tensión o incomodidad al hablarlo o al menos entenderlo bajo una luz menos
estresante. La razón por la cual esto sucede es que al hablar de algo con otra
persona lo podemos apreciar desde una perspectiva, desde el exterior y no
del interior, y así menguar su control sobre nosotros mismos. Esto sucede
cuando tenemos un oído comprensivo a quien ventilar nuestra frustración, pero
tiende a funcionar mejor si este oído es neutral, tal como sucede en
una terapia. La terapia nos permite re-experimentar nuestro problema
desde la perspectiva de un observador imparcial pero curioso, exento de
cualquier reacción emocional intensa. Esta presencia es el Oyente, una figura
al mismo tiempo interesada y desinteresada, simpática pero imparcial, no
involucrada. Cuando nos comunicamos con nosotros mismos de esta
manera, al escribir, con la expresión creativa, el pensamiento profundo o la
meditación, traemos a escena a el Oyente —esa parte de nosotros que equivale a
un comprensivo pero desinteresado amigo o terapeuta— y podemos reconcebir
el problema desde una nueva perspectiva. Los beneficios de esto se bifurcan: no
solo experimentamos nuestro problema bajo una luz menos agobiante, también
obtenemos acceso a una parte de nosotros mismos que es capaz de erigirse por
encima de cualquier problema porque se involucra aunque conoce nuestra
información más íntima. El Oyente es nuestro propio terapeuta interno.
Ya sea compartiéndolo con alguien neutral o
escribiéndolo, lo que ocurre a través de este acto comunicativo es que tenemos
la oportunidad de observar aquello que está en nuestro interior de una
manera que sentimos segura de abordar. En términos de reconcebir el problema,
si estamos enojados, podemos describir nuestro enojo y las razones que lo
provocan y, en consecuencia, observar su forma y asumir su existencia.
Entonces podemos poseer al enojo de tal forma que el confrontar su causa
original se vuelve un proceso mucho más fácil y directo. En lugar de actuar con
enojo, lo “tomamos” y conducimos a una persona o situación y lo expresamos de
una manera menos emotiva y más balanceada. Es un espacio de ensayo psicológico
en el cual podemos darnos cuenta con exactitud de lo que somos y de lo que no
somos capaces —en dónde nos encontramos— antes de subir al escenario y actuar
frente a la audiencia.
Este tipo de diálogo con uno mismo puede producir un efecto acumulativo:
crea un loop de retroalimentación recursiva en el cual, entre más revelamos el
contenido de nuestras mentes y lo integramos, mayor es nuestra aceptación de como
somos, mayor es nuestra capacidad de abrirnos ante los demás, recogiendo
los resultados de tales esfuerzos. Alquímicamente hablando, estamos dibujando
el camino a nuestro laboratorio mental y transmutándolo, a través del darnos
cuenta y de un largo y doloroso proceso, en oro. Al establecer una manera
distinta de relacionarnos con nosotros mismos, a través de un continuo diálogo,
estamos construyendo una especie de identidad social privada que, poco
a poco, podemos llevar con nosotros al mundo exterior. Además, al tiempo que
fortalecemos nuestro sentido individual de verdad, el significado y el valor,
vamos lentamente aterrizando en la realidad.
fuente:Pijamasurf
NOTAS
[1]Si estamos demasiado ocupados criticándonos a
nosotros mismos no podremos realmente escuchar lo que estamos tratando de
comunicar. De la misma manera, cuando pretendemos escuchar a los otros, en
realidad estamos demasiado ocupados imaginando lo que queremos decir a
continuación y simplemente aguardando la oportunidad para hacerlo. Esto no es
un diálogo.
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