—
Si la filosofía, las artes, las letras del siglo pasado, solo son
superestructuras de su economía burguesa, deberíamos defender el capitalismo
hasta la muerte. Toda tontería se suicida.
— Amor u odio no son creadores, sino reveladores, de calidades que nuestra indiferencia opaca.
— Para desafiar a Dios el hombre infla su vacío.
— La atrocidad de la venganza no es proporcional a la atrocidad de la ofensa, sino a la atrocidad del que se venga.
(Para la metodología de las revoluciones).
— Lo que la razón juzga imposible es lo único que puede colmar nuestro corazón.
— El tono profesoral no es propio del que sabe, sino del que duda.
— Los juicios injustos del hombre inteligente suelen ser verdades envueltas en mal humor.
— El pueblo nunca ha sido festejado sino contra otra clase social.
— El moderno ya sabe que la soluciones políticas son irrisorias y sospecha que las económicas lo son también.
— Creemos confrontar nuestras teorías con los hechos, pero sólo podemos confrontarlas con teorías de la experiencia.
— La más execrable tiranía es la que alegue principios que respetemos.
— La exuberancia suramericana no es riqueza, sino desorden.
— Transformar el mundo: ocupación de presidiario resignado a su condena.
— Hastiada de deslizarse por la cómoda pendiente de las opiniones atrevidas, la inteligencia al fin se interna en los parajes fragosos de los lugares comunes.
— Hay algo indeleblemente vil en sacrificar aún el más tonto de los principios a la más noble aún de las pasiones.
— Los prejuicios defienden de las ideas estúpidas.
— La presencia silenciosa de un tonto es el agente catalítico que precipita, en una conversación, todas las estupideces de que sean capaces los interlocutores más inteligentes.
— Un cuerpo desnudo resuelve todos los problemas del universo.
— Envidio a quienes no se sienten dueños tan sólo de sus estupideces.
— La cultura del individuo es la suma de objetos intelectuales o artísticos que le producen placer.
— El ridículo es tribunal de suprema instancia en nuestra condición terrestre.
— El historiador de las religiones debe aprender que los dioses no se parecen a las fuerzas de la naturaleza sino las fuerzas de la naturaleza a los dioses.
— Ala Biblia
no la inspiró un Dios ventrílocuo.
La voz divina atraviesa el texto sacro como un viento de tempestad el follaje de la selva.
— El sexo no resuelve ni los problemas sexuales.
— Creyendo decir lo que quiere, el escritor sólo dice lo que puede.
— La buena voluntad es la panacea de los tontos.
— Quisiéramos no acariciar el cuerpo que amamos, sino ser la caricia.
— No rechazar, sino preferir.
— Lo sensual es la presencia del valor en lo sensible.
— El paraíso no se esconde en nuestra opacidad interna, sino en la terrazas y en los árboles de un jardín ordenado, bajo la luz del mediodía.
— Humano es el adjetivo que sirve para disculpar cualquier vileza.
— Hace doscientos años era lícito confiar en el futuro sin ser totalmente estúpido.
¿Hoy quién puede creer en las actuales profecías, puesto que somos ese espléndido porvenir de ayer?
— “Liquidar” a una clase social, o a un pueblo, es empresa que no indigna en este siglo sino a las presuntas víctimas.
— La libertad no es la meta de la historia, sino la materia con la cual trabaja.
— Marx gana batallas, pero Malthus ganará la guerra.
— La sociedad industrial está condenada al progreso forzado a perpetuidad.
— Cuando definen la propiedad como función social, la confiscación se avecina; cuando definen el trabajo como función social, la esclavitud se acerca.
— La verdadera gloria es la resonancia de un nombre en la memoria de los imbéciles.
— Cuando un afán de pureza lo lleva a condenar la “hipocresía social”, el hombre no recupera su integridad perdida, sino pierde la vergüenza.
— El hombre es un animal que imagina ser hombre.
— Quienes se proclaman artistas de vanguardia suelen pertenecer a la de ayer.
— Cuando sólo se enfrentan soluciones burdas, es difícil opinar con sutileza.
La grosería es el pasaporte de este siglo.
— Las artes florecen en las sociedades que las miran con indiferencia, y perecen cuando las fomenta la solícita reverencia de los tontos.
— Los hombres se dividen en dos bandos: los que creen en el pecado original y los bobos.
— Demagogia es el vocablo que emplean los demócratas cuando la democracia los asusta.
— Basta que la hermosura roce nuestro tedio, para que nuestro corazón se rasgue como seda entre las manos de la vida.
— Las categorías sociológicas facultan para circular por la sociedad sin atender a la individualidad irreemplazable de cada hombre.
La sociología es la ideología de nuestra indiferencia con el prójimo.
— Para explotar plácidamente al hombre, conviene ante todo reducirlo a abstracciones sociológicas.
— Lo que aún protege al hombre, en nuestro tiempo, es su natural incoherencia.
Es decir: su espontáneo horror ante consecuencias implícitas en principios que admira.
— Envejecer con dignidad es tarea de todo instante.
— Nada más alarmante que la ciencia del ignorante.
— El precio que la inteligencia cobra a quienes elige es la resignación a la trivialidad cotidiana.
— El tonto no se inquieta cuando le dicen que sus ideas son falsas, sino cuando le sugieren que pasaron de moda.
— Todo nos parece caos, menos nuestro propio desorden.
— La historia erige y derrumba, incesantemente, las estatuas de virtudes distintas sobre el inmóvil pedestal de los mismos vicios.
— Nuestros anhelos, en boca ajena, suelen parecernos una estupidez irritante.
— La violencia política deja menos cuerpos que almas podridas.
— Verdad es lo que dice el más inteligente.
(Pero nadie sabe quién es el más inteligente).
— Cada generación nueva acusa a las pretéritas de no haber redimido al hombre. Pero la abyección con que la nueva generación se adapta al mundo, después del fracaso de turno, es proporcional a la vehemencia de sus inculpaciones.
— Las tiranías no tienen más fieles servidores que los revolucionarios que no ampara, contra su servilismo ingénito, un fusilamiento precoz.
— La sociedad moderna se da el lujo de tolerar que todos digan lo que quieran, porque todos hoy coinciden básicamente en lo que piensan.
— No hay vileza igual a la del que se apoya en virtudes del adversario para vencerlo.
— La interpretación económica de la historia es el principio de la sabiduría.
Pero solamente su principio.
— El incrédulo se pasma de que sus argumentos no alarmen al católico, olvidando que el católico es un incrédulo vencido.
Sus objeciones son los fundamentos de nuestra fe.
— La política es el arte de buscar la relación óptima entre la fuerza y la ética.
— Nadie piensa seriamente mientras la originalidad le importa.
— La “psicología” es, propiamente, el estudio del comportamiento burgués.
— El mal que hace un bobo se vuelve bobería, pero sus consecuencias no se anulan.
— En la tinieblas del mal la inteligencia es el postrer reflejo de Dios, el reflejo que nos persigue con porfía, el reflejo que no se extingue sino en la última frontera.
— Nadie sabe exactamente qué quiere mientras su adversario no se lo explica.
— Lo amenazante del aparato técnico es que pueda utilizarlo el que no tiene la capacidad intelectual del que lo inventa.
— El mayor triunfo de la ciencia parece estar en la velocidad creciente con que el bobo puede trasladar su bobería de un sitio a otro.
— La juventud es promesa que cada generación incumple.
— Arte popular es el arte del pueblo que no le parece arte al pueblo.
El que le parece arte es el arte vulgar.
— Los profesionales de la veneración al hombre se creen autorizados a desdeñar al prójimo.
La defensa de la dignidad humana les permite ser patanes con el vecino.
— Cuando se principia exigiendo la sumisión total de la vida a un código ético, se acaba sometiendo el código a la vida.
Los que se niegan a absolver al pecador terminan absolviendo al pecado.
— La honradez en política no es bobería sino a los ojos del tramposo.
— Bien educado es el hombre que se excusa al usar de sus derechos.
— El antiguo que negaba el dolor, el moderno que niega el pecado, se enredan en sofismas idénticos.
— El moderno no escapa a la tentación de identificar permitido y posible.
— El demócrata defiende sus convicciones declarando obsoleto a quien lo impugna.
— La angustia ante el ocaso de la civilización es aflicción reaccionaria.
El demócrata no puede lamentar la desaparición de lo que ignora.
— Amor u odio no son creadores, sino reveladores, de calidades que nuestra indiferencia opaca.
— Para desafiar a Dios el hombre infla su vacío.
— La atrocidad de la venganza no es proporcional a la atrocidad de la ofensa, sino a la atrocidad del que se venga.
(Para la metodología de las revoluciones).
— Lo que la razón juzga imposible es lo único que puede colmar nuestro corazón.
— El tono profesoral no es propio del que sabe, sino del que duda.
— Los juicios injustos del hombre inteligente suelen ser verdades envueltas en mal humor.
— El pueblo nunca ha sido festejado sino contra otra clase social.
— El moderno ya sabe que la soluciones políticas son irrisorias y sospecha que las económicas lo son también.
— Creemos confrontar nuestras teorías con los hechos, pero sólo podemos confrontarlas con teorías de la experiencia.
— La más execrable tiranía es la que alegue principios que respetemos.
— La exuberancia suramericana no es riqueza, sino desorden.
— Transformar el mundo: ocupación de presidiario resignado a su condena.
— Hastiada de deslizarse por la cómoda pendiente de las opiniones atrevidas, la inteligencia al fin se interna en los parajes fragosos de los lugares comunes.
— Hay algo indeleblemente vil en sacrificar aún el más tonto de los principios a la más noble aún de las pasiones.
— Los prejuicios defienden de las ideas estúpidas.
— La presencia silenciosa de un tonto es el agente catalítico que precipita, en una conversación, todas las estupideces de que sean capaces los interlocutores más inteligentes.
— Un cuerpo desnudo resuelve todos los problemas del universo.
— Envidio a quienes no se sienten dueños tan sólo de sus estupideces.
— La cultura del individuo es la suma de objetos intelectuales o artísticos que le producen placer.
— El ridículo es tribunal de suprema instancia en nuestra condición terrestre.
— El historiador de las religiones debe aprender que los dioses no se parecen a las fuerzas de la naturaleza sino las fuerzas de la naturaleza a los dioses.
— A
La voz divina atraviesa el texto sacro como un viento de tempestad el follaje de la selva.
— El sexo no resuelve ni los problemas sexuales.
— Creyendo decir lo que quiere, el escritor sólo dice lo que puede.
— La buena voluntad es la panacea de los tontos.
— Quisiéramos no acariciar el cuerpo que amamos, sino ser la caricia.
— No rechazar, sino preferir.
— Lo sensual es la presencia del valor en lo sensible.
— El paraíso no se esconde en nuestra opacidad interna, sino en la terrazas y en los árboles de un jardín ordenado, bajo la luz del mediodía.
— Humano es el adjetivo que sirve para disculpar cualquier vileza.
— Hace doscientos años era lícito confiar en el futuro sin ser totalmente estúpido.
¿Hoy quién puede creer en las actuales profecías, puesto que somos ese espléndido porvenir de ayer?
— “Liquidar” a una clase social, o a un pueblo, es empresa que no indigna en este siglo sino a las presuntas víctimas.
— La libertad no es la meta de la historia, sino la materia con la cual trabaja.
— Marx gana batallas, pero Malthus ganará la guerra.
— La sociedad industrial está condenada al progreso forzado a perpetuidad.
— Cuando definen la propiedad como función social, la confiscación se avecina; cuando definen el trabajo como función social, la esclavitud se acerca.
— La verdadera gloria es la resonancia de un nombre en la memoria de los imbéciles.
— Cuando un afán de pureza lo lleva a condenar la “hipocresía social”, el hombre no recupera su integridad perdida, sino pierde la vergüenza.
— El hombre es un animal que imagina ser hombre.
— Quienes se proclaman artistas de vanguardia suelen pertenecer a la de ayer.
— Cuando sólo se enfrentan soluciones burdas, es difícil opinar con sutileza.
La grosería es el pasaporte de este siglo.
— Las artes florecen en las sociedades que las miran con indiferencia, y perecen cuando las fomenta la solícita reverencia de los tontos.
— Los hombres se dividen en dos bandos: los que creen en el pecado original y los bobos.
— Demagogia es el vocablo que emplean los demócratas cuando la democracia los asusta.
— Basta que la hermosura roce nuestro tedio, para que nuestro corazón se rasgue como seda entre las manos de la vida.
— Las categorías sociológicas facultan para circular por la sociedad sin atender a la individualidad irreemplazable de cada hombre.
La sociología es la ideología de nuestra indiferencia con el prójimo.
— Para explotar plácidamente al hombre, conviene ante todo reducirlo a abstracciones sociológicas.
— Lo que aún protege al hombre, en nuestro tiempo, es su natural incoherencia.
Es decir: su espontáneo horror ante consecuencias implícitas en principios que admira.
— Envejecer con dignidad es tarea de todo instante.
— Nada más alarmante que la ciencia del ignorante.
— El precio que la inteligencia cobra a quienes elige es la resignación a la trivialidad cotidiana.
— El tonto no se inquieta cuando le dicen que sus ideas son falsas, sino cuando le sugieren que pasaron de moda.
— Todo nos parece caos, menos nuestro propio desorden.
— La historia erige y derrumba, incesantemente, las estatuas de virtudes distintas sobre el inmóvil pedestal de los mismos vicios.
— Nuestros anhelos, en boca ajena, suelen parecernos una estupidez irritante.
— La violencia política deja menos cuerpos que almas podridas.
— Verdad es lo que dice el más inteligente.
(Pero nadie sabe quién es el más inteligente).
— Cada generación nueva acusa a las pretéritas de no haber redimido al hombre. Pero la abyección con que la nueva generación se adapta al mundo, después del fracaso de turno, es proporcional a la vehemencia de sus inculpaciones.
— Las tiranías no tienen más fieles servidores que los revolucionarios que no ampara, contra su servilismo ingénito, un fusilamiento precoz.
— La sociedad moderna se da el lujo de tolerar que todos digan lo que quieran, porque todos hoy coinciden básicamente en lo que piensan.
— No hay vileza igual a la del que se apoya en virtudes del adversario para vencerlo.
— La interpretación económica de la historia es el principio de la sabiduría.
Pero solamente su principio.
— El incrédulo se pasma de que sus argumentos no alarmen al católico, olvidando que el católico es un incrédulo vencido.
Sus objeciones son los fundamentos de nuestra fe.
— La política es el arte de buscar la relación óptima entre la fuerza y la ética.
— Nadie piensa seriamente mientras la originalidad le importa.
— La “psicología” es, propiamente, el estudio del comportamiento burgués.
— El mal que hace un bobo se vuelve bobería, pero sus consecuencias no se anulan.
— En la tinieblas del mal la inteligencia es el postrer reflejo de Dios, el reflejo que nos persigue con porfía, el reflejo que no se extingue sino en la última frontera.
— Nadie sabe exactamente qué quiere mientras su adversario no se lo explica.
— Lo amenazante del aparato técnico es que pueda utilizarlo el que no tiene la capacidad intelectual del que lo inventa.
— El mayor triunfo de la ciencia parece estar en la velocidad creciente con que el bobo puede trasladar su bobería de un sitio a otro.
— La juventud es promesa que cada generación incumple.
— Arte popular es el arte del pueblo que no le parece arte al pueblo.
El que le parece arte es el arte vulgar.
— Los profesionales de la veneración al hombre se creen autorizados a desdeñar al prójimo.
La defensa de la dignidad humana les permite ser patanes con el vecino.
— Cuando se principia exigiendo la sumisión total de la vida a un código ético, se acaba sometiendo el código a la vida.
Los que se niegan a absolver al pecador terminan absolviendo al pecado.
— La honradez en política no es bobería sino a los ojos del tramposo.
— Bien educado es el hombre que se excusa al usar de sus derechos.
— El antiguo que negaba el dolor, el moderno que niega el pecado, se enredan en sofismas idénticos.
— El moderno no escapa a la tentación de identificar permitido y posible.
— El demócrata defiende sus convicciones declarando obsoleto a quien lo impugna.
— La angustia ante el ocaso de la civilización es aflicción reaccionaria.
El demócrata no puede lamentar la desaparición de lo que ignora.
— Los argumentos con que justificamos nuestra conducta suelen ser más estúpidos que nuestra conducta misma.
Es más llevadero ver vivir a los hombres que oírlos opinar.
— El hombre no quiere sino al que lo adula, pero no respeta sino al que lo insulta.
— Llámase buena educación los hábitos provenientes del respeto al superior transformados en trato entre iguales.
— La estupidez es el ángel que expulsa al hombre de sus momentáneos paraísos.
— Despreciar o ser despreciado es la alternativa plebeya de la vida de relación.
— Basta que unas alas nos rocen para que miedos ancestrales resuciten.
— Pensar como nuestros contemporáneos es la receta de la prosperidad y de la estupidez.
— La pobreza es la única barrera al tropel de vulgaridades que relinchan en las almas.
— Educar al hombre es impedirle la “libre expresión de su personalidad”.
— Dios es la substancia de lo que amamos.
— Necesitamos que nos contradigan para afinar nuestras ideas.
— La sinceridad corrompe, a la vez, las buenas maneras y el buen gusto.
— La sabiduría se reduce a no enseñarle a Dios cómo se deben hacer las cosas.
— Algo divino aflora en el momento que precede el triunfo y en el que sigue al fracaso.
— La literatura toda es contemporánea para el lector que sabe leer.
— La prolijidad no es exceso de palabras, sino escasez de ideas.
— Tan repetidas veces han enterrado a la metafísica que hay que juzgarla inmortal.
— Un gran amor es una sensualidad bien ordenada.
— Llamamos egoísta a quien no se sacrifica a nuestro egoísmo.
— Los prejuicios de otras épocas nos son incomprensibles cuando los nuestros nos ciegan.
— Ser joven es temer que nos crean estúpidos; madurar es temer serlo.
— La humanidad cree remediar sus errores reiterándolos.
— El que menos comprende es el que se obstina en comprender más de lo que se puede comprender.
— Civilización es lo que logran salvar los viejos de la embestida de los idealistas jóvenes.
— Ni pensar prepara a vivir, ni vivir prepara a pensar.
— Lo que creemos nos une o nos separa menos que la manera de creerlo.
— La nobleza humana es obra que el tiempo a veces labra en nuestra ignominia cotidiana.
— En la incoherencia de una constitución política reside la única garantía auténtica de libertad.
— Depender sólo de la voluntad de Dios es nuestra verdadera autonomía.
— La elocuencia es hija de la presunción.
— Negarnos a considerar lo que nos repugna es la más grave limitación que nos amenace.
— Todos tratamos de sobornar nuestra voz, para que llame error o infortunio al pecado.
— El hombre no crea sus dioses a su imagen y semejanza, sino se concibe a la imagen y semejanza de los dioses en que cree.
— La idea ajena sólo interesa al tonto cuando roza sus tribulaciones personales.
— Si Dios fuese conclusión de un raciocinio, no sentiría necesidad de adorarlo.
Pero Dios no es sólo la substancia de lo que espero, sino la substancia de lo que vivo.
— ¡Qué modestia se requiere para esperar sólo del hombre lo que el hombre anhela!
— ¿Quién no teme que el más trivial de sus momentos presentes parezca un paraíso perdido a sus años venideros?
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