15.12.10

1984 - SEGUNDA PARTE

de George Orwells

CAPITULO I

CAPITULO II

Al poner la mano en el pestillo recordó Winston que había dejado el Diario abierto sobre la mesa. En aquella página se podía leer desde lejos el ABAJO EL GRAN HERMANO repetido en toda ella con letras grandísimas. Pero Winston sabía que incluso en su pánico no había querido estropear el cremoso papel cerrando el libro mientras la tinta no se hubiera secado.
Contuvo la respiración y abrió la puerta. Instantáneamente, le invadió una sensación de alivio. Una mujer insignificante, avejentada, con el cabello revuelto y la cara llena de arrugas, estaba a su lado.
—¡Oh, camarada! empezó a decir la mujer en una voz lúgubre y quejumbrosa——, te sentí llegar y he venido por si puedes echarle un ojo al desagüe del fregadero. Se nos ha atascado...
Era la señora Parsons, esposa de un vecino del mismo piso (señora era una palabra desterrada por el Partido, ya que había que llamar a todos camaradas, pero con algunas mujeres se usaba todavía instintivamente). Era una mujer de unos treinta años, pero aparentaba mucha más edad. Se tenía la impresión de que había polvo reseco en las arrugas de su cara. Winston la siguió por el pasillo. Estas reparaciones de aficionado constituían un fastidio casi diario. Las Casas de la Victoria eran unos antiguos pisos construidos hacia 1930 aproximadamente y se hallaban en estado ruinoso. Caían constantemente trozos de yeso del techo y de la pared, las tuberías se estropeaban con cada helada, había innumerables goteras y la calefacción funcionaba sólo a medias cuando funcionaba, porque casi siempre la cerraban por economía. Las reparaciones, excepto las que podía hacer uno por sí mismo, tenían que ser autorizadas por remotos comités que solían retrasar dos años incluso la compostura de un cristal roto.
—Si le he molestado es porque Tom no está en casa — dijo la señora Parsons vagamente.
El piso de los Parsons era mayor que el de Winston y mucho más descuidado. Todo parecía roto y daba la impresión de que allí acababa de agitarse un enorme y violento animal. Por el suelo estaban tirados diversos artículos para deportes patines de hockey, guantes de boxeo, un balón de reglamento, unos pantalones vueltos del revés y sobre la mesa había un montón de platos sucios y cuadernos escolares muy usados. En las paredes, unos carteles rojos de la Liga juvenil y de los Espías y un gran cartel con el retrato de tamaño natural del Gran Hermano. Por supuesto, se percibía el habitual olor a verduras cocidas que era el dominante en todo el edificio, pero en este piso era más fuerte el olor a sudor, que se notaba desde el primer momento, aunque no alcanzaba uno a decir por qué era el sudor de una mujer que no se hallaba presente entonces. En otra habitación, alguien con un peine y un trozo de papel higiénico trataba de acompañar a la música militar que brotaba todavía de la telepantalla.
—Son los niños dijo la señora Parsons, lanzando una mirada aprensiva hacia la puerta—. Hoy no han salido. Y, desde luego...
Aquella mujer tenía la costumbre de interrumpir sus frases por la mitad. El fregadero de la cocina estaba lleno casi hasta el borde con agua sucia y verdosa que olía aún peor que la verdura. Winston se arrodilló y examinó el ángulo de la tubería de desagüe donde estaba el tornillo. Le molestaba emplear sus manos y también tener que arrodillarse, porque esa postura le hacía toser. La señora Parsons lo miró desanimada:
—Naturalmente, si Tom estuviera en casa lo arreglaría en un momento. Le gustan esas cosas. Es muy hábil en cosas manuales. Sí, Tom es muy...
Parsons era el compañero de oficina de Winston en el Ministerio de la Verdad. Era un hombre muy grueso, pero activo y de una estupidez asombrosa, una masa de entusiasmos imbéciles, uno de esos idiotas de los cuales, todavía más que de la Policía del Pensamiento, dependía la estabilidad del Partido. A sus treinta y cinco años acababa de salir de la Liga juvenil, y antes de ser admitido en esa organización había conseguido permanecer en la de los Espías un año más de lo reglamentario. En el Ministerio estaba empleado en un puesto subordinado para el que no se requería inteligencia alguna, pero, por otra parte, era una figura sobresaliente del Comité deportivo y de todos los demás comités dedicados a organizar excursiones colectivas, manifestaciones espontáneas, las campañas pro ahorro y en general todas las actividades «voluntarias». Informaba a quien quisiera oírle, con tranquilo orgullo y entre chupadas a su pipa, que no había dejado de acudir ni un solo día al Centro de la Comunidad durante los cuatro años pasados. Un fortísimo olor a sudor, una especie de testimonio inconsciente de su continua actividad y energía, le seguía a donde quiera que iba, y quedaba tras él cuando se hallaba lejos.
—¿Tiene usted un destornillador? dijo Winston tocando el tapón del desagüe.
—Un destornillador dijo la señora Parsons, inmovilizándose inmediatamente—. Pues, no sé. Es posible que los niños...
En la habitación de al lado se oían fuertes pisadas y más trompetazos con el peine. La señora Parsons trajo el destornillador. Winston dejó salir el agua y quitó con asco el pegote de cabello que había atrancado el tubo. Se limpió los dedos lo mejor que pudo en el agua fría del grifo y volvió a la otra habitación.
—¡Arriba las manos! chilló una voz salvaje.
Un chico, guapo y de aspecto rudo, que parecía tener unos nueve años, había surgido por detrás de la mesa y amenazaba a Winston con una pistola automática de juguete mientras que su hermanita, de unos dos años menos, hacía el mismo ademán con un pedazo de madera. Ambos iban vestidos con pantalones cortos azules, camisas grises y pañuelo rojo al cuello. Éste era el uniforme de los Espías. Winston levantó las manos, pero a pesar de la broma sentía cierta inquietud por el gesto del maldad que veía en el niño.
—¡Eres un traidor! grito el chico—. ¡Eres un crirninal mental ¡Eres un espía de Eurasia! ¡Te mataré, te vaporizaré; te mandaré a las minas de sal.
De pronto, tanto el niño como la niña empezaron a saltar en torno a él gritando: «¡Traidor!» «¡Criminal mental!», imitando la niña todos los movimientos de su hermano. Aquello producía un poco de miedo, algo así como los juegos de los cachorros de los tigres cuando pensamos que pronto se convertirán en devoradores de hombres. Había una especie de ferocidad calculadora en la mirada del pequeño, un deseo evidente de darle un buen golpe a Winston, de hacerle daño de alguna manera, una convicción de ser va casi lo suficientemente hombre para hacerlo. «¡Qué suerte que el niño no tenga en la mano más que una pistola de juguete!», pensó Winston.
La mirada de la señora Parsons iba nerviosamente de los niños a Winston y de éste a los niños. Como en aquella habitación había mejor luz, pudo notar Winston que en las arrugas de la mujer había efectivamente polvo.
—Hacen tanto ruido... Dijo ella——. Están disgustados porque no pueden ir a ver ahorcar a esos. Estoy segura de que por eso revuelven tanto. Yo no puedo llevarlos; tengo demasiado quehacer. Y Tom no volverá de su trabajo a tiempo.
—¿Por qué no podemos ir a ver cómo los cuelgan? Gritó el pequeño con su tremenda voz, impropia de su edad.
—¡Queremos verlos colgar! ¡Queremos verlos colgar! —canturreaba la chiquilla mientras saltaba.
Varios prisioneros eurasiáticos, culpables de crímenes de guerra, serían ahorcados en el parque aquella tarde, recordó Winston. Esto solía ocurrir una vez al mes y constituía un espectáculo popular. A los niños siempre les hacía gran ilusión asistir a él. Winston se despidió de la señora Parsons y se dirigió hacia la puerta. Pero apenas había bajado seis escalones cuando algo le dio en el cuello por detrás produciéndole un terrible dolor. Era como si le hubieran aplicado un alambre incandescente. Se volvió a tiempo de ver cómo retiraba la señora Parsons a su hijo del descansillo. El chico se guardaba un tirachinas en el bolsillo.
—¡Goldstein! Gritó el pequeño antes de que la madre cerrara la puerta, pero lo que más asustó a Winston fue la mirada de terror y desamparo de la señora Parsons.
De nuevo en su piso, cruzó rápidamente por delante de la telepantalla y volvió a sentarse ante la mesita sin dejar de pasarse la mano por su dolorido cuello. La música de la telepantalla se había detenido. Una voz militar estaba leyendo, con una especie de brutal complacencia, una descripción de los armamentos de la nueva fortaleza flotante que acababa de ser anclada entre Islandia y las islas Feroe.
Con aquellos niños, pensó Winston, la desgraciada mujer debía de llevar una vida terrorífica. Dentro de uno o dos años sus propios hijos podían descubrir en ella algún indicio de herejía. Casi todos los niños de entonces eran horribles. Lo peor de todo era que esas organizaciones, como la de los Espías, los convertían sistemáticamente en pequeños salvajes ingobernables, y, sin embargo, este salvajismo no les impulsaba a rebelarse contra la disciplina del Partido. Por el contrario, adoraban al Partido y a todo lo que se relacionaba con él. Las canciones, los desfiles, las pancartas, las excursiones colectivas, la instrucción militar infantil con fusiles de juguete, los slogans gritados por doquier, la adoración del Gran Hermano... todo ello era para los niños un estupendo juego. Toda su ferocidad revertía hacia fuera, contra los enemigos del Estado, contra los extranjeros, los traidores, saboteadores y criminales del pensamiento. Era casi normal que personas de más de treinta años les tuvieran un miedo visceral a sus hijos. Y con razón, pues apenas pasaba una semana sin que el Times publicara unas líneas describiendo cómo alguna viborilla —la denominación oficial era «heroico niño» había denunciado a sus padres a la Policía del Pensamiento contándole a ésta lo que había oído en casa.
La molestia causada por el proyectil del tirachinas se le había pasado. Winston volvió a coger la pluma preguntándose si no tendría algo más que escribir. De pronto, empezó a pensar de nuevo en O'Brien.
Años atrás —cuánto tiempo hacía, quizás siete años— había soñado Winston que paseaba por una habitación oscura... Alguien sentado a su lado le había dicho al pasar él: «Nos encontraremos en el lugar donde no hay oscuridad». Se lo había dicho con toda calma, de una manera casual, más como una afirmación cualquiera que como una orden. Él había seguido andando. Y lo curioso era que al oírlas en el sueño, aquellas palabras no le habían impresionado. Fue sólo más tarde y gradualmente cuando empezaron a tomar significado. Ahora no podía recordar si fue antes o después de tener el sueño cuando había visto a O'Brien por vez primera; y tampoco podía recordar cuándo había identificado aquella voz como la de O'Brien. Pero, de todos modos, era indudablemente O'Brien quien le había hablado en la oscuridad.
Nunca había podido sentirse absolutamente seguro —incluso después del fugaz encuentro de sus miradas esta mañana— de si O'Brien era un amigo o un enemigo. Ni tampoco importaba mucho esto. Lo cierto era que existía entre ellos un vínculo de comprensión más fuerte y más importante que el afecto o el partidismo. «Nos encontraremos en el lugar donde no hay oscuridad», le había dicho. Winston no sabía lo que podían significar estas palabras, pero sí sabía que se convertirían en realidad.
La voz de la telepantalla se interrumpió. Sonó un claro y hermoso toque de trompeta y la voz prosiguió en tono chirriante:
«Atención. ¡Vuestra atención, por favor! En este momento nos llega un notirrelámpago del frente malabar. Nuestras fuerzas han logrado una gloriosa victoria en el sur de la India. Estoy autorizado para decir que la batalla a que me refiero puede aproximarnos bastante al final de la guerra. He aquí el texto del notirrelámpago ... »
Malas noticias, pensó Winston. Ahora seguirá la descripción, con un repugnante realismo, del aniquilamiento de todo un ejército eurásico, con fantásticas cifras de muertos y prisioneros... para decirnos luego que, desde la semana próxima, reducirán la ración de chocolate a veinte gramos en vez de los treinta de ahora.
Winston volvió a eructar. La ginebra perdía ya su fuerza y lo dejaba desanimado. La telepantalla —no se sabe si para celebrar la victoria o para quitar el mal sabor del chocolate perdido— lanzó los acordes de Oceanía, todo para ti. Se suponía que todo el que escuchara el himno, aunque estuviera solo, tenía que escucharlo de pie. Sin embargo, Winston se aprovechó de que la telepantalla no lo veía y siguió sentado.
Oceanía, todo para ti, terminó y empezó la música ligera. Winston se dirigió hacia la ventana, manteniéndose de espaldas a la pantalla El día era todavía frío y claro. Allá lejos estalló una bombacohete con un sonido sordo y prolongado. Ahora solían caer en Londres unas veinte o treinta bombas a la semana.
Abajo, en la calle, el viento seguía agitando el cartel donde la palabra Ingsoc aparecía y desaparecía. Ingsoc. Los principios sagrados de Ingsoc. Neolengua, doblepensar, mutabilidad del pasado. A Winston le parecía estar recorriendo las selvas submarinas, perdido en un mundo monstruoso cuyo monstruo era él mismo. Estaba solo. El pasado había muerto, el futuro era inimaginable. ¿Qué certidumbre podía tener él de que ni un solo ser humano estaba de su parte? Y ¿Cómo iba a saber si el dominio del Partido no duraría siempre? Como respuesta, los tres slogans sobre la blanca fachada del Ministerio de la Verdad, le recordaron que:
LA GUERRA ES LA PAZ
LA LIIBERTAD ES LA ESCLAVITUD
LA IGNORANCIA ES LA FUERZA
Sacó de su bolsillo una moneda de veinticinco centavos. También en ella, en letras pequeñas, pero muy claras, aparecían las mismas frases y, en el reverso de la moneda, la cabeza del Gran Hermano. Los ojos de éste le perseguían a uno hasta desde las monedas. Sí, en las monedas, en los sellos de correo, en pancartas, en las envolturas de los paquetes de los cigarrillos, en las portadas de los libros, en todas partes. Siempre los ojos que os contemplaban y la voz que os envolvía. Despiertos o dormidos, trabajando o comiendo, en casa o en la calle, en el baño o en la cama, no había escape. Nada era del individuo a no ser unos cuantos centímetros cúbicos dentro de su cráneo.
El sol había seguido su curso y las mil ventanas del Ministerio de la Verdad, en las que ya no reverberaba la luz, parecían los tétricos huecos de una fortaleza. Winston sintió angustia ante aquella masa piramidal. Era demasiado fuerte para ser asaltada. Ni siquiera un millar de bombascohete podrían abatirla. Volvió a preguntarse para quién escribía el Diario, para el pasado, para el futuro, para una época imaginaria? Frente a él no veía la muerte, sino algo peor— el aniquilamiento absoluto. El Diario quedaría reducido a cenizas y a él lo vaporizarían. Sólo la Policía del Pensamiento leería lo que él hubiera escrito antes de hacer que esas líneas desaparecieran incluso de la memoria. ¿Cómo iba usted a apelar a la posteridad cuando ni una sola huella suya, ni siquiera una palabra garrapateada en un papel iba a sobrevivir físicamente?
En la telepantalla sonaron las catorce. Winston tenía que marchar dentro de diez minutos. Debía reanudar el trabajo a las catorce y treinta. Qué curioso: las campanadas de la hora lo reanimaron. Era como un fantasma solitario diciendo una verdad que nadie oiría nunca. De todos modos, mientras Winston pronunciara esa verdad, la continuidad no se rompería. La herencia humana no se continuaba porque uno se hiciera oír sino por el hecho de permanecer cuerdo. Volvió a la mesa, mojó en tinta su pluma y escribió:
Para el futuro o para el pasado, para la época en que se pueda pensar libremente, en que los hombres sean distintos unos de otros y no vivan solitarios... Para cuando la verdad exista y lo que se haya hecho no pueda ser deshecho:
Desde esta época de uniformidad, de este tiempo de soledad, la Edad del Gran Hermano, la época del doblepensar... ¡muchas felicidades!
Winston comprendía que ya estaba muerto. Le parecía que sólo ahora, en que empezaba a poder formular sus pensamientos, era cuando había dado el paso definitivo. Las consecuencias de cada acto van incluidas en el acto mismo. Escribió:
El crimental (el crimen de la mente) no implica la muerte; el crimental es la muerte misma. Al reconocerse ya a sí mismo muerto, se le hizo imprescindible vivir lo más posible. Tenía manchados de tinta dos dedos de la mano derecha. Era exactamente uno de esos detalles que le pueden delatar a uno. Cualquier entrometido del Ministerio (probablemente, una mujer: alguna como la del cabello color de arena o la muchacha morena del Departamento de Novela) podía preguntarse por qué habría usado una pluma anticuada y qué habría escrito... y luego dar el soplo a donde correspondiera. Fue al cuarto de baño y se frotó cuidadosamente la tinta con el oscuro y rasposo jabón que le limaba la piel como un papel de lija y resultaba por tanto muy eficaz para su propósito.
Guardó el Diario en el cajón de la mesita. Era inútil pretender esconderlo; pero, por lo menos, podía saber si lo habían descubierto o no. Un cabello sujeto entre las páginas sería demasiado evidente. Por eso, con la yema de un dedo recogió una partícula de polvo de posible identificación y la depositó sobre una esquina de la tapa, de donde tendría que caerse si cogían el libro.

27.11.10

El chico artificial cap.2

Capitulo I

de Bruce Sterling

II

HACIA la tercera hora antes del amanecer me hallaba en la zona más norteña de la isla, en Muchas Mansiones, el desgarbado habitáculo de piedra de mi amigo y patrón, Mr. Manies. Me fascinaba el vigor de mi amigo, su gusto por la vida en esos parajes agrestes. Como siempre, su preciosa casita a la orilla del mar estaba frecuentada por toda clase de sirvientes, huéspedes, clientes, aduladores y sicofantes, pornoestrellas en alza y ambiciosos productores de vídeo; por no mencionar esas rarezas incalificables: animales domésticos alterados, los productos híbridos y mutantes de Manies, una variopinta muestra de terrarios y acuarios, grotescos hologramas vagabundos y un huésped, al menos, alienígena. A pesar de todo, sus famosísimos desayunos eran un relajo para él. Se le veía tranquilo y a gusto mientras cumplía sus obligaciones de anfitrión.
En total éramos cinco, lo habitual. Un grupo heterogéneo. Alruddin Spinney, el poeta, y Rufián Jack, el explorador, eran bastante conocidos y dos de los mejores amigos de Manies. Sin embargo, jamás había visto al Profesor Angélico de la Academia ni a Santa Ana Dos Veces Nacida, una refugiada política de Niwlind. Ambos habían bajado poco antes al planeta después de un largo y tedioso proceso de descontaminación en uno de los anillos orbitales.
Spinney era grande, corpulento, con una nuez de adán prominente y un pelo rojo y ensortijado. Tenía un aire de pacífica melancolía y sacaba frecuentemente de su bolsillo un trozo de carne roja que ofrecía a su mascota, una mantis verdosa de grandes patas, un pequeño monstruo que le seguía a todas partes. La mantis aceptaba el presente con la misma displicencia que su dueño, después comenzaba a mordisquear, respirando audiblemente por unos espiráculos tan grandes como mis dedos.
«La estrella de la mañana está preciosa esta noche ¿verdad?», dijo Rufián Jack mientras miraba desde la terraza la suave superficie coralina del mar. «¿Os he hablado alguna vez de cuando estuve allí?»
«Anda, ven». Money Manies reía. La conversación era su elemento. «Minamos esa estrella hace cuatrocientos años. No somos tontos. Quieres mofarte de nosotros con esas tonterías tuyas acerca de tu gran longevidad.»
«¿Quién ha dicho cuatrocientos años?», saltó Jack. «Estuve allí hace cincuenta. En mis años de flotante, ya sabes. Las últimas detonaciones fundieron su corteza, de ahí su alto albedo.» Rufián Jack me caía bien; podía haber sido un buen luchador. Se le podía perdonar su constante manía de mentir.
«Mr. Spinney», dijo el Profesor Angélico con su voz pedante y profunda, «¿está seguro que ese artrópodo ha sido también convenientemente descontaminizado? ¿Puedo preguntarle su área de origen? ¿Es acaso esa zona continental que nosotros llamamos familiarmente la Masa?»
«No sé, señor», dijo Spinney diplomático, dando palmadas a su animalito en el sólido caparazón transparente que cubría su enorme ojo compuesto. «El mar le había arrojado a los corales y se hallaba medio ahogado. De cualquier modo, le puedo asegurar que jamás he tenido curiosidad por sus gustos de la fauna bacteriana, si es a eso a lo que se refiere.»
«¿Cuál es su relación con la Masa?», preguntó Manies interesado.
«¿Mi relación? ¿Mi relación?», cortó Angélico. Parecía irritado; una de sus tres cámaras se aproximó, tomando un primer plano de rostro picado y sin color. «Soy un estudioso, señor. Me he doctorado en microbiología y sé algo de la epidemiología bacteriana. La Masa es la zona con el mayor grado de microorganismos del mundo, casi todos potencialmente hostiles al hombre. Y los insectos son los transmisores habituales de esas formas de vida.»
Spinney, sorprendido y envarado, puso un brazo protector sobre las verdosas articulaciones de su mascota. La mantis, cuyas mandíbulas trabajaban incansables, torció su delgado cuello para enfocar con uno de sus ojos compuestos al Profesor. Manies y Rufián Jack prorrumpieron en risas; incluso Santa Ana Dos Veces Nacida se permitió una breve sonrisa. «No causará problemas, Profesor», dijo Rufián Jack. «Mis investigaciones particulares me han demostrado que ésta especie de mantis es oriunda del extremo más oriental de Aeo. Fíjate en el moteado de sus articulaciones. Estamos completamente a salvo.»
«Es cierto, señor», dijo Angélico, visiblemente sorprendido por sus risas. «¿Acaso posee algún título académico?»
Rufián Jack frunció el ceño. «Soy un explorador», dijo con brusquedad. «Hasta la Academia necesita quien les informe.»
«Desde luego, Profesor», dijo Manies con voz seria. «Todos los aquí reunidos somos gente instruida y presiento que nos ha subestimado. Mi buen amigo Nimrod ha clasificado muchos especímenes de la fauna reveriana, aun a riesgo de su propia vida.» Las seis cámaras de Manies flotaron alrededor de Rufián Jack, encuadrándole; éste recobró su buen humor inmediatamente. «Mr. Spinney es un notable explorador y un distinguido poeta. Mi joven amigo, el Chico Artificial, ha escrito jugosos artículo sobre las armas de cadenas metálicas en la Revista de Brincología de Reveria y es uno de los mejores programadores de cámaras de nuestro planeta. Sería impertinente por mi parte que contara mis propios méritos, sólo diré que soy el autor del libro Teoría de Análisis Químico de la Clase Política, Santa Dos Veces Nacida es todavía extraña en nuestras costas pero estoy seguro que es tan inteligente como bonita. Y aquí está el desayuno.»
Dejamos el mirador y nos situamos alrededor de una mesa oval de madera. El programador de comida de Manies, Mr. Quizein, atravesó la puerta en su servosilla con los aperitivos. Quizein no podía levantarse de su silla hasta que las piernas no le crecieran de nuevo. Las había perdido recientemente al ser atacado por una raya mientras nadaba en los arrecifes. «Hola Quizein», dije. «No te dejas ver mucho últimamente.»
Quizein me ignoró mientras servía las entradas, almejas del tamaño de dedos con salsa roja. Cogí una con mis palillos. Estaba deliciosa.
Santa Ana no hizo ademán de comer, permanecía frente a mí con una expresión confundida en su ancho, pecoso rostro. Yo tenía una cámara siguiéndola. Money Manies, a cuyos ojos alertas y saltones no se le escapaban nada, dijo: «Mi querida Santa Ana, ¿acaso detecto síntomas de nostalgia en tu preciosa cara? Has pasado dos años en un anillo y todavía recuerdas tu tierra. Dinos qué es lo que te ha traído aquí. ¿Qué fuerza de Niwlind ha provocado tu exilio?»
Santa Ana se irguió con un gesto automático, barriendo los invisibles, oscuros miedos que se agazapaban tras ella. Dijo suavemente: «Sigo la senda de la justicia donde quiera me lleve. Si es a Revería, mejor. En Niwlind me dijeron que Revería es una especie de paraíso, que nadie tiene que trabajar y que el gobierno es una plutocracia invisible. Pero ahora creo que aquí hay mucho que hacer. Es verdad, Mr. Manies, añoro a mis pobres compañeros. Mi gobierno ha completado su policía genocídica y ha exterminado mi rebaño. Me hubiese gustado poder hacer más por ellos. Esa es la causa de mi melancolía.»
Manies dijo: «¿Te consideras entonces como una bienhechora de nuestro universo?» Ella movió la cabeza afirmativamente. Manies siguió: «Siempre he encontrado muy interesantes esa clase de doctrinas. Dinos algo más de tu obra. Está relacionada con especies alienígenas, ¿no es cierto? Esos que se llaman a sí mismos grazna-páramos, unas aves gigantes incapaces de volar ¿verdad? Y tú crees que son inteligentes, estás convencida que tienen un alma intangible, esencia, ánimo ¿No es así?»
Santa Ana tocó de nuevo las plumas de su pelo. «Eso dice mi corazón», dijo. «Y admito libremente que son, sin duda alguna, tan inteligentes como los humanos; pero tienen otro lugar en la esencia del universo. Es por esto por lo que he organizado conferencias para proteger su ecosistema. Nuestro gobierno es insensible y brutal y muchos de mis seguidores se vieron obligados a emplear métodos violentos. Yo fui arrestada y condenada. Se me mandó al exilio, y aquí estoy.»
Manies dijo: «¡Fascinante! Presumo que la mayoría de tus conciudadanos de Niwlind no comulgaban con tus ideas.»
«Cierto», dijo Santa Ana. «Los grazna no tienen lenguaje, o eso dicen. No tienen manos, ni utensilios, ni historia, ni arte. Se comen a los enfermos o mutilados —a menudo se producen estampidas— y atacan por igual a animales domésticos como a presas salvajes. Son irascibles, rugosos, feos. Oh, dicen muchas cosas poco halagüeñas.»
«Todas ciertas, entiendo», dijo Alruddin Spinney, haciendo una pausa para dar a su mantis una almeja.
«Sí», dijo Santa Ana. «Pero nunca han vivido con ellos en los páramos. Nunca les han visto danzar.»
«¿Te importaría decirme porqué esta amistad con los grazna-páramos?», preguntó Manies. «¿El porqué de esta curiosa inclinación?»
«¿Todas las formas de vida son sagradas?», dijo Santa Ana. «Sentí la llamada y la hice caso.»
«¿Cómo te preparaste para esa llamada? ¿Con un largo período de celibato?» Afirmó de nuevo. Los ojos de Manies brillaron. «¿Presumo que posees un aparato reproductor en perfecto estado?» Esta vez el movimiento afirmativo tardó un poco más.
«Suele pasar, y así lo demuestra mi experiencia», dijo Manies con un gesto impreciso. «Sugiero, querida Santa Ana, que tu altruismo y tu falta de sexualidad están íntimamente relacionados. Te felicito por tu hábil manipulación de ti misma.» Se comió otra almeja.
«Eso no es cierto», dijo Santa Ana. «Es verdad que he tratado de purificarme con la abstinencia, pero lo mejor de mí subsiste después de todo.»
«¿Tú crees?», dijo Manies. «Inténtalo. Deja que veamos cuanto de ti es innato y cuanto cultural; cuanto crece en ti sano y vigoroso y cuanto es modelado por los demás como un bonsai. Déjanos borrar todo vestigio de tu antidisciplina sexual. Mis pornoestrellas son seguramente las más hábiles de toda la humanidad. Podemos destruir tus miedos sexuales con drogas, querida Santa Ana; y después podrás volar como una gata salvaje entre sus recovecos. Te puedo asegurar que te va a encantar el cambio. Muchas mujeres son capaces de hacerse esclavas sólo para probarlo, pero yo te lo ofrezco a ti, libremente, con espíritu hedonista. Después podremos averiguar cuantos de tus miedos permanecen y qué queda de tu firmeza. ¿Te atreverías a embarcarte en ese viaje de exploración?»
Santa Ana dudó. Finalmente dijo: «Pienso que no pretende hacerme daño, Mr. Manies; así que controlaré mi enfado y mi repulsa. Espero que no vuelva a hacerme una oferta semejante de nuevo.»
Manies dijo sorprendido: «No he querido ofenderla, mi ofrecimiento era sincero y basado en una curiosidad meramente antropológica. ¿No es así, Jack?»
«Claro, claro», dijo Rufián Jack jugando indolentemente con el borde del mostacho. «Las aptitudes sexuales de Niwlind son fascinantes. Y si no, escuchad la siguiente historia que yo atestiguo personalmente», y empezó a contarnos una larga y bastante poco probable mentira que no acabó hasta que Quizein recogió los platos del aperitivo y nos dejó con unos cuencos de arroz con setas fritos con la sabrosa carne de los cangrejos de arena. Desde lejos nos llegó el brillante destello de la detonación de una isla flotante en algún lugar sobre el continente; escuchamos su profundo estallido.
«Es nuestra respuesta a la decadencia que dio a nuestra iglesia sus poderes morales», dijo Santa Ana. «Siempre he luchado en contra, y creo que éste mundo también necesita una profunda limpieza.»
«Necesitas un sitio donde poder llevar a cabo tu tarea», dijo Manies hospitalariamente. «¿Puedo ofrecerte mi casa? Advertiré a mis numerosos amigos y huéspedes acerca de tus hábitos; estoy seguro que harán un esfuerzo por no ofenderte.»
«No, gracias», dijo la santa. «Quiero ver ese pozo inmundo de depravación: la Zona Descriminalizada. He visto cintas de lo que sucede allí durante mi período de descontaminación. Creo que seré más necesaria allí.»
«¡Estás bromeando!», dije. «Porque tú, pequeña boba, vas a ser golpeada y violada antes de que des veinte pasos. La Zona es la Zona; no es un campo de juego para estúpidos y fanáticos locos.»
«Ahora sé dónde te he visto antes», dijo. «Reconozco tu voz. ¡Tú eres ese pequeño sujeto con la cabeza encrespada que golpeaba a esa mujer enorme y vociferante!»
«¿Has visto mi lucha con Chillona?», dije. «Entonces me has visto ganar. Me fracturó la espinilla, pero tan sólo eso. Ya está casi curada. Mira.» Puse mi pierna encima de la mesa y me quité los vendajes plásticos. No estaba vestido con mis ropas de combate, por lo tanto, había tardado en reconocerme.
«Ese artilugio alrededor de tu cuello», dijo. «Es exactamente igual que el que el Secretario Tanglin solía llevar para ejercitarse. ¡Incluso miras como él!»
Me sorprendí de su referencia a Tanglin. Me puse en guardia, entorné los ojos. «Soy su hijo», dije lentamente, recurriendo a la mentira. «Vino a Reveria hace treinta años.»
«¡Es horrible!», dijo tristemente. ¡Pensar que los huesos y la sangre de Rominuald han sido reducidos a esto! ¡Que lástima que haya muerto y que haya sido incapaz de elevarte, de darte algo de su excelente moral!», sacudió la cabeza. «Me das pena.»
Esto hizo que me enfadara. Un pequeño escalofrío en la parte trasera de mi cuello envió una corriente de electricidad estática a las terminales plastificadas de mi cabello. Esto hizo que se me erizase de inmediato. Manies, Spinney y Rufián Jack echaron para atrás sus sillas y se prepararon para retirarse. Mis cámaras se activaron y comenzaron a flotar en posición de combate sobre mí. «¿Qué sabes de Rominuald Tanglin?», dije.
«¡El Secretario Tanglin era mi ídolo!» dijo. «¡Era un gran líder, un gran hombre! Al menos, así era hasta que su esposa le destruyó deliberadamente y le volvió loco. ¡Hizo más por los grazna-páramos que cualquier otro hombre viviente!»
De repente, el Profesor Angélico, que había estado plácidamente ocupado con el arroz, apareció enfadado. «¿Rominuald Tanglin?», demandó. «¿El Rominuald Tanglin? ¿Tanglin el demagogo, el enemigo de la ciencia? ¿El hombre que condujo a aquel charlatán neutro, Crossbow, a la Disputa Gestalt? ¿Está relacionado de algún modo con Tanglin, joven?»
«Sí», dije. Puse ambas manos en mi nunchako y lo saqué por encima de mi cuello. «¿He oído que le llamabas charlatán neutro al Profesor Crossbow? Seguramente mis oídos me engañan.»
Angélico se enrabietó. «¿Pretendes amenazarme, jovencito?» (Escuché a Jack gruñir: «Oh Dios, lo ha hecho.») «¡Soy un científico, señor! ¡Estoy aquí con el beneplácito de Cabal y te advierto que ellos castigarán severamente cualquier tipo de agresión! ¡Mis cámaras están tomando todos tus movimientos y después enviaré las cintas a la Academia y a tu propio gobierno!»
No dije nada; me levanté y, utilizando mi nunchako, destrocé sus tres cámaras. Lo hice en dos segundos. Angélico estaba perplejo. Puse mi nunchako sobre mi cuello de nuevo y lo dejé colgando. Me senté. Spinney, Rufián Jack y Money Manies, que se habían apartado con celeridad tan pronto como cogí mi arma, volvieron a sus sillas.
«Gracias, Chico», dijo Manies más tranquilo. «Apreciamos tu control. Profesor, modere su retórica sin sentido si no quiere que Chico le aplaste la cabeza. Chico, piensa que es un extraño a las costumbres de Revería. Perdónale en atención mía.»
«De acuerdo, Manies», dije magnánimo. «En atención tuya privaré a mis fans de contemplar cómo golpeo al Profesor Angélico hasta convertirlo en pulpa.» La mención del Profesor Crossbow me había hecho enfadar. Conocía la alianza Crossbow-Tanglin en la Disputa Gestalt ya que Crossbow me había hablado de ella.
En cambio, estaba en mucho mejor disposición con Santa Ana. Ella era una de las docenas, no, millares, de mujeres que habían quedado prendadas del carisma de Tanglin. Incluso me gustaba un poco. Teníamos una común aversión al sexo.
Angélico estaba muy enfadado pero se refrenó como pudo no diciendo nada. Alruddin Spinney decidió de repente que había que hacer algo para romper la tensión. Cogió su mascota, la mantis, y la colocó encima de la mesa, enfrente suya, donde comenzó a mecerse alerta sobre sus finas patas. Spinney se puso un trozo de carne cruda sobre sus labios. «Besa, besa», dijo.
«¡Besa!»
La mantis se balanceó elegantemente y mordió el trozo de carne y también una pizca del labio inferior de Spinney. «¡Ay!», gritó Spinney dolorido. «¡Maldita seas! ¡Siempre lo ha hecho bien cuando practicamos!»
Todos reímos a costa de Spinney. Le di un poco de esmufo para quitar el dolor y parar la hemorragia. Una vez se hubo puesto un pequeño esparadrapo quedó tan bueno como antes. Mientras yo curaba a Spinney, la mantis desplegó sus alas y se posó en mi silla, donde empezó a remover mi plato con una pata, comiéndose los trozos sobrantes de almeja.
Quizein entró con el tercer servicio, una gruesa, cremosa tortilla de huevos de raya con ensalada de quelpo. Sabía tan increíblemente bien que hasta Angélico pareció recobrar su apetito.
«Supongo que te estás preparando para el quinto centenario que se celebra la semana que viene. Manies», dijo Spinney con un leve ceceo. La semana que viene es el quinto centenario de la fundación de la primera colonia en Revería, el Año Corporativo Reveriano 500. Es una celebración muy importante para todos los reverianos que habitan su superficie.
«Efectivamente», dijo Manies. «Estaré muy ocupado: he hecho muchos planes que espero llevar a cabo. Será todo muy vivaz. Parece que la mayoría del pueblo quiere una especie de carnaval.»
Había oído algo acerca del carnaval, rumores, pero ahora que Money Manies, un árbitro social de primer orden, lo confirmaba, los rumores me parecían ciertos. «Carnaval, carnaval», dije irritado. «Estoy harto de esos estúpidos carnavales. ¿Por qué no podemos tener un satiricón o una fiesta de agua? Maldita sea, firmaría por cualquiera.»
«Una fiesta de agua sería insuficiente para tal ocasión», dijo Spinney sonriendo. «Incluso un carnaval sería algo burlesco y extravagante hace quinientos años.»
Rufián Jack bromeó. «Moses Moses se removería inquieto en su tumba, si no estuviera reducida a átomos.»
«Vaya, vaya, ¿acaso mis oídos no han captado una clara burla a la memoria de nuestro Fundador Corporativo?», preguntó Money Manies peyorativo, reprendiendo a Rufián Jack con un gesto de sus regordetes dedos. «Ay, tu patriotismo ha sido manchado. Haces que se sonrojen las mejillas de la modestia reveriana.»
Jack entornó sus ojos, pero por el momento pareció aceptar de buen grado la represalia de Manies.
«Moses Moses no sólo se removería en su tumba», dijo Spinney gravemente. «No es una tumba ordinaria. Moses Moses fue enterrado vivo en un ataúd gritante. Desafortunadamente, fue asesinado tres siglos después por la explosión del Día del Zorro. Su intención real era volver a la vida en el Año Corporativo 500. Políticamente hablando, su vuelta habría sido un total desastre; pero si hablo como historiador, me hubiese encantado tener una ocasión para hablar con él. En cierta manera es un enigma.»
«¿Ya quién le importa?», explotó Jack cruelmente. «El pasado está muerto, Moses está muerto. ¡Murió el Día del Zorro, hace trescientos años!»
Pero yo recuerdo el Día del Zorro», dijo Money Manies con voz remota. «Yo era maravillosamente joven entonces. No más que tú, Chico. No pensaba en la muerte. Fue una conmoción completa. Pensamos que, con toda seguridad, el mundo iba a sufrir un colapso. Entonces, la Cúpula de los Jefes de Revería fue totalmente borrada —el Edificio del Congreso se derrumbó— ¡el ataúd gritante de Moses Moses desapareció! ¡De pronto, no había gobierno! Fue increíble para todos nosotros. Aunque la Cúpula de Directores nunca había sido muy vigorosa desde que Moses Moses mandó que le congelaran, cuando se esfumaron no teníamos a nadie para hacerse cargo. Todos temían el terrorismo, ¡la anarquía! Pero nunca proliferó.
«No lo hizo», dijo Spinney. «He estudiado los vídeos de historia. Esas tres semanas en las que no hubo gobierno fue el período mas asombroso de nuestra historia. Todas nuestras ciudades, incluso los anillos, eran un hervidero de rumores. ¿Por qué se había reunido la Cúpula en secreto después de años de indigencia? ¿Quién fue el responsable de la explosión? Entonces se autoproclamó la Cúpula Trasera, incluso más incapaz y negligente que la primera, y en los labios de todos estaba aquella palabra. Cabal. Cabal. Revería estaba gobernada por un concilio de conspiradores. Hombres y mujeres sin rostros. Todo el mundo decía que eran ricos, inmensamente poderosos; pero nada más.
«Sé que poseían riquezas porque el límite Corporativo en cuanto a la riqueza personal fue el mayor cisma de aquel período, y la única causa para un golpe de estado. La facción progresiva favoreció una relajación de las estructuras; la vieja Cúpula de Directores insistía en la prioridad de las palabras de Moses Moses. Destruir a Moses suponía destruir su lazo con la sociedad reveriana, acabar con la disciplina puritana de los Años Mineros. Ese fue el propósito de Cabal. Asesinaron a la totalidad de la Cúpula de Directores, destruyeron al Fundador de la Corporación Reveriana y tomaron el control. Su inmensa fortuna facilitó la contratación de espías y asesinos. Era imposible resistir. Nadie pudo parar su tremenda eficacia. ¡Nadie sabía los nombres ni las caras del enemigo!»
«Mierda», dijo Rufián Jack. «Se sabe que había trece cabalistas. Siete hombres y seis mujeres. A los hombres se les llamaba Rojo, Naranja, Amarillo, Azul, Verde, Índigo y Violeta. A las mujeres, Norte, Sur, Este, Oeste, Arriba y Abajo. Vivían en sus propios anillos, como cualquier orbitante, y se ponían en contacto con la Cúpula Trasera por medio de sus agentes. Cualquiera con diez años te lo puede decir.»
«Pero que viva en la superficie», dijo Spinney. «La mayoría de los orbitantes piensan justo lo contrario. Están convencidos que Cabal residía en la superficie y no en los anillos.»
«Mr. Spinney tiene razón», dijo de repente el Profesor Angélico. «El agente de Cabal con el que me encontré en la órbita me aseguró que los Cabalista vivían aquí, en Telset, y en Sylvain, Eros y Jucklet, las cuatro ciudades más grandes.» Me estremecí, como siempre, al escuchar el nombre de «Jucklet» ¡Jucklet! ¡Qué oído más fino tenía Moses Moses para los nombres!
«¿Te has encontrado con un agente en activo de Cabal?», dijo Money Manies interesado. «Es un raro privilegio, Profesor.»
«No tan raro», dijo Angélico. «En los anillos, tu propio nombre es mencionado en relación con Cabal; como seguramente bien sabes. Algunos aseguran que Cabal para tus ambiciones políticas. Otros piensan que tú mismo eres un miembro activo.»
«¿Yo, un Cabalista? ¡Algo prohibido!», dijo Manies. «Ya tengo los suficientes problemas manejando mis negocios como para dedicarme a cuestiones planetarias. Y con respecto a mis ambiciones políticas, ¡aborrezco el pensamiento! Yo soy simplemente un artista. Un editor. Anticuario. Un teórico social. Oh, tengo muchos sombreros, pero la sobriedad en el vestir de los políticos nunca me ha llamado la atención, se lo aseguro.»
«Excelente», dijo Angélico. «Podría decir exactamente lo mismo de algunos de mis más duros rivales.»
La hipocresía de esta referencia encubierta al Profesor Crossbow me disgustó. Crossbow había elegido un aliado político, Rominuald Tanglin, para su guerra interestelar de palabras con los miembros más reaccionarios de la Academia. Yo no sabía mucho acerca de todos los condicionantes que habían tenido lugar con la Disputa Gestalt —había ocurrido antes de mi llegada, después de todo—, pero sabía de qué lado estaban mis simpatías.
«¿Y cómo llamaría su alianza particular con Cabal, señor, sino como algo político?», dije. «Con toda seguridad ha demostrado que necesita su sangrienta ayuda para probar sus propios razonamientos seniles.»
«¿Sangrienta, señor?», dijo Angélico envarándose. «Pienso que ese adjetivo se te puede aplicar a ti y a tus amigos más que al gobierno de tu planeta. Y con respecto a mi alianza con Cabal, puedes llamarla como quieras. Me importa tan poco tu lenguaje como a ti la decencia humana.»
Mi pelo se erizó. Manies, Jack y Spinney se zambulleron bajo la mesa. Permanecí rígido. Angélico también. Dije: «Creo que la mejor forma de describir tu alianza con Cabal es que ésta es una sodomización doble de la justicia y la verdad. Tu retórica es tan cretina e hipócrita como estrecha tu mente. ¡Usted, señor, y su estúpida Academia son una inmensa raspa de pescado en la garganta de la inteligencia humana!» Angélico palideció. «¡Hay más información en una sola partícula del DNA de Crossbow que en esa mierda disecada que tienes por cerebro!»
Angélico cruzo sus brazos. «¡Eres libre de desplegar tu usual violencia, señor!» ¡Como puedes ver, estoy desarmado y no puedo hacer nada! ¡No dejes que la presencia de un ser decente te pare!» Señaló a Santa Ana, que inmediatamente se colocó entre nosotros. Mis cámaras lo estaban captando todo y no quería que nada se interpusiese entre nosotros, así que la empujé de tal forma que cayó sobre la mesa.
«Señor», dije. «¡Estoy seguro que eres tan inepto en el combate a cuerpo como en el lingüístico! ¡Si la falta de armamento te intimida, coge el mío con toda libertad!» Le lancé mi nunchako. Lo cogió, lo manoseó y gritó: «¡No voy a ensuciar mis manos con esta basura!» Torpemente, lo lanzó sobre la barandilla hacia el mar.
«¡Patán!», grité. «¡Mi nunchako favorito!» Sin hacer caso de mi pierna herida, me lancé sobre la mesa y le agarré por el pescuezo, arrojándole sobre la barandilla al mar, donde cayó aullando. Dos de mis cámaras siguieron la escena, grabando su desesperado chapoteo hasta que los sirvientes le rescataron. Me limpié las manos y volví a la mesa.
Mi anfitrión y sus dos amigos surgieron de debajo. «Se lo había buscado», dijo Manies. «Cierto», dijo Spinney. Recogió su mantis, que había encontrado un cómodo asiento en el cabello marrón de Santa Ana. Había estado muy interesado con el mechón de plumas que pendía de ellos.
«Una gran actuación, Chico», dijo Rufián Jack. «Realmente ha hecho que me arrepintiera de no haber traído mis propios cámaras.»
«Te enviaré una copia cuando las revele», dije. Abrí mis ropajes y me inyecté dos dosis de tranquilizante en el conducto plástico de mi antebrazo. Pronto me calmó el dolor. Junto con Spinney sentamos a Santa Ana en su silla. Restregué con un poco de esmufo sus labios, investigando el golpe de su cabeza —muy pequeño— y echándole agua en la cara. Enseguida despertó.
«¿Qué ha pasado?», dijo.
«Te has desmayado», le dije. «La excitación.»
Arqueó las cejas, dudando. «Me siento extraña. Como... ida.»
«Ya pasará», dije. «¿Por qué no te relajas y disfrutas?»
«¿Dónde está el Profesor?», dijo confundida.
«Se ha ido de repente», dijo. Manies. Nos dio un espasmo de risa, menos mal que Quizein entró con el cuarto servicio.
Ante la insistencia de Manies, el Doctor Kokokla, su médico personal, examinó a Santa Ana. Este le aseguró que estaba perfectamente y que tan sólo tenía un leve golpe en la cabeza, ofreciéndole un sedante que ella rechazó. Una de las estrellas porno de Manies entró en la terraza con mi nunchako perfectamente seco. Lo tomé y le di las gracias; me sentía a disgusto sin él.
«Nunca me he desmayado antes», dijo Santa Ana. «No entiendo cómo he podido herirme la parte posterior de mi cabeza si he caído de frente. Es posible que me estén engañando, señores. ¡Recuerdo que aquel sujeto me golpeó con su arma!»
«Así es», admitió Manies. «Perdóname, querida Santa Ana. Esta explosión de violencia ha sido culpa mía. Ha sido un fallo de cálculo. Disfruto con las reuniones de gentes de dispares gustos, pero nunca pensé que llegarían tan lejos como para implicarte en un combate físico. ¡Tales gestos de bravuconería entrañan un cierto riesgo!»
«¡Basta ya, Manies!», dije. -«Sí, Ana, te empujé. ¡Te interpusiste! Nuestro anfitrión es muy considerado y político, ¡pero no pienses que-el resto de nosotros va a tratarte igual! Y ahora, por Dios, compórtate como una persona civilizada o te arrojaré por encina del balcón.» Este tratamiento sólo podía enrabietar a la severa Santa Ana, pero el pensamiento de ser despiadadamente arrojada al mar le hizo reconsiderar la situación. Después de mirarnos a todos y cada uno, adoptó sus ademanes sociales y se sentó de nuevo. Al poco comenzó a comer. Se cree que el esmufo estimula el apetito y el gusto. Se sabe que acaba con el dolor, pero también que aturde, desorienta y que daña la coordinación y, a veces, el oído.
«Gracias por ser tan razonable, querida Santa Ana», dijo Manies. «Soy muy cuidadoso eligiendo los invitados a estos desayunos, basándome en mi Teoría Química de la Clase Política; pero a veces me salen combinados demasiado ácidos o demasiado básicos y entonces debo cargar con la consecuente explosión. ¡Es desconcertante pero muy divertido! Hace que me sienta joven. Soy muy viejo, querida Santa; por favor, respeta mis caprichos.»
«Le perdono, Mr. Manies», dijo Santa Ana. «Sé que tiene buen corazón. Cada uno tiene su propia sabiduría aunque sea un tanto impía.»
Manies sonrió como si aquello fuera el piropo más grande que jamás hubiese escuchado. Spinney y Rufián Jack hicieron un gesto ante su ingenuidad. «Sólo tengo cincuenta y dos años», dijo Ana. «Debes haber acumulado gran cantidad de conocimientos en tanto tiempo, aunque nunca te hayas sentido atraído por la teología. ¿Cual es tu Teoría del Análisis Químico?»
Spinney y Jack cerraron los ojos, pero en el fondo no nos importaba porque así podríamos dedicarnos a atacar el cuarto plato: rabo de castor marino a la brasa, que comimos con cuchillo y tenedor.
«La Teoría Química es, de hecho, una analogía», dijo Manies. Tocó un botón en el pesado brazalete que adornaba su muñeca derecha y apareció su secretaria Chalkwhistle, una neutra. Manies cogió un bolígrafo y papel de la neutra y comenzó a dibujar mientras hablaba. «Como sabes, querida Santa Ana, el cuerpo humano es un sistema inmensamente complejo, una especie de ecosistema con su propia flora y fauna. Lo mismo pasa con la Clase Política o nuestra sociedad humana. Sus reacciones, su estructura, es muy similar. La historia del cuerpo humano es la historia de sus macromoléculas orgánicas, sus acoplamientos (perdona la expresión) de átomos separados. De la misma forma, la historia de la Clase Política es la historia de gran cantidad de pequeños grupos, grupos unidos de amigos. No voy tan lejos como para llegar a decir que un simple átomo es una personalidad individual. En la mayoría de los casos, las personas pueden ser consideradas como pequeñas moléculas: ácidos, bases, sales, etcétera. Yo trabajo con sus átomos por pura comodidad.
«El efecto de un simple átomo en el cuerpo humano es imperceptible ¡pero si ese átomo está incluido en la molécula correcta, su influencia puede ser crucial! No importa qué átomo entra en la molécula; lo realmente importante es que ese átomo puede ser, por sus características, el correcto para esa determinada molécula. Es la estructura lo que cuenta, al igual que las relaciones entre distintos grupos de amigos más que entre los propios amigos. De hecho, algunos átomos son realmente raros, al igual que hay tipos de personalidades que son raras, y de esta forman pueden ejercen una influencia desproporcionada; pero es el acoplamiento lo que cuenta.
»Yo soy una encima, llevado constantemente a unir grupos moleculares para producir configuraciones más fuertes.»
«En otros mundos eres lo que sabes, no lo que eres», dijo Spinney. Spinney. Jack y yo estábamos hartos; habíamos escuchado la aburrida teoría de Manies varias veces. Era uno de los signos más patentes de su edad. No era más extraña ni disparatada que otras teorías refritas por gentes de su edad; Rominuald Tanglin, por ejemplo.
«¡Correcto! Tales aseveraciones muestran un entendimiento instintivo de este principio», dijo Manies feliz. «Permite que te sugiera un ejemplo. Quizá reconozcas esta molécula, delta-1, tetrahidrocanabinol.» Levantó su cuadernillo.

«Es una mezcla alucinógena y eufórica», dijo Manies. «Como puedes ver, su estructura es relativamente simple, cincuenta y tres átomos de carbono, hidrógeno y oxígeno, sin nitrógeno ni silíceo como en muchas drogas. He hecho una réplica deliberada de su estructura como una Analogía Química, para determinar sus efectos sobre las acciones de la Clase Política. Recuérdalo, querido Alruddin. Fue hacia la mitad del Año Satiricón, hace cinco años.»
«¡Seguro!», dijo Spinney entusiasmado. «¡Vaya fiesta! ¡Las gentes cantaban, gritaban, reían, chillaban, olvidaban sus prejuicios, jodían por las calles... aullando a la Estrella de la Mañana, se lanzaban al agua desde las Torres de Coral... y al amanecer había un gentío desnudo bañándose en la Bahía de Telset! ¡Fue increíble, impensable!» Se puso serio. «¿No irás a decirme que tú fuiste el responsable de todo, Manies?»
«¿Responsable, mi querido amigo?», dijo Manies con una sonrisa críptica. «Tú eras uno de los oxígenos! Podía haber durado indefinidamente si uno de mis carbonos no se hubiera fugado con un hidrógeno, rompiendo la estructura en un mero cannabinoide... Sin embargo, considero el episodio como un punto a favor de mi teoría. El experimento fue posible gracias a los esfuerzos de cincuenta y tres amigos que se acoplaron. Gracias, Chalkwhistle, es todo por ahora.» Manies borró lo escrito con un toque de su pulgar y se lo devolvió a su secretaria. «¿Alguien quiere un sorbete?»
Todos queríamos. Los sirvientes recogieron la mesa y trajeron sillas más cómodas. Manies repartió algunas drogas para después del desayuno y Spinney nos leyó parte de su nueva entrega para su Ciclo de Telset. El cielo oriental comenzó a arrebolarse con la aurora, y cuando apareció el sol amarillo sobre el horizonte, prorrumpimos en gritos de bienvenida. Las plácidas aguas del Golfo de la Memoria se tiñeron de oro por unos momentos, para pasar después al profundo azul zafiro de la mañana.
El desayuno había terminado; era hora de volver a casa.

10.11.10

Descapotables, tanques, y batmóviles

de Neal Stephenson

- (Introducción)

En la época en que Jobs, Wozniak, Gates, y Allen estaban soñando estos planes inverosímiles, yo era un adolescente que vivía en Ames, Iowa. El padre de uno de mis amigos tenía un viejo descapotable oxidándose en el garaje. A veces de hecho conseguía que arrancara y cuando lo hacía nos llevaba a dar una vuelta por el barrio, con una expresión memorable de salvaje entusiasmo juvenil en la cara; para sus preocupados pasajeros, era un loco, tosiendo y renqueando por Ames, Iowa y tragándose el polvo de oxidados Gremlins y Pintos, pero en su propia imaginación él era Dustin Hoffman cruzando el Puente de la Bahía con el cabello al viento.
Mirando atrás, esto me reveló dos cosas acerca de la relación de las personas con la tecnología. Una fue que el romanticismo y la imagen influyen mucho sobre su opinión. Si lo dudan (y tienen un montón de tiempo libre), pregúntenle a cualquiera que tenga un Macintosh y que por ello imagina ser miembro de una minoría oprimida.
El otro punto, algo más sutil, fue que la interfaz es muy importante. Claro que aquel deportivo era un coche malísimo en casi cualquier aspecto importante: pesado, poco fiable, poco potente. Pero era divertido conducirlo. Respondía. Cada guijarro de la carretera se sentía en los huesos, cada matiz en el asfalto se transmitía instantáneamente a las manos del conductor. Podía escuchar al motor y saber qué fallaba. El volante respondía inmediatamente a las órdenes de las manos. Para nosotros los pasajeros, era un ejercicio fútil de no ir a ningún lado -- más o menos tan interesante como mirar por encima del hombre de alguien que mete números en una hoja de cálculo. Pero para el conductor era una experiencia. Durante un breve tiempo, estaba expandiendo su cuerpo y sus sentidos en un ámbito más amplio, y haciendo cosas que no podía hacer sin ayuda.
La analogía entre coches y sistemas operativos es bastante buena, así que permítanmente seguir con ella durante un rato, como modo de dar un resumen sumario de nuestra situación hoy en día.
Imagínense un cruce de carreteras donde hay cuatro puntos de venta de coches. Uno de ellos (Microsoft) es mucho, mucho mayor que los demás. Comenzó hace años vendiendo bicletas de tres velocidades (MS-DOS); no eran perfectas, pero funcionaban, y cuando se rompían se arreglaban fácilmente.
Enfrente estaba la tienda de bicicletas rival (Apple), que un día empezó a vender vehículos motorizados -- coches caros, pero de estilo atractivo, con los mecanismos herméticamente sellados, de tal modo que su funcionamiento era algo misterioso.
La tienda grande respondió apresurándose a sacar un kit de actualización (el Windows original) al mercado. Éste era un dispositivo que, cuando se atornillaba a una bicicleta de tres velocidades, le permitía seguir, a duras penas, el ritmo de los coches Apple. Los usuarios tenían que usar gafas de protección y siempre estaban sacándose bichos de los dientes mientras los usuarios de Apple corrían en su confort herméticamente sellado, burlándose por las ventanillas. Pero los Micro-motopedales eran baratos, y fáciles de reparar comparados con los coches Apple, y su cuota de mercado creció.
Al final la tienda grande acabó por sacar un coche en toda regla: un monovolumen colosal (Windows 95). Tenía el encanto estético de un bloque soviético de viviendas para obreros, perdía aceite y le estallaban las bujías, y fue un éxito tremendo. Poco tiempo después, sacaron también un enorme vehículo pesado destinado a los usuarios industriales (Windows NT), que no era más bonito que el monovolumen, y sólo algo más fiable.
Desde entonces ha habido un montón de ruido y gritos, pero poco ha cambiado. La tienda pequeña sigue vendiendo elegantes sedanes de estilo europeo y gastándose mucho dinero en campañas publicitarias. Tienen carteles de ¡Liquidación! puestos en el escaparate desde hace tanto tiempo que ya están amarillos dy arrugados. La tienda grande sigue fabricando monovolúmenes y vehículos pesados, cada vez más y más grandes.
Al otro lado de la carretera hay dos competidores que llegaron más recientemente. Uno de ellos, (Be, Inc.) vende Batmóviles plenamente operativos (los BeOS). Son más bonitos y elegantes incluso que los eurosedanes, mejor diseñados, más avanzados tecnológicamente, y al menos tan fiables como cualquier otra cosa en el mercado - y sin embargo son más baratos que los demás.
Con una excepción, claro: Linux, que está enfrente mismo, y que no es un negocio en absoluto. Es un conjunto de tiendas de campaña, yurtas, tipis, y cúpulas geodésicas levantadas en un prado y organizadas por consenso. La gente que vive allí fabrica tanques. No son como los anticuados tanques soviéticos de hierro forjado; son más parecidos a los tanques M1 del ejército americano, hechos de materiales de la era espacial y llenos de sofisticada tecnología de arriba abajo. Pero son mejores que los tanques del ejército. Han sido modificados de tal modo que nunca, nunca se averían, son lo bastante ligeros y maniobrables como para usarlos en la calle, y no consumen más combustible que un coche compacto. Estos tanques se producen ahí mismo a un ritmo aterrador, y hay un número enorme de ellos alineados junto a la carretera con las llaves puestas. Cualquiera que quiera puede simplemente montarase en uno y marcharse con él gratis.
Los clientes llegan a este cruce en multitudes, día y noche. El noventa por ciento se van derechos a la tienda grande y compran monovolúmenes o vehículos pesados. Ni siquiera miran las otras tiendas.
Del diez por ciento restante, la mayoría va y compra un elegante eurosedán, deteniéndose sólo para mirar por encima del hombro a los filisteos que compran monovolúmenes y vehículos para circulación fuera de carretera. Si acaso llegan a fijarse siquiera en la gente al otro lado de la carretera, vendiendo los vehículos más baratos y técnicamente superiores, estos clientes los desprecian, considerándolos lunáticos y descerebrados.
La tienda de Batmóviles vende unos pocos vehículos al maniático de los coches ocasional que quiere un segundo vehículo además de su monovolumen, pero parece aceptar, al menos de momento, que es un jugador marginal.
El grupo que regala los tanques sólo permanece vivo porque lo llevan voluntarios, que se alinean al borde de la calle con megáfonos, tratando de llamar la atención de los clientes sobre esta increíble situación. Una conversación típica es algo así:
Hacker con megáfono: ¡Ahorra dinero! ¡Acepta uno de nuestros tanques gratis! ¡Es invulnerable, y puede atravesar roquedales y ciénagas a noventa millas por hora consumiendo un galón cada cien millas!
Futuro comprador de monovolumen: Ya sé que lo que dices es cierto... pero... eh... ¡yo no sé mantener un tanque!
Megáfono: ¡Tampoco sabes mantener un monovolumen!
Comprador: Pero esta tienda tiene mecánicos contratados. Si le pasa algo a mi monovolumen, puedo tomarme un día libre del trabajo, traerlo aquí, y pagarles para que trabajen en él mientras yo me siento en la sala de espera durante horas, escuchando música de ascensor.
Megáfono: ¡Pero si aceptas uno de nuestros tanques gratuitos te mandaremos voluntarios a tu casa para que lo arreglen gratis mientras duermes!
Comprador: ¡Manténte alejado de mi casa, bicho raro!
Megáfono: Pero...
Comprador: ¿Es que no ves que todo el mundo está comprando monovolúmenes?

fragmento de En El Principio Fue La Línea De Comandos

23.10.10

Fragmentos

de Alejandro Jodorowsky

Campo de concentración

El prisionero estira sus dedos y con trazos digitales forma un laberinto por donde su alma vaga buscando una salida.

Maestro Inútil

Caminó por esa ciudad en la que todos los habitantes se apresuraban a entrar temprano en sus casas para que no los sorprendiera el toque de queda. Tenía infinitas respuestas, pero no encontró a nadie que quisiera hacerle una pregunta.

La Frontera

Con el pecho cubierto de medallas regresó el viejo soldado. Arrastrando su pierna ortopédica dejó una larga línea en la tierra. Esa huella iba dividiendo el mundo en dos. Un lado estéril que rápidamente se convertía en desierto y un lado fértil poblado de bosques, flores exuberantes y aves multicolores... El viejo soldado, con el pecho cubierto de medallas, se perdió en el horizonte. Poco a poco el viento y la lluvia borraron esa huella. El mundo recuperó su unidad.

Misterios del Tiempo

Cuando el viajero miró hacia atrás y vio que el camino estaba intacto, se dio cuenta de que sus huellas no lo seguían, sino que lo precedían.

Íntima Tarea

Un señor quiere limpiar, con una tarjeta de visita, la abertura trasera de su elefante. Apenas comienza la íntima tarea, se da cuenta de que la exigua cartulina es insuficiente por que el arrugado círculo exige más bien la página doble de un periódico. Careciendo de tanto papel o no queriendo buscarlo, el caballero decide coser la salida hasta dejarla del tamaño de una moneda de cinco centavos. Entonces con toda facilidad realiza la limpieza... El intestino del paquidermo, carente de escape apropiado, acumula materias pestilentes que, al fermentar, hacen estallar al animal entero. Uno de los trozos aplasta al señor y el resto de ellos ensucia e infecta la noble casa.

Epistemología

Con tristeza, el camaleón se dio cuenta de que, para conocer su verdadero color, tendría que posarse en el vacío.

El Perezoso

Año tras año el viejo monje tibetano, en su nevado retiro, hacía girar, dormitando, su molino de rezos. Impulsado por una mano fláccida, el grueso cilindro giraba y giraba enviando hacia el cielo la vibración de sus letras sagradas. Como Dios premia los esfuerzos y no la pereza, cuando llegó la hora de la muerte, ofreció el cielo al molino de rezos y sumió en el infierno al monje.

¡Arde, Bruja, Arde!

La monja esta siendo quemada viva. Un mendigo, acosado por el frió, había llegado a la iglesia pidiendo albergue. Porque no tenía con que hacer un fuego para calentarlo, la monja quemo una virgen de madera. Ahora el abad, viejo reseco a quien nadie había visto sonreír, la quemaba a ella, acusándola de comunista sacrílega. Ardió la pira, ardió su cuerpo, ardió su cuerpo, pasaron la horas, los días, tres semanas, y la carne siguió echando llamas sin consumirse. Las noches de la aldea ya no eran oscuras, los gallos no cesaban de cantar, los vecinos no podían dormir. Formaron filas, se pasaron baldes llenos con agua para empaparla, el incendio no ceso. Así, lanzando lenguas de fuego, la arrojaron a un pozo que colmaron con arena. De ese profundo sepulcro emergió un calor intenso que atrajo moscas, arañas y víboras. Decidieron desenterrarla. La encontraron aún en llamas y además viva. Le rogaron que dejara de arder. Sin decir una palabra caminó hacia la iglesia, bajó del púlpito al abad y lo estrechó contra su pecho. "¡Entra en Su corazón!" Cuando el viejo se consumió sin dejar cenizas, ella dejó de arder. Tomó una escoba y, como de costumbre, se puso a barrer el piso. Los aldeanos le llevaron pedazos de leña temiendo que algún otro mendigo llegara a pedirle albergue.

Psicomagia

"No soy un borracho, pero tampoco soy un santo. Un hechicero no deberia ser un "santo"... Deberia poder descender tan bajo como un piojo y elevarse tan alto como un aguila... Debes ser dios y diablo a la vez. Ser un buen hechicero significa estar en medio de la tormenta y no guarecerse. Quiere decir experimentar la vida en todas sus fases. Quiere decir hacer el loco de vez en cuando. Eso tambien es sagrado."

Nota preliminar; Corzo Cojo
(brujo siux de la tribu Lakota)

El libro de la muerte

Le dijeron que si iba a cierta caverna de una montaña de los Andes, encontraria a una anciana curandera que podria decirle, consultando un libro, el dia exacto de su muerte. Despues de mucho cavilar, decidio ir a visitarla. La vieja extrajo una pequeña libreta del interior de un craneo adornado con pedazos de espejo y le comunico la fatal fecha: solo le quedaban dos años de vida.
El visitante lanzo un gemido de angustia. Luego sonrio, incredulo.
- Viejita, ¿Como va a ser posible que tengas anotada en esa infinita libreta la fecha de muerte de los millones de seres humanos que pueblan la tierra?
- Hijo mio, e verdad aqui tengo escrito solo el nombre de los pocos que han de atreverse a venir a consultarme.
Tu destino es...
"Tu destino son las estrellas no hagas un nido en la cama decide quebrar las anclas desaloja la escalera no trasquiles crea lana abre el ojo que no sueña pierde la carne y las venas deja desnuda a tu alma haz de tu nombre una hoguera y dile a tu cojo anda y dile a tu avaro ama
¡Corónate de una cresta!"
- Jaime, he terminado de estudiar el asunto: este periodo de prosperidad del que hablan tanto los periodistas es solo blanqueo de sepulcro. La verdad no anida en las paginas editoriales, sino en las economicas. El pais que llamas tuyo, espero que no te equivoques, esta siendo vendido, mina por mina, campo por campo, a los norteamericanos. Claro que los dolares parecen bendicion para los que viven especulando, pero son papeles que se esfuman. La riqueza del suelo se la llevan los extranjeros. Tus chilenos no se estan enriqueciendo sino endeudando. Situacion peligrosa. el hambre popular puede gestar una revolucion.

extracto de:"Cuando Teresa se enojo con Dios"

Deslumbrar

¡Igual que la mentira, la verdad necesita charlatanes, por que si no la ensalzan, nadie la nota!

El arte delTarot

Nadie sabe quien invento el Tarot, ni donde, ni cuando. Nadie sabe lo que significa esta palabra, y tampoco a que idioma pertenece. No se sabe tampoco si esta al origen del juego de cartas o solamente el resultado de una lenta evolución que hubiera empezado por la creación de un juego de cartas llamado "naïbbe" (cartas) y al cual se le hubieran agregado los ARCANOS MAYORES y las PINTAS: Primer punto de referencia certero, la prohibición en 1376 en Bern, del juego de cartas. En 1392, esta dicho en las minutas de Charles Peupart, tesorero de Carlos VI, se pagaron 56 sols al Jacquemin Gringonneur de París, para pintar tres juegos de cartas en dorado. Pero esto no quiere decir que Gringonneur haya inventado el Tarot...
En 1377, un monje alemán – Johannes- menciona un juego de carta que habría visto en suiza. En España, se señala la aparición del juego de cartas en 1378.
En 1457, San Antonio, en su "Tratado de Teología" hace referencia al Tarot. En 1500, un manuscrito latín – "Sermones de ludo cum aliis"- contiene la lista de los ARCANOS MAYORES.
Hasta el siglo XVIII, el Tarot es asimilado a un juego de azar y su sentido profundo pasa desapercibido. Se copian los dibujos, se los transforman, se los mutila, se adornan con retratos de nobles, se les pone al servicio a la suerte de la corte. Pero en 1781, el autor francés Court de Gebelin redescubre el Tarot (de Marsella) y lo presenta en el noveno volumen de su "Mundo Primitivo". Agregando un cero al LOCO, equivocándose en los números del EREMITA y de la templanza agregando un pie a la mesa del malabarista, transformando el cetro del Papa, dibujando el Ahorcado de pie etc., pretende también corregir los "errores" del original y, ignorando sus inexactitudes, dándole al Tarot un origen puramente inventado: las 22 CARTAS
Mayores serán jeroglíficos perteneciendo al "Libro del Toth" rescatado de las ruinas egipcias hace mas de mil años... Diez años mas tarde, un adivino, el barbero Eteilla "restaura" la "significación" del Tarot de Marsella y establece entre sus Lames fantasiosas unas menos fantasiosas relaciones con la Astrología y la Kabbale. ¡Y desde entonces, miles de libros fueron escritos demostrando que el Tarot toma su fuente de los Egipcios, los Chaldeos, los Hebreos, los Arabes, los Hindus, los Griegos, los Chinos, los Mayas, los Extraterrestres, los Suprahumanos, cuando no se evoca al Atlántida o a Adam si mismo susceptibles de haber dibujado los primeros bosquejos! La palabra TAROT seria egipcia (TAR: caminos; RO, ROS, ROB: real), hindu-tartaro
(TAN-TARA: zodiaco), hebreo (TORA: ley), latín (ROTA: rueda; ORAT: el habla), sánscrito (TAT: el todo; TAR-O: estrella fija), Chino (TAO), etc.
Diferentes grupos étnicos y religiosos, diferentes sociedades secretas se han reivindicado la paternidad: Gitanos, Judíos, Masones, Rosa-Cruz, Sofistas... Encontramos influencias de los evangelios y del relato del Apocalipsis (en las Lames como EL MUNDO, EL AHORCADO, LA EMPERATRIZ, LA JUSTICIA, LA TEMPLANZA, LA FUERZA, EL DIABLO, EL PAPA, EL JUICIO), enseñanzas tantricas, del "YI KING" y del calendario solar azteca. Algunas ven en el Tarot una obra de alquimia, kabbalistica, astrológica, aritmomancica. Cada sociedad, cada nudo esotérico, cada rama de la magia, cada Iniciado, cada nacionalidad, cada artista sienten entonces la necesidad de pintar por fin el verdadero Tarot.

Violeta

La celebridad de Violeta Parra es tan grande que es muy poco lo que yo puedo revelar de ella. La conocí en París, donde vino en dos ocasiones. Primero en 1954 (por dos años) y después en 1961 (por tres años). En el primer período, aún no famosa, para ganarse la vida cantó en un pequeño bar del Barrio Latino, L’Escale. Su sueldo miserable sólo le permitía pagarse un cuarto de hotel de una estrella y cocinar ahí una modesta comida estilo chileno –carbonada, pastel de choclo, ensalada de tomate con cebolla– que muchas veces compartió con sus seis principales amigos, uno de los cuales era yo. Lo cuenta en su libro Décimas. Autobiografía en versos: “Para mi amigo Alejandro que me alentara en París con una flor de alhelí y una amistosa sonrisa, su mano fue una delicia allá en esa vida ausente; ayer sembraste simiente hoy florecen y fructifican”. Dice que yo la alenté en París, pero fue lo contrario. Su tenacidad y energía me contagiaron. Violeta cantaba desde las diez de la noche hasta las cuatro de la mañana, luego se levantaba a las ocho y corría a grabar los cantos chilenos que había recogido de labios de viejas campesinas –“a lo humano y a lo divino”–, ya fuera para Chant du Monde o para la Fonoteca Nacional del Museo del Hombre. Yo protesté:
–Pero Violeta, ¡si no te dan ni un céntimo! ¡Tienes que darte cuenta de que, en nombre de la cultura, te están estafando!
–No soy tonta, sé que me explotan. Sin embargo, lo hago con gusto: Francia es un museo. Conservarán para siempre estas canciones. Así habré salvado gran parte del folklore chileno. Para el bien de la música de mi país, no me importa trabajar gratis. Es más, me enorgullece. Las cosas sagradas deben existir fuera del poder del dinero.
Violeta me dio una inolvidable lección. Gracias a su ejemplo he leído el Tarot y dado consejos de Psicomagia de forma gratuita.
Cuando regresó a París, siete años después, ya era una cantante conocida y respetada en Chile no sólo por su arte sino también por sus valiosas investigaciones de su olvidado folklore. Grabó sus propias canciones (“Gracias a la vida”, entre ellas) para el sello Barclay. Actuó en el escenario central de la fiesta del diario comunista L’Humanité. A pesar de todo ello, siguió siendo una mujer con la apariencia de una humilde campesina; y su cuerpo menudo encerraba un alma de una fuerza sobrehumana... Paseándome con ella por las orillas del Sena, llegamos frente al Palacio del Louvre.
–¡Qué imponente museo! –le dije–. El peso de tantas obras de arte, de tantas grandes civilizaciones, a nosotros, pobres chilenos sin tradición, con chozas de paja en vez de pirámides, con humildes cacharros de greda en lugar de esfinges, nos aplasta.
–Calla –me contestó altiva–. El Louvre es un cementerio y nosotros estamos vivos. La vida es más poderosa que la muerte. A mí, que soy tan pequeña, ese enorme edificio no me asusta. Te prometo que pronto verás ahí dentro una exposición de mis obras...
No supe si considerarla loca o aquejada de una ingenua vanidad. La conocía como cantante, no como artista plástica.
Violeta contaba con muy poco dinero. Compró alambre, arpillera barata, lanas de colores, greda, algunos tubos de pintura. Y con esos humildes materiales creó tapices, cántaros, pequeñas esculturas, óleos. Eran sus propias obras y, al mismo tiempo, la expresión de un folklore chileno desaparecido en la realidad, pero atesorado en las profundidades del inconsciente de mi amiga. ¡En abril de 1964, Violeta Parra inauguró su gran exposición en el Museo de Artes Decorativas, Pabellón Marsan, del Palacio del Louvre!
Esta increíble mujer me enseñó que, si queremos algo con la totalidad de nuestro ser, acabamos lográndolo. Lo que parece imposible, con paciencia y perseverancia se hace posible.

Este fragmento pertenece al prólogo de El Maestro y las magas

Loco genio o mentiroso?.

En tus libros, nos has revelado una forma de ver el mundo diferente, has hecho revivir el concepto de guerrero espiritual, has vuelto a poner de actualidad el trabajo sobre el sueño lúcido y sin embargo no sé si eres un loco, un genio o un mentiroso.

Este fragmento pertenece a La Danza de la Realidad

Muchacha Inteligente.

¡Pensar es crear y crear es creer; no permitas que entre la duda en tu alma, no te alejes de la realidad en la que crees, implántala, tu puedes hacerlo, este mundo es tuyo! ¡Ponte de rodillas: si rezas con todas tus entrañas, la ilusión se hará realidad!

Este fragmento pertenece a El Niño del Jueves Negro

Frase Mariposa

" ...el apocalipsis aquí está. Los americanos saben de esto, de que la única esperanza son los platillos voladores. ¿Usted sabe cómo veo el mundo? Como una persona que está muriendo. Como un gusano que está muriendo para hacer una mariposa. No debemos detener al gusano, debemos ayudarlo a morir para ayudar a la mariposa a nacer. Necesitamos bailar con la muerte. Este mundo está muriendo, pero muy bien. Haremos una mariposa enorme, grande, grande. Usted y yo seremos los primeros movimientos en las alas de la mariposa porque estamos hablando de esto. "
- ¿Es verdad que tú eres muy valiente porque siempre estás afrontando el escándalo?
- Estoy muy contento, Alejandro, que me hayas hecho esta pregunta. No soy "valiente". Por el contrario, soy extremadamente miedoso. Pero debo aclararte que para mí, miedoso no es sinónimo de cobarde ni de angustiado. Asistí a una conferencia de Erich Fromm donde este sociólogo expuso la diferencia entre la angustia y el miedo. Se tiene angustia cuando no se sabe a qué se teme. La sociedad actual es una sociedad angustiada porque no quiere enfrentar sus problemas.
Históricamente hemos ido sufriendo muchos contratiempos que han sido verdaderas patadas para nuestro orgullo humano. Nos arrojaron del centro del universo probando que el Sol no giraba alrededor nuestro. Luego supimos que el astro rey era muy pequeño, que estábamos existiendo en una ínfima galaxia, que éramos una mota de polvo perdida en la inmensidad del infinito. Freud destronó a la "razón" y nos demostró que éramos dominados por el inconsciente. Marx nos reveló que casi todos los problemas no tenían raíz en el "alma", sino en la realidad económica... el alma podía mejorar si el país tenía una economía bien dirigida. Gurdjieff, en el terreno esotérico, afirmó que nada hacemos, que todo no sucede; que somos máquinas... etc. La civilización occidental sólo nos enseña a vivir, pero rehuye enseñarnos a morir. Todo lo que tenga que ver con desintegración o muerte es considerado negativo...
El hombre actual está angustiado. No sabe, repito, a qué le teme. No se deja hipnotizar por miedo a comportarse de una manera extraña, ni quiere ir al psiquiatra porque le pueden decir lo que es y él tiene angustia de saber qué es en realidad. Fromm aconseja transformar esa angustia en miedo. El miedo es el temor a algo "conocido". Un angustiado se oculta en su concha y no lucha contra el mundo. Un miedoso sabe quién es su enemigo y lo combate. Un cobarde sabe quién es su enemigo pero no le presenta pelea. Un cobarde es un ser despreciable, quizás mucho más que el angustiado. Un miedoso es un ser positivo. Ahora bien, un valiente, el que no teme a nada, es un inconsciente o un idiota. Es el falso superhombre que se inmola inútilmente sin decirse que su deber es mantenerse vivo la mayor parte de su vida para luchar incansablemente. Es más difícil vivir que morir...
La mayor parte de los ciudadanos, no tienen vergüenza de su angustia porque la ocultan bajo el alcohol o los demás narcóticos y transforman su angustia en un "patín loco" o en una "onda formidable". Si tienen vergüenza del miedo y se hacen pasar por héroes (de tertulia). Se necesita humildad para decir: le temo a mis enemigos, son fuertes, son poderosos; a veces tienen la razón en las críticas que me hacen; pueden dañarme, etc. Aceptando al enemigo exterior e interior... - (soy egoísta, tengo núcleos homosexuales, poseo un complejo de Edipo no resuelto, mi aparente inferioridad esconde un sentimiento narcisista de supervalía, etc) - puede entablarse con él una provechosa batalla. Si afronto el escándalo no es porque sea valiente, sino porque he vencido a mi angustia.
- Mira, Alejandro, yo te conozco desde que naciste y a mí no me engañas: ¡Tú buscas el escándalo como forma de expresión! No te interesa la obra que produces, sino el efecto que ella va a causar. Tratas de agredir para que te "noten".
- Tus frases, Alejandro, prueban lo que dicen los derviches árabes: "El peor enemigo que tenemos somos nosotros mismos". También, al agredirme así, me demuestras que la agresión es afectividad. Quien agradece mucho lo hace porque tiene una carga afectiva inconsciente que no puede expresar. Estoy seguro que la gente que odia a los negros tiene una inferioridad sexual respecto a ellos; a estos racistas les gustaría tener los atributos de la raza a la que persiguen. Tú me atacas porque me quieres. Quisieras que yo fuera lo mejor que hay en el mundo. Pero como el mundo tiene infinitos centros y nadie puede ser el mejor, te decepcionas de mí porque no puedo ser "héroe". Si en realidad me amaras sanamente, me aceptarías como soy, ni muy grande ni muy pequeño.
No intentes "mejorarme". Mejor trata de "aceptarme". Una planta es bella aunque no de duraznos. Si a un helecho le pides duraznos, terminas por matarlo. La hierba es bella siempre que no le exijas flores. Todos servimos para algo pero no todos servimos para lo mismo.
Nunca busqué el "escándalo". Producir un escándalo en esta sociedad escandalosa es lo más difícil que hay. Todos los artistas superficiales han tratado de hacerlo: desde exponer un urinario como escultura (Marcel Duchamp) pasando por colgar una red descuartizada como decorado de Ballet (Maurice Bejart) hasta hacer pintar a unos erizos (Dalí). La sociedad absorbe estos escándalos formales, salen tres o cuatro artículos en los periódicos y no pasa nada.
La única posibilidad de escandalizar actualmente es tratar por todos los medios de no hacerlo. Tratar de expresar la VERDAD. En una sociedad de mentirosos, la VERDAD es escándalo. En una sociedad degenerada, la HONESTIDAD es escándalo. En una sociedad enferma, la SALUD es escándalo., En una sociedad hipócritamente religiosa, el VERDADERO MISTICISMO es escándalo.
Si mis obras han escandalizado, debo sentirme orgulloso, no del ruido que han hecho, sino de que, hiriendo, prueban que algo tienen de verdadero.
El primer escándalo de nuestra civilización es Cristo. Los evangelios son la historia del gran escándalo que provocó un Dios diciendo verdades tan humanas que fue crucificado. No ha habido una sola idea, doctrina, arte que haya nacido tranquilamente si tenía valores. La verdad al nacer ilumina tinieblas. Estas tinieblas se convulsionan y agreden. Lo nuevo en cultura es sinónimo de destrucción de otras culturas. Los que hacen el escándalo no son los creadores, sino los perezosos que, al no querer cambiar, se aferran a su enfermedad y podredumbre y segregan, como lo hace un organismo, anticuerpos para acabar con lo nuevo. Para un cuerpo enfermo, las medicinas con como un veneno que matará a los gérmenes nocivos. Dolor y muerte son los padrinos de cualquier nueva vida.
- ¿Te parece justo que en pleno siglo veinte existan pobres y ricos, mujeres con educación inferior a los hombres, odios raciales, luchas de partidos políticos, intolerancia religiosa, multiplicidad de idiomas, países con fronteras, pasaportes, aduanas, censura, matrimonio, mayoría de edad sólo a los 21 años y no a los siete años, plan de estudios obligatorio, mayor admiración para un médico que un carpintero, sacerdotes que no pueden casarse, control de natalidad no permitido, dinero, guerras, padres que nunca han estudiado para serlo, periodistas casi analfabetos y no universitarios, médicos comerciantes, políticos que no han sido ni serán psicoanalizados, burócratas que no practican yoga ni meditación Zen, libre venta de alcohol y protección a las industrias cerveceras, televisión dirigida por cretinos a millones de cerebros infantiles, telenovelas escritas por señoras degeneradas mentalmente, automóviles funcionando a gasolina y envenenando la atmósfera del planeta, etc?
- Nunca pensé que el mundo estuviera así. Como soy un artista no me preocupa de la realidad. Me has aterrado. ¡Hay que hacer algo! Por ejemplo: Inmediatamente correr a todos los periodistas. Dejar los periódicos reducidos momentáneamente a una escueta y pequeña hoja informativa e inaugurar una UNIVERSIDAD DEL PERIODISMO. Allí se les enseñará que su actividad es una de las más importantes para la construcción de un país. Cada letra que escriban debe ser un ladrillo positivo para mejorar el mundo. Aprenderán la honradez y la objetividad.
Cerrar también los canales para sanearlos de su inmundicia. Constituir un consejo de las más altas personalidades del país, las más evolutivas y hacer que ellas dirijan la televisión. Ningún simple particular tiene derecho, para lucrar, de invadir los hogares con imágenes imbéciles. La televisión es patrimonio del país. El pueblo tiene derecho a una televisión humana, sana, inteligente, educativa.
Mandar al psiquiatra a todos los profesores primarios. También a meditación yoga. Subirles el sueldo. Ellos tienen en sus manos a la juventud... Deben por lo tanto gozar de sueldos tan elevados como los de un cantante de tangos o de un dueño de estacionamientos.
En fin... seguiré pensando sobre este terrorífico tema y te iré contando lo que se me ocurra

La Mejor Bicicleta

Un joven solía salir con sus amigos a pasear por el campo en bicicleta. Amaba la tierra fragante, el verde de las praderas, el esplendente color de las flores. Un día se dijo: “¡Mejoraré mi bicicleta para poder viajar por el mundo entero!” Trabajó sin descanso agregándole ruedas poderosas, mecanismos nuevos. Aumentó su ambición: “¡Será la mejor del mundo!” Le dio grandes motores, faros de kilométricos alcances, defensas puntiagudas. Lo que había sido una simple bicicleta era ahora un vehículo más grande que una casa. El joven, envejecido por el continuo esfuerzo, comenzó a cubrir su carruaje con placas de oro. “¡Estos adornos no son útiles, pero provocarán envidia!”
Una mañana de primavera llegaron sus amigos a buscarlo. “¡Ven a pasear por el campo! ¡Respiremos aire puro!” En la oscuridad de su taller, en medio de los gases de la gasolina, pegado al dorado monumento que había perdido la facultad de desplazarse, el anciano les respondió: “¡No puedo ir! ¡Tengo que cuidar mi valiosa bicicleta!” Llenó la casa de trampas, alarmas, cañones. Desde una ventana enrejada observó las alegres cabriolas de los ciclistas. Exclamó con odio: “¡Como no tienen nada, algún día van a tratar de robarme la bicicleta! ¡Será mejor que los destruya ahora mismo con mis cañones!”

La Bolita

Por exigencias del protocolo, un rey que tiranizaba sin piedad al pueblo, tenía que salir de su fortaleza en una carroza de oro, recorrer la Avenida Central hasta el parque en donde lo esperaba su ejército, y rendir honores a la bandera.
Tanto era el descontento que su régimen rapaz había sembrado, que el tirano temía por su vida. Sus secuaces tomaron todas las precauciones imaginables: el mandatario fue cubierto con una malla de acero; la carroza, rodeada por lanceros montados a caballo; el camino, bordeado por espadachines para impedir que el pueblo se acercara al carruaje dorado. En los techos y ventanas se distribuyeron miles de arqueros prestos a lanzar sus flechas al menor gesto sospechoso. Cerraron las vías de acceso y sólo dejaron entrar ciudadanos que habían sido celosamente registrados. Para rematar estas cautelas, colocaron escudos en la carroza y un techo de acero... ¡Comenzó el desfile!
La multitud, aterrada, no osaba mover un dedo.
Un anciano que estornudó fue atravesado por cien flechas... El hijo de un guardián, sentado junto a su padre, jugaba a las canicas mientras éste vigilaba a los espectadores. El niño, al ver ese imponente y amenazador carruaje, se asustó tanto que dejó caer una de sus bolitas. Ésta rodó por entre los cascos de los caballos y fue a dar justo debajo de una rueda que, al pasar sobre ella, rebotó y salió de su eje provocando que el carro se volcara y que el tirano pereciera aplastado bajo el peso de sus blindajes.

El León y el Burro

Por unanimidad, el león fue nombrado Emperador de la Selva. Al comienzo, el digno cargo lo llenó de orgullo, pero a los pocos días se angustió. En todos los claros y rincones estallaban crueles batallas. Nadie podía caminar con seguridad por los senderos. Al caer el sol, los animales se encerraban temblando en sus madrigueras.
Muchas especies habían dominado el secreto del fuego y mantenían brasas ardientes dispuestas a quemar la selva si fuera preciso, aunque la mayor parte de sus habitantes pereciera... El Emperador llamó al burro, su Primer Ministro. Lloró amargamente junto a una de sus largas orejas. “¡Mi fiel colaborador, nunca tendré fuerzas para solucionar tan enorme problema! ¡Vamos hacia la destrucción!”
El burro, con gran esfuerzo, pensó y luego dijo:
“Querido amo, si usted no llega a resolver un problema inmenso, trate por lo menos de resolver un problema pequeño, que esté al alcance de sus fuerzas. ¿Puede ordenar la selva entera?” “¡No!”
“Trate entonces de ordenar el área en la que usted vive.”
“¡No puedo —contestó el león
— porque hay tantas envidias en mi corte que no logro organizar un ejército!”
“¡Entonces, ordene su corte!”
“¡Imposible! ¡Hay tales disputas en mi propia familia que no tengo tiempo de pensar en otras cosas!”
“¡Entonces, oh Majestad, solucione los problemas de su familia!”
“¡No puedo, pedazo de burro, porque yo mismo me debato entre las ansias de servir a mi pueblo y el deseo voraz de comérmelo!” Y la fiera saltó sobre su Primer Ministro.
El burro, mientras era devorado, pensó: “Esto me pasa por tratar de mejorar al león antes que a mí mismo”.