28.6.13

LOS NEFILIM: EL PUEBLO DE LOS COHETES ÍGNEOS

Zecharia Sitchin

Los textos sumerios y acadios no dejan lugar a dudas de que las gentes del Oriente Próximo de la antigüedad tenían por cierto que los Dioses del Cielo y de la Tierra eran capaces de elevarse en el aire y ascender a los cielos, así como de recorrer los cielos de la Tierra a voluntad.
En un texto que trata de la violación de lnanna/lshtar por parte de alguien no identificado, éste justifica su acción de este modo:
Un día mi Reina,
después de cruzar el cielo, de cruzar la tierra Inanna,
después de cruzar el cielo, de cruzar la tierra después
 de cruzar Elam y Shubur,
después de cruzar... 
La hieródula llegó cansada, se durmió.
La vi desde el extremo de mi jardín;
la besé, copulé con ella.
La misma Inanna, de la que se dice aquí que recorría los cielos de muchas y lejanas tierras -hazaña que sólo podría haber realizado volando-, habló en otra ocasión de su vuelo. En un texto que S. Langdon (en Revue d’Assyr/olog/e et d’Archéolog/e Oriéntale) tituló “La Liturgia Clásica de Innini”, la diosa lamenta su expulsión de la ciudad. Siguiendo las instrucciones de Enlil, un emisario, que “me trajo la palabra del Cielo”, entró en la sala del trono de la reina, “sus sucias manos puso sobre mi” y, después de otras indignidades:
A mí, desde mi templo,
me obligaron a volar;
una Reina soy que, de mi ciudad,
como un pájaro me obligaron a volar.
Esta capacidad de Inanna, capacidad que también muestran otros de los principales dioses, solían reflejarla los antiguos artistas representando a los dioses -antropomórficos en todos los demás aspectos, como ya hemos visto- con alas. Las alas, tal como se puede ver en numerosas representaciones, no formaban parte del cuerpo -no eran alas naturales-, sino, más bien, un añadido decorativo de la vestimenta del dios.

Fig. 58

lnanna/lshtar, cuyos viajes en pos de aventuras amorosas se mencionan en muchos textos antiguos, se trasladaba entre su primer y distante dominio en Aratta y su codiciada morada en Uruk. Visitaba a Enki en Eridú y a Enlil en Nippur, así como a su hermano Utu en su cuartel general de Sippar. Pero su viaje más famoso fue el que hizo al Mundo Inferior, a los dominios de su hermana Ereshkigal. Este viaje fue objeto no sólo de relatos épicos, sino también de representaciones artísticas sobre sellos cilindricos, donde se mostraba a la diosa con alas, para remarcar el hecho de que fue volando desde Sumer hasta el Mundo Inferior.

Fig. 59

Los textos que tratan de este arriesgado viaje dicen que Inanna se puso, meticulosamente, siete objetos antes de emprender el viaje, y cuenta que tuvo que entregarlos en los siete pórticos que tuvo que atravesar para llegar a la morada de su hermana. Estos siete objetos se mencionan también en otros textos que tratan de los viajes aéreos de Inanna:

11.6.13

Dios no juega a los dados

por Paul Davies

A comienzos de la década de 1920, un físico norteamericano, Clinton Joseph Davisson, inició una serie de investigaciones para la Bell Telephone Company en las que bombardeaba cristales de níquel con un haz de electrones similar al haz que produce la imagen en las pantallas de televisión. Percibió algunas regularidades curiosas en el modo en que los electrones se esparcían por la superficie del cristal, pero no comprendió de inmediato su enorme importancia.
Varios años después, en 1927, Davisson dirigió una versión mejorada del mismo experimento con un colega más joven, Lester Halbert Germer. Las regularidades eran muy pronunciadas, pero lo más importante fue que ahora se esperaban, en base a una notable teoría nueva de la materia desarrollada a mitad de los años veinte. Davisson y Germer estaban observando directamente y por primera vez un fenómeno que dio lugar al hundimiento de una teoría científica sólidamente implantada durante siglos y que volvía del revés nuestras nociones del sentido de la realidad, de la naturaleza de la materia y de nuestra observación de la misma.
En realidad, tan profunda es la revolución del conocimiento consiguiente y tan extravagantes son las consecuencias que incluso Albert Einstein, quizás el científico más brillante de todos los tiempos, se negó durante toda su vida a aceptar algunas de ellas.
La nueva teoría se conoce ahora como la mecánica cuántica y nosotros vamos a examinar sus asombrosas consecuencias sobre la naturaleza del universo y de nuestro propio papel dentro de él. La mecánica cuántica no es una mera teoría especulativa del mundo subatómico, sino un complejo entramado matemático que sostiene la mayor parte de la física moderna.
Sin teoría cuántica, nuestra comprensión global y pormenorizada de los átomos, los núcleos, las moléculas, los cristales, la luz, la electricidad, las partículas subatómicas, el láser, los transistores y otras muchas cosas se desintegraría. Ningún científico duda seriamente de que las ideas fundamentales de la mecánica cuántica sean correctas. Sin embargo, las consecuencias filosóficas de la teoría son tan pasmosas que, incluso pasados cincuenta años, todavía resuena la controversia sobre lo que en realidad significa. Para apreciar la profundidad de la revolución cuántica hace falta entender, en primer lugar, la imagen clásica de la naturaleza tal como la concebían los científicos por lo menos hasta el siglo XVII.